El pasado domingo viví como parte de la Red Universitaria y Ciudadana por la Democracia un día, como para muchos, diferente; la expectativa que habían levantado las encuestas llegaba al momento de la verdad, al momento de las urnas, a ese calibrador de la verdad no tanto porque en ella se expresen en forma absoluta las voluntades democráticas, sino porque la urna se convierte en el receptáculo de grandes aspiraciones de cambio, como más de alguna vileza de compra y coacción del voto.
Vi, en mi recorrido por la parte norte y sur del puerto, a muchas personas soportar estoicamente los rayos inclementes del sol mientras esperaban su turno para votar. Llegaban en autos, motos o bicicletas, otras caminando hasta donde estaban unos funcionarios que por momentos no se daban abasto para atender a la gente que quería cumplir con este deber cívico y volver de inmediato a lugares menos calurosos, menos extenuantes.
Anduve desde mi casilla en el Centro Histórico hasta la Especial ubicada en la Ley del Mar; de estas casillas en Pradera Dorada hasta las de las colonias de Villa Verde y Flores Magón y de ahí al populoso Conchi para terminar en una supercasilla en el Rincón de Urías, que presidía agobiado un exalumno universitario.
Y es que no era cualquiera elección, una más de esas que reeditan el modelo económico, de las que reciclan a políticos sinvergüenzas u otras que andan en busca de la escalera del éxito político, no, en esta ocasión se volvía a plantear la cuestión de modelo económico con una diferencia, en estas elecciones las posibilidades de triunfo de la izquierda nunca habían sido tan altas que sus adversarios se veían pequeños, irrelevantes electoralmente.
Y es que AMLO había hecho una gran campaña de muchos años y su oferta, más que económica, era ética y moral para un electorado que sufre de hartazgo por la impunidad que ha tenido un alto costo para la sociedad mexicana; ante la oferta de continuidad del modelo vigente, el tabasqueño ofrecía un régimen que ponía en el centro de su estrategia electoral y de gobierno la lucha contra la corrupción en la función pública, para que con finanzas sanas, regenerar la vida nacional.
Se podrá decir que todos los candidatos ofrecían lo mismo y que no había nada nuevo en la oferta, que es más que eso: un drama en América latina y que de ello se han aprovechado los demagogos populistas, sin embargo, el asunto no solo es de discurso, que efectivamente es regla retórica del político latinoamericano, sino de confianza en AMLO, en ese personaje quijotesco que no deja de sonreír pese a los ataques feroces de sus adversarios.
Y es que en un país en el que se ha abusado en forma inclemente y por momentos despiadadamente, la confianza en un líder es simple y llana esperanza de que las cosas puedan ser diferentes, que lo conocido como repetición es ir de mal en peor, y la gente siempre, para llevar con menos tristeza la vida necesita una dosis esperanzadora, aun cuando ésta puede dejar de ser de carne y hueso para metamorfosearse en espectáculo, como una película donde todos se divierten y van a dormir a pierna suelta.
Cierro este texto sin saber cuáles serán los resultados en esas casillas que visité y donde conversé con ciudadanos que nunca había visto, como tampoco qué resultó en las casillas del sureste que son las primeras que cierran y aportan a los sondeos y al PREP, menos aún puse atención a las fake news que circulaban en ese momento en las redes sociales dando el triunfo “indiscutible” al candidato oficial, y quise hacerlo así para dejar mi estampa de lo que vi en las colonias populares del puerto de Mazatlán, esas donde viven las familias de los trabajadores de la industria, los servicios turísticos y la pequeña burocracia, o profesionales que diariamente atraviesan la ciudad para ganar el sustento diario.
Me quedo con la imagen de esos sinaloenses que caminaban a pie por esas calles estrechas, áridas, polvosas, que seguramente iban a votar por su candidato con la idea de ver cumplida una esperanza. Que así sea.