En febrero del 2004 Ríodoce organizó una cena de aniversario en la casa del Sergio Navarro, aquí en Mazatlán. Yo era colaborador del semanario, de modo que al Bojórquez no le quedó otra que invitarme. Me sentó en la mesa del reventón: Monsiváis, Haas, Juan José Rodríguez, bocadillos y una cerveza me dieron la bienvenida. Los temas no eran nada enredosos: literatura, en especial la inglesa, favorita de Haas, política y religión, tema favorito de Haas. No sé cuánto tiempo consumimos en llegar a nada sobre cada uno de ellos, pero sí que en el transcurso hubo varias cervezas, menos por parte de Monsiváis, que le hizo al loco toda la noche con una cuba. Cuando el silencio asomó en la charla y yo oteaba hacia la mesa en la que Alejandro, Javier y el Ismael echaban desmadre, Haas le hizo un reclamo a Monsiváis.
—Oye, ¿y tú por qué no vienes a la Feliart?
Todos los años, antes de iniciar la programación lo llamaba para ver si lo incluía, pero siempre me anteponía un compromiso anterior para no asistir, que iría a El Perico Marinero a dar una conferencia, por ejemplo, pero respondió con un cuento chino.
—Porque este cabrón no me invita.
Quise defenderme, pero Haas retomó la palabra.
—Pues si este cabrón no te invita, yo lo estoy haciendo ahora.
“Cabroneado” por dos frentes, llegamos al compromiso de que Monsiváis inaugurara Feliart 2005 con una conferencia sobre Pedro Páramo, que cumplía 50 años de publicada.
A las cinco de la mañana salí de la cena de aniversario. La ciudad se movía, y no es metáfora.
Texto editado del libro Mira esa gente sola, capítulo “Chanoc, Tsekub, Ixtac, el sabio Monsiváis”.
