Niño vive para contarla

 

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Los niños, principales víctimas de quemaduras

Édgar duró tres meses en terapia intensiva, en el hospital Shriners de California, y con cuatro años de edad vivió para contarla.

Él había estado 45 días aislado, porque en un incendio en su casa de lámina y madera se quemó casi el 90 por ciento de su cuerpo.

“No lo contaba ya”, recordó su padre, Brígido Ramírez Valenzuela, un albañil cuyo trabajo es ocasional, y por lo tanto sin dinero para hospitalizar a su pequeño.

Estaba desecho, todo quemado desde el cabello hasta los pies, rememora sentado en el despacho de la Presidencia de Ahome, a la espera de que el alcalde Álvaro Ruelas Echave y su esposa, Ana del Carmen Osuna de Ruelas, concluyan sus representaciones oficiales. Está agradecido con ellos porque le tendieron la mano en tiempos en que lo había perdido todo.

“Era muy doloroso verlo. Escucharlo gritar, llamar a su madre, llamar a sus hermanos. Verlo a través de un cristal. Después de algunos días, ya que lo estabilizaron, me permitieron verlo, no tocarlo”.

Pasaron los días y muchas firmas después, le injertaron su propia piel en el pecho, el estómago, brazos, piernas, y hasta en la cara. Sus manos fueron operadas en dos ocasiones, porque la lumbre le quemó los nervios (tendones), dice.

Recordó que los médicos eran precavidos en darle esperanzas de recuperación del pequeño, pero conforme evolucionaba le permitan más contacto.

Allá, hospitalizado, Édgar cumplió los cuatro años. Tuvo su fiesta en el hospital, pero sin descuidar sus terapias.

Ahora porta un traje de compresión transparente. Su rostro parece máscara que le llega hasta el cabello. Sus manos están enguantadas. Lo que lleva bajo la ropa pasa inadvertido. El traje evita la hipertrofia de la piel y la contractura de las articulaciones, y con ello reducen las secuelas graves durante la cicatrización.

Sin fijarse, Édgar es un niño normal. Travieso, inquieto, curioso. Se desplaza sin dificultad, y habla lo que puede.

Una última valoración ocurrió en la primera semana de abril, y luego de muchas indicaciones, aprobado el retorno a México, Sinaloa, Los Mochis y finalmente a la colonia Los Laureles, en donde todo comenzó en enero del 2017.

Ese medio día, Édgar y sus hermanos estaban al cuidado de su hermana mayor, que cocinaba el desayuno, mientras su madre acudía a un súper para abastecer la despensa de la semana, y su padre había salido temprano a la obra.

Adentro de la casa de madera, lámina negra y desechos de lámina, ubicada en la calle Olivas, entre Batamote y Almendra, en la colonia Los Laureles, una sartén estaba en la estufa, caliente y a fuego vivo.

Édgar jugaba en la cama. Saltaba.

Un brinco le hizo caer sobre la manguera de plástico conectada al cilindro de gas que estaba adentro de la casa. El gas butano se soltó como un soplido. Fffssshhhhh, e inundó el cuarto.

Flashhh, el flamazo, y el fuego cubrió a Édgar, quemándose quedó dentro de la casa mientras sus hermanos  alcanzaron a salir.

Un joven padre de familia que pasaba justo frente a la casa escuchó el flamazo, vio a los niños afuera, y de inmediato supo que faltaba uno de los pequeños.

Dejó a su hija encargada con los menores y sin pensarlo dos veces se metió a la casa, que para entonces ya era una bola de fuego. Tomó a Édgar y como pudo lo sacó. Puso a salvo a todos, y apretujó en sus brazos a su hija.

Alarmados por el incendio, los vecinos llamaron a los cuerpos de auxilio. Cuando los rescatistas llegaron a la casa, esta era sólo trozos de madera y lámina humeantes. Édgar fue conducido de emergencia al Hospital General.

Desde el nosocomio, el profesor Jesús María Castro Acosta, presidente del Patronato Shriners del Estado de Sinaloa, Institución de Asistencia Privada, fue alertado del caso. Se movilizó, contactó doctores, y en horas, Édgar estaba volando a la unidad de quemados en California.

De allá acaba de regresar, el benefactor anónimo se muestra contento.

“Fue un caso de éxito, hasta ahorita. Él tiene garantizada la atención en Shriners hasta los 21 años, sin ningún costo. Lo que sea necesario se le suministrará. Importa su vida, la calidad de vida que le espera después”.

Castro Acosta tiene sentimientos encontrados, pues aunque Édgar sobrevivió a la tragedia, sobre sus hombros pesa un hecho desafortunado sucedido unos meses antes del incendio, cuando un pequeño con parálisis cerebral murió por quemaduras en un incendio en la sindicatura de Ahome.

Asegura que es durante las vacaciones cuando suceden más accidentes hogareños con niños quemados, ya sea por agua hirviendo, aceite caliente, brasas o en incendios.

Y aunque no hay estadísticas porque las instituciones médicas privadas ocultan los casos, y otros no son reportados a hospitales públicos, asegura que los días de vacaciones son de riego alto para los niños, por lo que los cuidados sobre éstos deben ser prioridad familiar.

 

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