Rastreadoras exhuman quinto cuerpo de mujer

 

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Días antes les había quedado clavada la espina. Para un ojo esperanzado y con experiencia en el rastreo de tumbas clandestinas, los indicios eran prometedores… pero el lugar es intimidante.

Es el Pochotal, comunidad indígena invadida por el mestizaje de avecindados.

Ubicada a no más de 25 kilómetros al norte de esta ciudad, a la comunidad la parte en dos la carretera Los Mochis-San Blas. Es un caserío de tabique, pero también de adobe, techos de enramadas y de concreto.

Ocupa apenas una franja de terreno, diluida entre el río Fuerte y el canal Sicae. Las vías del tren Chihuahua Pacífico cercenan parte de su geografía, pues el derecho de vía se encuentra enmontado. Es la zona propicia para un panteón clandestino.

En el Pochotal, la población varonil en su mayoría se dedica a labores del campo, la femenil a la elaboración y venta de pan de mujer, en sus propios hornos construidos casi sobre el acotamiento.

Aquí, el calor es sofocante, pero insuficiente para apaciguar la agonía interna de esos corazones que buscan a aquellos seres humanos que los dejaron huecos, los ausentes, los levantados. Esa agonía las hizo observar con disimulo aquellos indicios: prendas femeninas a flor de tierra; accesorios de mujer dejados para el olvido. Ramas a medio corte y tiradas en el migajón arenoso como para ocultar las pisadas.  Sedimentos removidos, tierra floja.

Pero también anotaron en su indeleble memoria, las miradas amenazantes de los motociclistas que sin empacho las seguían a corta distancia, casi pegados como lapas, como rémoras. Lo hacían intencionalmente para verse observados, hablando por radio, transmitiendo números. Ellas mudas, en lo suyo, en lo propio. El miedo se acrecentó y las corvas temblaron como gelatina, cuando vehículos llegaron, sin siquiera conocer a los conductores. Pero el valor también aumentó, al resentir el llamado del lugar.

Así que el grupo decidió dejar pasar unos días, esperar a que las cosas tomasen su cauce normal: un nuevo procurador o fiscal, sus hombres cercanos, que los nativos no se sintieran atosigados, pues ellos no importaban. Esperaron a que la carretera oficial anduviera y el reacomodo de las calabazas siguiera por el ritmo normal. Pero la espina seguía allí, con ellas, perforándoles las entrañas, desgarrándoles el alma. No resistieron más, y se lanzaron de nuevo a su aventura, al retorno del lugar.

Aparcaron entre el monte, descendieron; pala, zapapico y barra en ristre. En fila india siguieron un camino ya andado por desconocidos. Se metieron a ese monte ligero, su calzado se calentó como hornilla entre ceniza ardiente. Ubicaron el montículo de tierra que quizá habría servido como banco de tierra para alguna labor agrícola, también observaron el mezquite cuyas ramas troceadas les habían dado los primeros indicios de que en sus entrañas la tierra ocultaba más cosas que raíces. Llegaron, esparcieron con sus pies los accesorios femeninos, levantaron las prendas. Calcularon la longitud de lo que esperaban encontrar. Cuatro de ellas se colocaron en lugares en donde esperaban que aquello fuera un despojo humano. Una sobre la cabeza, la otra en los pies y dos más en ambos brazos.

Respiraron hondo, y como máquinas excavadoras hundieron sus palas en la tierra. Siiisss, ssssiiiiisssss, rozaba el metal con aquel arenón migajoso. Desenterraron más prendas femeninas, y entonces supieron que tenían una tumba clandestina. Siisss, siiissss, siiisssss, cavaron más rápido.

Primero desenterraron unos cables eléctricos, apareció un vinil que envolvía una cobija, luego unas piernas, el tronco. Era una mujer. Entre adolescente y jovencita. Estatura regular, no mayor a 1.70 metros, delgada. Cabello medio, rizado, castaño. Ella vestía un pantalón de mezclilla azul con vivos negros, blusa rosa, chamarra de mezclilla con estampas de borregos, prendas interiores gris y negro.  Y llevaba sus accesorios que en toda mujer no deben faltar: un collar y un anillo.

Ellas, las Rastreadoras, lloraron. Era la quinta mujer exhumada, y el cuerpo número 78 arrancado de una tumba clandestina.

Se sobrepusieron. Llamaron a la unidad de búsqueda de desaparecidos y dieron la ubicación del hallazgo. Esperaron. Fueron regañadas y amenazadas de que si extinguían indicios serían involucradas en una carpeta de investigación. No respondieron. Sólo dieron la espalda y se retiraron.

Han pasado 10 días de que el quinto cuerpo de mujer fue exhumado de una tumba clandestina, pero aún no tiene nombre, y por lo tanto, ni lugar definitivo. Es aún una desconocida.

“Pedimos a las madres con hijas, hermanas o nueras desaparecidas acudan a la Procuraduría y reclamen el cuerpo. Ella merece estar son los suyos”, dijo Mirna Nereyda Medina Quiñónez, fundadora de las Rastreadoras.

 

Marzo 2017

406 desaparecidos

78 cuerpos exhumados

5 femeninos

Fuente: Desaparecidos de El Fuerte

 

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