Fidel Castro y la resistencia obligada

Fidel Castro y la resistencia obligada

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Para todos los amigos de la CERBT, por este reencuentro impensable.

 

Nunca puse atención en la figura de Fidel Castro Ruz hasta que llegué a Culiacán, cuando tenía 16 años. Tal vez había visto su rostro en el único diario que llegaba al pueblo, o en  la revista Siempre, que mi padre compraba cada semana, pero sin sugerirme nada especial.

Empecé a escuchar su nombre en la Casa del Estudiante Rafael Buelna Tenorio, de Culiacán, ubicada en la esquina de Buelna y Jesús Andrade, donde ahora se ubica el centro cultural Centenario. Unas veces en los pasillos de la casa y otras en la calle, durante las manifestaciones estudiantiles, era frecuente escuchar “¡Ahí viene fidelón, hijos de su….!”

Principios de los años 70, los referentes que inspiraban la rebeldía en los jóvenes de esa época estaban a la vuelta de la esquina. La Revolución Cubana, encabezada por Fidel, había triunfado en 1959 y fue ejemplo a seguir en Latinoamérica. De esa experiencia abrevaron los revolucionarios de Uruguay, Chile, Argentina, Colombia, Brasil, Centroamérica y México, aunque casi todos, salvo Nicaragua, terminaron en el fracaso. El Che Guevara había sido asesinado en el 67, cuando pretendía repetir la experiencia cubana en Bolivia, convirtiéndose en un mito. Y, en México, manifestaciones estudiantiles habían sido masacradas en 1968 y 1971, lo que atizó el surgimiento de movimientos armados en varias partes del país.

Ser estudiante en aquellos años y no voltear hacia esos puntos de referencia, desde cualquier ángulo, era vivir en otro mundo. El asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, en Santiago de Cuba, con Fidel a la cabeza, inspiró en México el asalto al cuartel  de Madera, Chihuahua, en 1965, comandado por Arturo Gámiz García.

La imagen de Fidel Castro y de la Cuba revolucionaria se fue consolidando en esos años, no solo por la hazaña que constituyó el triunfo de la revolución, sino por haber retado al gran imperio yanqui. Pero también porque a pocos años de haber sido derrocado Fulgencio Batista, la revolución había logrado avances históricos en educación y salud, sobre todo.

El socialismo del Este todavía no sucumbía. Derruidos sus  cimientos por sus propios demonios, se derrumbó en 1989, dejando a Cuba en la orfandad. Pero aun así, Fidel Castro a la cabeza, la Isla resistió. Los países occidentales exigieron al régimen cubano que se abriera al mercado y a la democracia, pero el sistema comunista se aferró a sí mismo, a sus razones y a sus dogmas, el socialismo como “una necesidad histórica insoslayable”. Intolerante con la oposición, nuevas olas de inconformes con un régimen que se endureció, cruzaron en balsas improvisadas hacia La Florida, acentuando la imagen de Fidel Castro como un dictador trasnochado.

Pese a la caída del Muro de Berlín, los Estados Unidos no levantaron el bloqueo comercial contra Cuba, que había provocado, durante décadas —a pesar del apoyo invaluable de los países socialistas— una economía ruinosa y precaria. Fidel, en el ocaso de su vida, siguió llamando a la unidad de su pueblo al tiempo que crecía la disidencia interna, siempre reprimida, siempre ahogada, aplastadas las libertades más elementales de un ciudadano, entre ellas la de pensar distinto y expresarlo.

Como toda revolución, la cubana, quién lo duda, fue un proyecto radical. Y Fidel Castro fue congruente con los principios de ese proyecto, estuviera equivocado o no. Reivindicar el marxismo-leninismo como ideología de la Revolución Cubana, después de la caída del socialismo en Europa del Este, como lo hizo reiteradamente, fue el testimonio  incontrovertible de que no claudicaría en ello a pesar de haberse quedado inmensamente solo. Por ello, al flaquear su salud, cedió el poder al único hombre que, en ese momento —hace diez años—, podía garantizar la continuidad de los postulados de la revolución: su hermano Raúl.

Así, en medio de las presiones internas y externas, pero siempre reconocido por los más como un esencial hombre de Estado, insustituible para la comprensión del orden mundial de la época moderna, Fidel Castro murió cuando quiso morir, cuando debía morir, primero, como tenía que serlo en esa línea de congruencia que él mismo se trazó, que la propia Revolución Cubana.

Bola y cadena

CUBA SE HA ESTADO ABRIENDO pero no lo que la propia realidad demanda a gritos, con mucha cautela y pisoteando siempre, a veces con criminal dureza, las más elementales libertades de su población. Esa parte, junto con la reactivación de la economía que permita mejorar los niveles de bienestar, es tal vez una de las más urgentes que el régimen cubano deberá discutir una vez muerto Fidel Castro. No será un proceso sencillo, debido al perfil autoritario del sistema, pero tendrá que ser.

Sentido contrario

CUANDO SE ESPERABA UN ACTO PÚBLICO de donde saldrían señales futuristas, el inicio formal de los trabajos de entrega-recepción de la administración estatal se llevó a cabo en completo sigilo. El gobernador electo, Quirino Ordaz Coppel, hizo llegar a Malova un oficio donde le pide facilitar dichos trabajos y éste acusó recibo, iniciándose así la tarea que durará un mes en las distintas áreas del Gobierno. Será de “bajo perfil” para no alimentar especulaciones, dijo alguien del equipo que llega. Aunque éstas ya no las para nadie.

Humo negro

Al ser cuestionado por Ríodoce respecto a si el relevo del general Alfonso Duarte Múgica afectaría la seguridad en Mazatlán, el alcalde Carlos Felton dijo que él no especula como lo hacen los medios de comunicación: “Mira, yo no especulo, los medios lo hacen muy bien… yo no me voy a meter a especular, pero sí te puedo decir que la tranquilidad en Mazatlán ahorita es envidiable…”. Lo cierto es que Duarte Múgica se fue y que dos días después de que Felton presumió la tranquilidad del puerto, una balacera provocó pánico cerca de la Unidad Administrativa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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