Perlas de pepe

 

 

“Canta como negro”, repetían mientras las balas asesinas cegaban la vida de Martin Luther King en Memphis, la tierra adoptiva de Elvis. Para nada les importó que Martin Luther King fuera ganador del Premio Nobel de la Paz por sus pronunciamientos a favor de los derechos fundamentales de los grupos discriminados, o más bien, sí importó e importó tanto que optaron por callarlo a balazos. “Si el hombre no ha descubierto nada por lo qué morir, no es digno de vivir”, decía King premonitoriamente.

“Canta como negro”, decían orgullosos los gringos mientras veían cómo Muhammed Alí, que renegó a su norteamericano nombre de Cassius Clay, se negaba a ir a la guerra.

“Canta como negro”, decían los empresarios, mientras Little Richard, que era negro y se vestía estrafalariamente, además de que se maquillaba, era rechazado y obligado a realizar giras por Europa, donde marcaría con su estilo a Los Beatles.

El Rey, entonces, era un producto perfecto de la época que le tocó vivir. Su frase “prefiero besar a una perra que a una mexicana” —que, en su defensa, muchos dicen que jamás pronunció— es un retrato vivo del norteamericano de aquellos tiempos, sobre todo el sureño, como Elvis. Era el modelo justo que el sistema ocupaba para proyectarse ante los jóvenes. Como un ídolo mandado a hacer sobre pedido. Todos los valores del capitalismo llegaban hasta Elvis, y por si hiciera falta alguno, él no hacía pensar ni cuestionar; de hecho, salvo la frase ya referida, sus opiniones acerca de cualquier cosa resultan irrelevantes y se le recuerda —además de por su voz portentosa— por su afición a los Cadillac y al tocino bien frito. Por algo Mafalda nunca fue su fan.

Elvis vendía y había que sacarle provecho en todo. El cine así lo vio y lo hizo filmar películas en las que representaba papeles bobalicones que nunca objetó. Los títulos de las cintas hablan por sí solos y pongo algunos nombres: Amor en Hawai, Persigue tus sueños, ¡Chicas, chicas, chicas!, El ídolo de Acapulco, Cita en Las Vegas, Paraíso Hawaiano. Una chulada. Como para hacer una adaptación de La Naranja Mecánica de Kubrick y torturar a nuestro peor enemigo poniéndole una tras otra todas las películas del Rey del rock, sujeto a la butaca, con pinzas en los ojos para que no los cierre y aplicándole gotas para humedecer.

 

Texto editado del libro Mira esa gente sola, capítulo “Un comentario sobre Elvis Presley”.

 

 

 

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