Rolando D´Rondón en el circo de las parodias

Rolando D´Rondón en el circo de las parodias

 
guayabo 5
El calor y las matazones lo tenían agobiado, pero Rolando D´Rondón se resistía a dejar Culiacán; la indecisión lo inquietaba, tenía dos ofertas: una era llevar un camión a la frontera, sabía a lo que le tiraba, por un lado, una buena lana si llegaba sin novedad, pero la otra, eran algunos años en el bote o seis pies abajo. Los compas le tenían confianza porque sabían que era macizo y, afirmaban que no se sabía rajar. Era él quien no les tenía confianza a ellos, eran tres, y de uno de ellos sospechaba que era chivato. Siguió cavilando mientras miraba por el ventanal de su departamento ubicado en el paseo Bátiz. Al mirar el paisaje de la ciudad que se extendía a sus pies, se imaginó caminando por la avenida Obregón; se encontró con el intenso tráfico que ahora era solo de norte a sur. Hacía tiempo que no miraba a detalle aquella rúa, se sorprendió de ver algunos edificios como si fuera la primera vez; por su modernismo, estimaba, daban un toque de elegancia a una ciudad que se había convertido en una urbe importante en la región del Noroeste del país.
Absorto como iba, Rolando D´Rondón no se dio cuenta que ya había caminado más de kilómetro y medio; al llegar al bulevar Leyva Solano dobló a la izquierda, el sol vespertino quemaba, y procurando la sombra decidió internarse por una avenida de la derecha, era la Morelos, caminó dos cuadras y dobló a la izquierda, su subconsciente lo encaminó hasta llegar a las puertas de aquella cantina: El Guayabo. Un anuncio enmarcado, con fondo negro y letras blancas atrajeron su atención. Bienvenido, al Circo de las parodias. El anuncio le pareció simplón y fuera de lugar, lo hizo sonreír y entró. En el momento de cruzar el umbral, el inconfundible saxo de Pedro Álvarez se escuchó, La chica de Ipanema del brasileño Antonio Carlos Jobim, la ejecución era suave, lenta, sensual. Volteó hacia donde el estrado de los músicos, sólo vio la silueta del músico. Luego miró alrededor, todo estaba desierto. Su reloj marcaba las cuatro de la tarde. Qué extraño, se dijo, y alzó la vista intentando encontrar al mesero más famoso: el Zurdo. A pesar de que todavía era temprano y afuera había un sol endemoniado, por lo caliente y brillante, no se explicaba por qué ahí, a sólo unos pasos de distancia, y con palapas abiertas, el ambiente era de una serenidad que combinaba con aquella luz mortecina, perfecto para un escenario de mesas, sillas vacías, barra sin barman y una cocina sin olores. Sólo aquel saxo mecía las notas de una marea baja, lejana.
Rolando D´Rondón pensó en dar media vuelta y salir. En ese instante apareció aquel hombre que le mostraba una sonrisa con dentadura blanca y perfecta, como de Show-man. Bienvenido señor. Gra… ¡Qué! ¡Usted! Sí señor, yo. Su Presidente está aquí para servirle. Tome asiento, le gusta aquí, o prefiere ir al Salón de Cabildos. No, no señor. Aquí estaré bien. ¿Qué va tomar el señor? Perdone, señor Presidente, esto me parece increíble. Lo entiendo señor, es que intento… ¿Cambiar su imagen? Perdón. No se preocupe, pero sí, algo hay de eso. Oiga, ¿y ya terminó de leer la Biblia? No. Pero ya pedí perdón por lo de la Casa blanca. Pero creo que eso… Perdone usted, pero, ¿Qué va a tomar? Cortó el Presidente con una mirada dura y sonrisa extraña una TKT roja. Aceptó Rolando sintiendo un prurito de temor. El hombre de tez morena, pelo engominado, pantalón negro e impecable guayabera blanca, alzando su mano derecha dio la orden y de inmediato, otro vestido igual, con una elegante charola de aluminio se desprendió de la barra para llevarle el servicio. Al colocar la cerveza sobre la mesa, Rolando reconoció al mesero. Pero, ¡sí usted es… Sí señor. Soy Senador de este su Estado, estoy aquí para servirlo como se merece. El hombre hizo una reverencia y se fue. Rolando se quedó sin saber exactamente qué hacer, aquello, era algo fuera de lo normal. Sacudió la cabeza, se tocó los brazos, los muslos, y finalmente cogió el bote y dio un largo trago. Sintió que la frescura de la ambarina le refrescó el paladar, esófago y hasta el estómago. El breve vacío que sintió enseguida, lo hizo imaginar un plato con camarones, sus papilas secretaron las glándulas salivales, en un instante cerró los ojos, y al abrirlos, ya estaba aquel mesero poniendo ante él un platillo bien servido y adornado con crustáceos en agua chile, pulpo y callos, rajas de cebolla, limones partidos y salsa Guacamaya, y una nueva TKT. Al agradecer la atención, miró el rostro de aquel que también vestía el clásico atavío. Usted es… Sí señor, soy el Diputado de su distrito, no lo dude, estaré atento a sus mandatos. ¿De verdad? Sí señor. Usted nomás ordene. Siéntese. No puedo señor, va contra las reglas. Pero sí ustedes no han hecho otra cosa toda la vida, siempre han hecho con nosotros lo que les ha dado su regalada gana. Cierto señor, ha sido porque ustedes, los ciudadanos comunes y corrientes, lo han permitido. Eso no es verdad, ustedes han abusado imponiendo las leyes para que la grey política, en contubernio con maleantes de toda laya, nos exploten. Pero repito, señor, eso ha sido porque ustedes lo han permitido. Y yo sostengo que eso no es verdad, porque cuando alguien se atreve a protestar, sin miramiento lo desaparecen o lo asesinan sin piedad.
Mire, señor Rolando D´Rondón. Sabemos perfectamente a qué se dedica, conocemos de su vida disipada y de sus acciones de oscuros orígenes. Pero yo lo que yo hago, comparado con lo de ustedes… ¡Guardias! Al instante aparecieron aquellos dos mastodontes vestidos de negro, lo levantaron y…
La tronata de tres AK47 despertó a Rolando, sudoroso se levantó del sillón. Un olor a quemado lo hizo reaccionar, se dio cuenta que el aparato de aire acondicionado estaba apagado, salió a revisar la caja de control. Al mirar hacia su derecha, se dio cuenta que el paseo Bátiz no estaba sólo, a dos cuadras estaban cuatro patrullas y muchos agentes de la ministerial y federales rodeaban un auto de lujo. Uno más que chupa faros, se dijo Rolando, volteó a ver la caja de Squar D, tenía un agujero. Sin asombrarse comprobó que era de bala 7.62 mm. Llamó a un electricista, lo dejó trabajando. Subió a su Mustang 71 y al llegar a la famosa cantina, el Zurdo se sorprendió cuando Rolando D´Rondón lo abrazo y le dijo: ¡Tú, sí eres mi Presidente! Con su habitual modestia, el diligente cantinero respondió: Muchos dicen que me parezco a don Benito Juárez…
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