Abbey Road apareció el 26 de septiembre de 1969, con un recibimiento público avasallador y comentarios críticos variopintos. El disco, como es por todos los beatlemanos conocido, incluye piezas maestras como Something, de Harrison; Come Together, de Lennon; Oh!, Darling, de McCartney; Octupus Garden, de Ringo, por mencionar las más representativas de cada uno en este acetato que se mantuvo durante once semanas en el primer lugar de ventas en el Reino Unido. Además, la afamada revista Rolling Stone consideró al álbum entre los seis mejores de la historia, superado por Revolver, Sgt. Pepper’s lonely hearts club band y The White álbum, de ellos mismos.
La portada de Abbey Road es de una sencillez trascendental. Estaban los cuatro en el estudio, salieron al paso de cebra tal cual vestían, Ian Macmillan les tomó seis fotografías y listo: un pequeño desfile para cruzar el paso de cebra de Abbey Road, que han repetido desde entonces todo tipo de personajes, hasta de ficción, como el caso de Los Simpsons y Charlie Brown. Incluso la compañía Lego tiene entre sus modelos para armar la legendaria travesía de una esquina a otra. El Gobierno inglés le concedió al paso de cebra el carácter de “lugar de importancia cultural e histórica”, por la afluencia de visitantes que convoca.
¿Qué es lo que le ha dado el carácter de emblemática a una portada tan sencilla como la de Abbey Road? ¿Acaso no hay otras con más fuerza expresiva, con más rebeldía, con mayor irreverencia? La respuesta a la segunda cuestión, por supuesto, es sí. Para dar respuesta a la primera tendremos que hacer contexto porque, como bien se sabe, a ese viaje de una esquina a otra se le han dado cantidad de significados que vale la pena repetir, ahora que estamos a unos días de un aniversario más de su aparición.
Texto editado del libro Mira esa gente sola, capítulo “El paso de cebra de Abbey Road”.