Perlas de pepe

 

 

 

Quizá la fiesta sea más grande que la provocada por el lanzamiento de Cien años de soledad, en junio de 1967, cuando en los meses previos la familia García Márquez Barcha tuvo que empeñar hasta la plancha para mandar el manuscrito de más de cuatrocientas páginas a la Editorial Sudamericana, en Argentina, y llenar planas y planas de la libreta de crédito del abarrotero de la esquina para alimentarse mientras se daba el proceso de la creación de ese universo fabuloso contenido en sus páginas. De la milagrosa vuelta en “u” en la carretera México-Acapulco, porque a García Márquez le había caído el tono de la novela que traía en mente, a ese junio de 1967, la vida también se había encargado de dar una vuelta en “u”. Ya no había que desgastar ideas en una oficina de publicidad, ni escribir guiones para el cine mexicano. Había que firmar infinidad de libros tras los ochomil de la primera edición, descubrir portafolios atascados de dólares, recibir premios, distinciones, cheques, dictar conferencias, viajar, viajar, viajar. La caprichuda fama se había posesionado de su existencia. Cada paso era observado. Cada palabra grabada y publicada. Ya nadie lo confundía con un cantante de boleros. Era Gabriel García Márquez. El solitario de Cien años de soledad. El que escribe para que “mis amigos me quieran más”. El inicio de la fiesta. Hace 45 años.

Deberá ser más bulliciosa que aquella que despertó en 1982 la decisión de la Academia Sueca de concederle el Premio Nobel de Literatura. El frio paisaje sueco sorprendido por cuadros de jolgorio tropical. Los personajes de García Márquez deambulando por esas calles nevadas al ritmo del vallenato. El “realismo mágico” en su máxima expresión aposentado en uno de los países con mayor índice de suicidios en el mundo. Un país con una infinita tristeza.

Y para no demeritar, el centro de la fiesta, el ganador del premio, birlando la tradición del smokig, asiste con un liki liki (traje tradicional colombiano) y una rosa amarilla entre las manos y en su remate de discurso de aceptación, con plena modestia, cita una frase de Luis Cardoza y Aragón para dejar sobre la mesa el profundo compromiso de su obra: “Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía”. La fiesta continúa, hace 30 años.

Texto editado del libro Mira esa gente sola, capítulo Cumpleaños De García Márquez, 85 Remolinos de Recuerdos.

 

 

 

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