Punto de nostalgia: Archivo Histórico General de Sinaloa

Archivo histórico

 

De este bello edificio, cuentan que nació siendo un adefesio, un edificio cuadrado de adobe construido por el clero a finales del siglo XVIII, y que fue empleado como escuela. En el tiempo se pierden muchos años de su historia. Pero lo que sí está registrado es que el año de 1890, el entonces gobernador del estado, Mariano Martínez de Castro, contrató al ingeniero—arquitecto don Luis F. Molina para que rediseñara esta nuestra ciudad, pues todavía daba la imagen de ser un villorrio de calles retorcidas, de casas de adobe achaparradas y corrales con ganado. De ahí que  aquel diseñador y constructor empezó sus trabajos, creando una serie de obras de lo más bellas y modernas: El teatro Apolo, ahora edificio Clouthier; le siguió El colegio civil Rosales, ahora oficinas de la UAS; la cárcel pública, hoy ISIC, la presidencia municipal, ahora Museo Histórico de Sinaloa; Escuela Benito Juárez, ahora Escuela Libre de derecho; Puente Cañedo, ahora Miguel Hidalgo, Mercado Garmendia, y el bulevar 2 de abril, ahora Francisco I. Madero. Todas estas creaciones dieron esplendor, belleza y forma a nuestro Culiacán a principios del siglo XX.

Volviendo al particular caso del edificio que ocupa el archivo general de nuestro estado, después de haber sido ocupado como escuela —no se precisan fechas—, se convirtió en una propiedad privada, no se sabe de quién, y se usaba como casa habitación y almacén de granos, pastura y productos diversos que ahí se comerciaban. Después fue sede del gobierno, desde donde se controlaban los tres estancos (vulgos monopolios) que el gobierno manejaba: tabacos, vinos y naipes. Pero en el año de 1895, el ingeniero Molina, por órdenes del Gobernador, se dio a la tarea de remodelarlo, prácticamente lo reconstruyó totalmente pues también lo amplió con una segunda planta, lo convirtió en el espléndido y funcional edificio que es ahora, y de inmediato fue ocupado como Palacio de Gobierno, esto fue desde 1901 a 1962, y en 1963 se convirtió en sede de la Procuraduría de Justicia del Estado de Sinaloa.

Respiro profundo y cierro los ojos para recordar aquel pasaje. Fue en el mes de enero de 1965, en una pendencia callejera, de mi faceta de “rebelde sin causa”; fui el único detenido y me achacaron la gravedad del saldo: un herido. Fui remitido a la celda de la procuraduría, era sábado y no había atención oficial que me permitiera salir. Mi hermano Enrique me llevó una cobija, me enrosqué y me dormí. Al filo de las tres de la madrugada, cuando me encontraba en lo más profundo del sueño, voces rasposas me despertaron. Un soldado acompañado del celador abrieron la cerradura que además estaba asegurada por cadena y pesado candado, y al instante entraron en fila 15 reos que formaban una cuerda; así se le distinguía: cuerda, porque eran sacados de la cárcel del Estado, que estaba en Buelna y Paliza, y amarrados con una soga eran llevados, custodiados por soldados, a los separos de la procuraduría, para de ahí ser subidos a un camión que los llevaría a Mazatlán, de donde partirían al penal de “los muros de agua”, como registrara José Revueltas a las Islas Marías en su novela de aquel nombre.

Ante el impacto de aquella inesperada invasión, me sentí  asustado y confundido. En un principio pensé que podía ser llevado con aquellos, que tenían pinta de rufianes hechos de experiencias mil. El Chunguis, amigo vecino de la Colonia Mazatlán, (colmaz), iba entre la bola. De inmediato me conoció.

—¿Qué ondas mi Lión, qué haces aquí? —me preguntó con rostro de sorpresa.

—No, pues tuve una bronca; nada serio.

—Debe ser, porque si no, lo hubieran llevado a la grande directo.

—Así es.

—Pero sabe qué, mi Lión. Pórtese bien, tiene madre, padre y buenos carnales; no la riegue. Mírese en este espejo; voy con una sentencia que de seguro me va enterrar allá. En eso estaba, cuando nos interrumpió otro, tenía aspecto de serrano: alto, delgado, correoso y mirada de buitre. Terció diciendo:

—Hágale caso a su compa, todos los que vamos a esa isla, lo más seguro es que no regresemos. Yo, llevo una sentencia de 30 años, ya tengo 40; no la voy hacer; pero no me puede; me sentenciaron por dos que troce allá pa´ arriba; nunca sabrán que me cargué a más de veinte. Y qué bueno, porque entonces sí, me dan pa´abajo. Terminó diciendo con cínica sonrisa.

Nos acostamos en el piso, acomodados como sardinas. No pude dormir, en la penumbra miraba como una araña trabajaba, eso me entretuvo; a las cinco llegó un pelotón de soldados, titiritando los sacaron y en fila se los llevaron directos al camión.

Al día siguiente, después de una serie de investigaciones y tras el pago de una multa salí; la variedad de piojos que me invadió me duró varios días, esto, y el recuerdo de aquellos infelices, se quedó para siempre en mí.

El Archivo Histórico General de Sinaloa es parte de nuestro orgullo; por la fachada de su edificio que corresponde a su belleza y funcionalidad interior; cuenta con auditorio, archivo, biblioteca y oficinas, un patio central adoquinado, una escalera espaciosa y bella  acorde al conjunto que luce pasillos con bellos arcos, puertas con marcos de cedro; caminar por ese espacio y disfrutar de su biblioteca da paz y sabiduría. Por todo ello, debemos reconocer a sus capitanes: el director Gilberto López Alanís, y al administrador Carlos Bastidas.

leonidasalfarobedolla.com

P.D. Hoy 7 de junio votaremos para crear, entre otras encomiendas, una nueva etapa de la legislatura federal. A ustedes que a partir de mañana serán reconocidos como posible: Diputado Federal, les podría pedir que cambiaran el sistema económico actual que sólo favorece a la plutocracia y a ustedes; pero como sé que les resulta imposible, por eso les pido algo más factible: cambien el sistema solar; ¡nos estamos achicharrando!

 

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