Siendo el primer Obispo de Sinaloa, don José de Jesús María Uriarte y Pérez puso la primera piedra del todavía impresionante edificio que motiva este escrito; esto ocurrió en el año de 1880, se terminó de construir en 1887 y fue inaugurado como hospital cinco meses después de la muerte de su fundador, según afirma la historia. Esto fue el 16 de julio de aquel año.
Sin embargo, el nombre del nosocomio es en honor a don Carmen Amador, quien junto con la familia Uriarte aportó los recursos para la construcción. El edificio impone su estilo, es sobrio, fuerte, pertenece a una arquitectura neoclásica; sus grandes ventanas están reforzadas con barras de acero y con gruesas puertas de madera que se aprecian por los cuatro costados, la entrada principal se encuentra por la calle Miguel Hidalgo; las otras calles que forman esa gran manzana son la Benito Juárez, Aquiles Serdán y Aldama.
Don José de Jesús María Uriarte y Pérez nació el 26 de mayo de 1825 en el rancho de Batopito, Badiraguato, Sinaloa. Su vida merece mención aparte, pues sufrió persecuciones y torturas injustas —junto con otro soldado de Dios, el ilustrísimo don Pedro Loza— de parte del gobierno de don Plácido Vega. Fue un benefactor sacrificado que no le importó arriesgar su vida para dar alivio, tanto físico como espiritual, cuando Sinaloa fue atacado por la fiebre amarilla en 1883.
Volviendo al edificio, es asombroso admirarlo tanto por fuera como por dentro. Adentro se respira una paz propia de un nosocomio auspiciado por la santa iglesia, en donde profesionistas calificados y con espíritu humanista atienden a los enfermos. Existe un área de enfermería, otra de hospital, asilo para personas de edad avanzada y celdas para enfermos mentales; al centro lo embellece un jardín y árboles de mango rebosantes de fruto. Ahora está casi totalmente remozado, da gusto ver que fue respetada su fisonomía. La capilla, donde aún se ofrecen los oficios propios de la liturgia católica, es un rincón de elegancia sobria que invita a meditar.
Esto es lo que caracteriza a este edificio, y por ello, también nos remonta a la nostalgia. Siempre se le consideró el manicomio de la ciudad. Un lugar donde los enfermos mentales ahí hospitalizados eran “locos peligrosos”. La mayoría de los pobladores culichis de las décadas 50, 60 y 70 del siglo pasado, así lo imaginábamos, y que aquellos eran atendidos en mazmorras insalubres, carcomidas y nauseabundas por agresivos y despiadados enfermeros de mente también desviada. Eso jamás existió, sólo eran suposiciones inspiradas por el morbo colectivo.
Muchas son las anécdotas e historias que refieren al Hospital del Carmen. Una de ellas, surgida del imaginario del pópulo dice: “hubo una vez un loquito huésped permanente del nosocomio, que solía subirse a lo alto del edificio, y en su loquera, manifestaba haciendo ademanes que simulaban una pistola, disparaba a todos los que por ahí pasaban, ¡pum, pum, pum! Pero un día, uno de aquellos caminantes contestó con el mismo ademán, ¡pum, pum, pum! ¡Ooouh, me has dado!, exclamó el loquito ¡Y se dejó caer al vacío!”
También se dice que había algunos que se creían Napoleón, Hitler, Sócrates, Pancho Villa, Benito Juárez, Juana La Loca —Juana de Arco—, Carlota Amalia, Sor Juana Inés de la Cruz. Pero creo que esto también pertenece al chisme. Lo cierto es que la locura es algo muy cercano a cualquier ser que se considere cuerdo.
Yo, en lo personal admito que por momentos me trastorno, a veces por causa de una mujer. Existen mujeres que sin querer, pero sospecho que la mayor de las veces de manera intencional, se las ingenian para alterar la psiquis del hombre. Sobre todo cuando ese hombre se enamora sin poder evitarlo, es tanta la influencia que ella ejerce, y ese pobre empieza a construir escenas o situaciones que solo en su mente son posibles, porque aquella, ni en cuenta, vive en una galaxia lejana. Finalmente aquel, de pronto, está mirando los fríos barrotes del Hospital del Carmen.
Pero qué otras razones nos pueden acercar a la locura, aunque sospecho que debo decir, rebasar los límites de la cordura; hace tiempo alguien dijo: “de escritor, inventor y loco. Todos tenemos un poco”. Por eso, miremos a nuestro alrededor, basta un instante de atención para darnos cuenta que los síntomas de la locura se aprecian por doquier; sobre todo en lugares donde asiste mucha gente, que poco o nada, tiene en que ocuparse, se les puede ver en las plazuelas, cafés y antros. Es fácil identificarlos, llevan la vista enajenada sobre un celular, tableta o aparato similar.
Pero los que ahora hacen culto a la locura son los pretensos al hueso, si, no le hagas al loco, me refiero a ti, que andas tras un escaño. Ten mucho cuidado, si llegas a la meta, no te confundas, porque de servir a servirte, la aparente diferencia es sencilla, pero es diametralmente opuesta; y ahora con eso de que todos somos vigilados hasta en la intimidad, pues ya no es fácil engañar. Si no logras tu hueso, digo, tu escaño, pon los pies en la tierra, tranquilo, piensa en trabajar, es bueno para relajarte, y también para comprender a la gente común, como yo, que estamos hartos de los políticos tranzas. Si finalmente enloqueces por no aceptar tu realidad, no te preocupes, alguien te llevará al Hospital del Carmen.
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