La odisea de Joel: Migrantes en rumbo al sueño americano

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Emma Leyva 

Joel Antonio viene de Tegucigalpa, la capital de Honduras, está en busca del sueño americano, en cuyo trayecto Culiacán es sólo otra parada más.

Ya fue deportado por diez años desde los Estados Unidos, pero su esposa y dos hijos de 9 y 4 años viven allá. Él espera poder cruzar hacia Estados Unidos para poder vivir con ellos de nuevo.

Por calles y cruceros de una ciudad que no conoce, hace faena entre los carros, pidiendo algo de dinero o ayuda que le puedan ofrecer.

Viste una camisa blanca y pantalones anchos, con la mochila al hombro y cobija en mano, sale de donde ha dormido durante una semana (atrás de la capilla de Malverde), a sortearse el día con la esperanza de no ser deportado.

El, como otros migrantes de varios estados de la república, Centroamérica y Sudamérica, se refugian y crean sus propias casas improvisadas.

“Ahí en el canal de atrás (ubicado en Recursos Hidráulicos, a un costado de las vías) me bañé y lavé mi ropa. Andaba todo sucio, y yo no me animo a salir a pedir dinero todo sucio. La gente no te ve igual”.

Joel lleva más de dos meses desde que salió de su tierra y subió al tren. Dijo que “la verdad lo que estamos esperando es juntar una latas para llevar comida, porque el tren no se para, antes de llegar acá lo agarramos desde Guadalajara y no se paró hasta llegar a Mazatlán y de ahí hasta acá”.

Como muchos de sus paisanos, Joel viene huyendo de la condición de pobreza y desempleo que vive en su país, en donde con una población de 8.5 millones de habitantes, se estima que casi 6 millones son pobres.

Durante el recorrido, del total de personas que se embarcan en el viaje, muy pocos avanzan hasta el norte.

“Veníamos como unos treinta, agarramos el tren en Arriaga (Chiapas); al Distrito Federal llegamos como unos quince nomás, porque se suben los mismos “mareros”, lo que son de la Mara Salvatrucha, mismos paisanos de nosotros y ellos nos asaltan, y uno pues no trae nada”.

Alma Lizárraga, estudiante de la Facultad de Ciencias Sociales de la UAS en Mazatlán, ha estudiado el fenómeno para la realización de su tesis. Indica que diversas publicaciones han señalado que el estado más violento para los centroamericanos por la ruta de occidente es Sinaloa.

Informa que los migrantes coinciden en que Mazatlán es la parte más peligrosa para cruzar, por eso prefieren bajarse del tren y tomar un camión. De lo contrario se exponen a más abusos.

Las agresiones no paran, según una encuesta aplicada a los migrantes centroamericanos entre julio y agosto de 2013 a su paso por Mazatlán, se detectaron 80 casos en los que habían sufrido al menos una agresión. Según la nacionalidad, las victimas son: hondureños con 44 por ciento, le siguen los guatemaltecos con 24 por ciento, nicaragüenses con 19 por ciento y por último, salvadoreños, con un 13 por ciento.

Blas Valenzuela, doctor en Ciencias Sociales e investigador de este fenómeno social comentó que “el problema del abuso de los migrantes es sistemático, no es circunstancial, hay toda una red articulada a lo largo del todo el camino, el abuso de todos los migrantes por México es prácticamente delincuencia organizada, muy al sur son las pandillas”.

Comentó que curiosamente conforme avanzan al norte, uno de los principales problemas que enfrentan son el abuso de las policías municipales, principal obstáculo a vencer, siendo que la ley de migración en México dejó recientemente de criminalizar el tránsito por el país.

También indicó que las violaciones son muy frecuentes, que de hecho las mujeres centroamericanas que deciden hacer tránsito por México, ya muchas de ellas vienen con tratamiento de pastillas anticonceptivas, pues están casi seguras que las van a violar; de ese tamaño es el abuso.

El paso por Culiacán 

En Culiacán existe la llamada Oficina del Pueblo que se encuentra casi enfrente de la capilla de Malverde, organización que ofrece apoyo y abrigo a los indocumentados que residen temporalmente en la ciudad.

Un edificio con dos, tres sillones, y unas cuantas sillas, pero al menos es un techo seguro donde los “trampas” pueden pasar la noche.

A este lugar llegan diversas personas buscando refugio, ya sea porque no han tenido que comer en todo el día, porque quisieran poder darse un baño con agua que no sea de ningún canal o para poder hacer una llamada a sus familiares y avisar que aún están en el trayecto.

Salomón Monárrez Meraz, dirigente de esta institución, recibe diariamente a esos hombres y mujeres bañados de sol, paso cansado y mirada caída.

“Cuando recién llegan, como ellos no conocen aquí, vienen como perseguidos, en la forma de ver y nomás llegan aquí y se bañan, se sienten seguros. Ellos se cuidan de todo lo que se mueve”.

El año pasado atendió a un aproximado de 600 migrantes, a quienes se les ofreció alojo y comida. De ellos, el 10 por ciento fueron deportados a su ciudad de origen. Un 5 por ciento eran mexicanos.

Joel es parte de esos migrantes que se arriesgan en busca de un mejor destino y él lo único que quiere es llegar al norte:

“Mi plan es llegar a la frontera a Mexicali, y de ahí hablarle a la familia y si se puede, tratar de cruzar para el otro lado; si no, pues ahí quedarme en la frontera, ahí de perdida y consigo algún trabajo, establecerme para que la familia me esté yendo a ver”.

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