Puntos de nostalgia IX: Mercadito Rafael Buelna

mercado

Voy a contar un corrido, de un hombre que fue minero

Lo corrieron del trabajo, le robaron su dinero

Por no darle los tres meses, lo criminaron ratero

Ese fue Tino Nevares, el famoso barretero.

 

Leónidas Alfaro

Este corrido cobró fama en los años cincuenta en Sinaloa y otros lugares; y aunque los hechos que lo originaron ocurrieron en Tayoltita, Durango, sin duda el Mercadito Rafael Buelna es el punto de nostalgia que abona mucho a tales acontecimientos.

Sucede que desde entonces ahí llegan las tranvías, que no lo son, pero así distinguen sus usuarios a los camiones tropicales que cubren las rutas de las zonas serranas; una de estas es la de Cosalá. Desde los tiempos de Heraclio Bernal, legendario por sus hazañas, al revelarse por razones parecidas a la de Nevares, en contra de los dueños de la mina de Guadalupe de los Reyes. Entre el ir y venir, la gente se arremolinaba en torno a las tranvías que llegaban de la sierra, querían saber de las noticias de aquel bandido que al frente de un puñado de hombres armados con ametralladoras Thomson y pistolas escuadra se enfrentaban a las fuerzas del General Jesús Arias, allá en la sierra.

Un asalto a la mina, Tino Nevares robaba

Cuando llegaron las fuerzas, del General Jesús Arias

Diciendo que se rindiera, porque  si no lo mataban

Que la orden venía del centro, para que lo fusilaran

 

Al estacionarse la tranvía, el chofer ordenaba bajar los enseres que venían en el capacete: cacaxtles con pollos, gallinas y puercos, javas con quesos y asaderas, tercios de cáscaras y ramas de herbolaria medicinales y, también latas mantequeras; éstas eran llevadas con mucho celo por sus dueños, miraban nerviosos para todos lados; rápido entraban a las tiendas donde a discreción sacaban aquellas bolas oscuras, y de inmediato negociaban el trueque: una bola de goma por tres cobijas, dos pantalones, dos camisas, diez metros de tela percal y cien pesos para celebrar en la zona roja, sí, la de la Caseta cuatro.

Al día siguiente se trataban los arados y herramientas para los quehaceres del rancho. Y como los montes encierran peligros, era necesario tener un arma, no nada más para defenderse de los animales de uña, sino de aquellos que pierden la razón, ya sea por los desesperos que causa la pobreza, o la envidia que es mala consejera; entonces era necesario ir a la armería, la que estaba en Hidalgo y Serdán. Para todo eso y más alcanzaba el valor de las bolas que daban la amapola.

 

Tino Nevares contesta, señor no soy tu borrego

Tú apaciguaste al Culichi, le diste muerte a Gastélum

Llevaste preso al Gitano, que era mi fiel compañero

Conmigo te das balazos, antes que ser prisionero.

 

El Mercadito Rafael Buelna es un edificio sobrio; se nota que fue pensado únicamente para ser un lugar de servicio, su nave principal abriga en cadena cuatro hileras de puestos que expenden principalmente productos comestibles; se complementa con un área de puestos que comercian todo lo que pueden necesitar en la zona rural, de ahí que el ambiente impuesto por personas de aquellos orígenes no difiere al de la lejana década; se extraña sí, el cine Alcázar, donde se podían ver hasta tres películas por el pago de un boleto, y los martes eran de al 2 x 1; también se extrañan las carretas jaladas por burros o mulas que llegaban de El Ranchito, La Lima o El Barrio; y aunque mucha de aquellas gentes andaban con pistola fajada discretamente bajo la camisa, se respiraba un ambiente de intenso comercio que se trataba con el habla fuerte y clara del sinaloense, pero sin inspirar la tensión de peligro. En una ocasión uno que entró al cine con media de tequila entre pecho y espalda, al ver una escena donde el villano abusaba de la bella dama, sacó una súper 38 y la descargó contra la pantalla provocando el corredero de cinéfilos. No, allí no había violencia; estaba en otra parte.

Se agarraron a balazos, las metrallas funcionaron

Tino contestaba el fuego, con pura Thomson y escuadra

Se burlaba de los guachos, del General Jesús Arias.

 

Al llegar al Mercadito Rafael Buelna, uno experimenta la sensación de regresar en el tiempo, no nada más por la fisonomía cincuentera del entorno, sino porque aún encontramos talabarterías que fabrican sillas para montar y todo lo que requiera un jinete para su montura; las tiendas que ofrecen sombreros, huaraches, catres; ferreterías que venden arados, bombas para achique y todo tipo de herramienta para las faenas del campo; también están las cenadurías con la clásica variedad de delicias estilo Sinaloa; tampoco han sucumbido las menuderías donde por las madrugadas llegamos los trasnochadores a retardar la cruda.

—Doña Meche, le encargo uno con pata, cebolla, cilantro, limón y chile piquín. Rápido, que ya me anda…

—No me apures; no soy tu criada. Pues mira este… ¡Hazte perro!

 

Mina de nuestra Señora, de Cosalá y otros lugares

Donde pasaron los hechos, de Florentino Nevares                                                                                

Donde quedaron tirados, rebeldes y federales

Tino se fue pa´ la sierra, en compañía de un compadre.

 

leonidasalfarobedolla.com

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