Meses de dedicación, clases de actuación, modelaje, casting y por lo menos dos horas con el rostro tenso para ser maquillado, es parte del proceso que hay atrás de las sonrisas que pasean por el malecón de Mazatlán a bordo de los carros alegóricos.
Martha, de apenas 15 años, figura estilizada, hermosos ojos con pestañas postizas y maquillaje de fantasía, llegó casi corriendo al segundo desfile del carnaval.
Acompañada por su mamá, daba los últimos toques al penacho y los adornos que pendían de sus muñecas.
Su sonrisa lo dice todo; no importa las horas que esperó para que le pusieran las enormes uñas doradas, tampoco otras tantas para que la maquillaran; el esfuerzo vale la pena, dice, y espera ser elegida para ser la imagen en el Carnaval del 2016.
Y para eso se prepara: clases de jazz, colaboración en una estación de radio y una intensa disciplina para alcanzar sus metas.
Y no sólo Martha forma parte de esta cultura e idiosincrasia marismeña; decenas de niñas y niños, jovencitas y adultos que forman parte de este festejo invierten dedicación, tiempo y dinero.
Y no es para menos, los ojos de por lo menos cien mil asistentes ansiosos que buscan vivir el carnaval al máximo, no dejan ir el más mínimo detalle.
El martes, previo al segundo y último desfile de Carnaval, los participantes fueron citados a diferentes horas, y ahí estuvieron, algunos de ellos desde las 12 horas, hasta aquellos que se confiaron y llegaron 10 minutos antes de las 16:30.
El trajín vespertino se alteró con la presencia del cantante Espinoza Paz, quien llegó a alborotar, principalmente a los jóvenes, que buscaban una foto con el artista.
Las caras lavadas, los trajes recién planchados, los toques de maquillaje a última hora no faltaron. Como tampoco el ayuno obligado, pues las prisas y la logística del evento no les permitieron comer.
Pero no faltó el agua, las frituras ni los dulces. Tampoco el juego de los que siguen siendo niños y se divierten, aunque el desfile les cause estragos en los pies y les roce la piel ese traje excéntrico cargado de brillo y color.
La “Sirenita”, imperturbable, colgaba su cola en el cofre del camión del Acuario y posaba sonriente para las cámaras, retocando de vez en cuando su maquillaje enmarcado por el cabello rojo.
Los días de ensayos, prácticas y pruebas de vestuario llegaron a su fin. El desfile es el gran día para lucir, pese al hambre y el cansancio.
Nadie debe notarlo, ni saber lo que se deja atrás, ni las horas previas al recorrido que deben esperar, con los zapatos en la mano, sentados en las banquetas, ansiando que llegue la hora.
El compañerismo dicta que se debe compartir hasta la última gota de agua, la comida, el sushi, los tacos, las frituras que ayudan a mitigar el hambre, pero ¿qué importa?, ¡es carnaval!, una vez al año, aunque en ello se lleve consigo el desgaste físico y estrés para que todo salga bien.