Dibujas y te mato

CHARLIE

Entre los variados significados que tiene la palabra sátira, el Diccionario de la Real Academia Española incluye el de discurso o dicho agudo, picante y mordaz, dirigido a poner en ridículo a alguien o algo. Eso de discurso hace mucho que dejó de referirse sólo a la escritura y las imágenes satíricas forman parte de nuestra comunicación cotidiana.

Desde la invención de la prensa y los periódicos, las ilustraciones han acompañado a los medios de comunicación, además de haberse convertido, en sí mismas, en formas de expresión artística. El tatarabuelo de los cómics norteamericanos, The yellow kid o El niño amarillo, fue la estrella del New York World de Joseph Pullitzer y después del New York Journal de William Randolph Hearst.

Además de dar origen a una de las primeras disputas legales por derechos de autor sobre personajes del cómic, The yellow kid fue ampliamente popular a fines del siglo XIX gracias a que su autor, Richard F. Outcault, logró sintetizar el dialecto de los inmigrantes, pero también a que fue el primer cómic que empleó el color en sus tiras. El primer color cuya tinta pudo crearse, además del negro, fue el amarillo, de ahí el nombre del chico cuyo camisón siempre apareció en ese color.

The yellow kid fue por supuesto una sátira, en la mejor tradición de los caricaturistas del siglo XIX que exageraban las características físicas o las personalidades de los sujetos representados. Si la sátira tiene por objeto ridiculizar y ésta pretende mover a la risa, la caricatura es el medio ideal para hacerla.

Sátiras también fueron muchas ilustraciones de José Guadalupe Posada y de las aparecidas en el Hijo del Ahuizote. La tendencia a la burla de caricaturistas o moneros, hace de su vena satírica una tradición que se relaciona directamente con su popularidad.

Por eso la sección de cartones y tiras cómicas de los periódicos son parte principal del atractivo para sus lectores. Los trabajos de moneros como Rogelio Naranjo, Rius, Manuel Ahumada, Magú, Luis Fernando o Ricardo Bobadilla son reconocidos y apreciados por sus lectores. Lo que es más, ellos son parte integral del éxito de sus respectivos medios.

Y por supuesto, la sátira, la risa, en ocasiones lastiman al sujeto que se ridiculiza. Parece que no tiene que ver tanto con la veracidad o falsedad del mensaje, sino con la burla en sí misma. Tal vez sea este aspecto la razón por la cual muchos líderes detestan ver sus caricaturas en la prensa y culpan de ello a los moneros.

Una de las herramientas que los caricaturistas emplean para hacer la sátira es lo que los artistas japoneses llaman “deforume”, o sea, la exageración, simplificación o abstracción de ciertos rasgos característicos de una persona. Otra es lo que el maestro español Román Gubern denomina “metonimia”, esto es, la representación de las virtudes morales, o su ausencia, mediante las cualidades de belleza o fealdad de la caricatura, que incluyen ocasionalmente la incorporación de atributos animales como cola de rata, cuerpo de asno, etcétera.

Pero a muchos políticos, empresarios o fanáticos religiosos sigue sin gustarles la opción de aparecer ridiculizados en los diarios. Sinaloa no es la excepción. A fines de 2001 Jesús Manuel Patrón Montalvo denunció por difamación a Gilberto Ceceña, por cartones en los cuales lo dibujaba con apariencia de ratón o rata. En 2012 Héctor Melesio Cuén Ojeda arremetió contra el Avecé. Los exabruptos no pasaron de ahí.

En otras latitudes las cosas son más preocupantes. El 25 de enero de 2011, el laureado caricaturista sirio Ali Ferzat fue forzado a bajar de su vehículo por un grupo de personas armadas y enmascaradas en el centro de Damasco. Después de golpearlo y fracturarle ambas manos como advertencia, fue tirado a un lado de la carretera rumbo al aeropuerto de dicha capital, no sin antes amenazarlo con que dejara de satirizar al grupo cercano a Bashar al-Assad.

Pero lo ocurrido en París el pasado 8 de enero en las oficinas de la revista Charlie Hebdo fue un acto de barbarie, aunque sus promotores, ejecutores y defensores quieran ver en él algo de retribución que paga la ofensa de burlarse del profeta Mahoma. El asesinato de los doce colaboradores del semanario es el nivel de censura más alto que pueda imponerse por la fuerza. Y es la ceguera, la imbecilidad de la fuerza bruta, lo que la hará fracasar.

Criticar, ridiculizar, satirizar, son acciones absolutamente humanas, necesarias para espolear nuestros ideales, convicciones y cultura en general. No culpes al Islam paisano sino a la estupidez, y ésta por desgracia, también es universal.

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