En Irlanda, los celtas creían que había un momento del año en el cual se levantaba el velo que separa el mundo de los mortales y el mundo sobrenatural. Lo celebraban al finalizar la época de la cosecha, en la noche del 31 de octubre y la madrugada del 1 de noviembre. Lo llamaron Samhain y el cristianismo hizo coincidir la celebración con la vigilia de la fiesta de Todos los Santos, lo que con posterioridad daría lugar al hoy famoso Halloween.
Entre los aztecas, durante el mes de agosto, se llevaban a cabo las celebraciones para honrar a los muertos, que eran presididas por la diosa Mictecacíhuatl, esposa de Mictlantecuhtli, Señor de Mictlan. Tras la derrota de Tenochtitlan, los españoles trasladaron la fiesta al día de Todos los Santos.
Celebrar a los muertos y la muerte lleva implícita la idea del temor a lo que pudiera significar el fin de la vida, o al menos, miedo a la existencia de lo sobrenatural, a la presencia de otras realidades para las que no estamos preparados.
Lo curioso es que ambas tradiciones, en opinión de muchos, compiten por nuestra preferencia queriéndose enfrentar desde puntos culturales opuestos. La moda anglosajona o norteamericana contra la fiesta tradicional mexicana. Parece que aquí también se esconden los miedos a la pérdida de la identidad nacional, como si se tratara de un fenómeno estático que no se ve sujeto a influencias y cambios.
Muchos chavos, en uno y otro lado de la frontera, simple y sencillamente decidieron dejar atrás toda esta palabrería y ya apuntan el nuevo sincretismo que amalgama ambas fiestas en lo que llaman Hallo-muertos. Detractores en tres, dos, uno.
Total que nos da miedo la muerte y los muertos, que se modernicen las tradiciones y que en este mundo operen fuerzas sobrenaturales. A estos miedos los banalizamos con calabazas y calaveritas, con dulces y chocolate, con disfraces y risas. Así es más fácil ignorarlos.
Pero ¿y el país, paisano? ¿No te da miedo? ¿Cómo no tener miedo ante la violencia, el narco o la impunidad? ¿Cómo voltear hacia otro lado? ¿Cómo banalizar lo acontecido en Ayotzinapa, en Tlatlaya, en Sinaloa?
El desarrollo de los hechos a partir de que los crímenes fueron cometidos, nos lleva a reflexionar que hace mucho estos problemas dejaron de estar circunscritos a meros procesos de investigación delictiva. Ahora hay mucho más en juego que simples consignaciones o detenciones.
Las ejecuciones extrajudiciales en Tlatlaya, las ausencias de los 43 muchachos en Ayotzinapa, la impunidad lacerante del asesinato de Atilano Román, ponen de manifiesto no sólo la falta de acción oportuna por parte del sistema de seguridad del país. Esto no sólo es cosa de policías, soldados y agentes del Ministerio Público.
El miedo no es eterno. El miedo pasa y deja tras de sí la necesidad de otros sentimientos. Detrás del miedo vienen la impotencia, el coraje, el odio. Ya cayó el gobernador de Guerrero y no me queda claro que eso solucione el tema. Detendrán incluso al ex alcalde de Iguala y su esposa y probablemente los reclamos continúen.
Porque lo que se plantea no es ya un simple accionar del aparato de justicia penal, sino sacudir al país de las ataduras de la corrupción que tantas condiciones provee para que existan el crimen y la impunidad en todos los rincones de México. El tema, como siempre, es encontrar la justicia social.
Pobres de los actores públicos que no sepan descifrar los acontecimientos que movilizan a los mexicanos. Pobres de las figuras políticas que quieran montarse en las manifestaciones aplicando esquemas anquilosados de atención a los reclamos sociales. Serán superados por una realidad para la que nunca se prepararon, porque decidieron suprimirla.
Las balas, las tripas, los charcos de sangre, esta gran escena del crimen en que se ha convertido México, nos recuerda que el velo de nuestro confort ha caído, y revela otras realidades más profundas, más dolorosas, que ignoramos habitualmente porque no circulamos en ellas.
Y sin embargo ahí están. Las fosas, las ejecuciones, los desaparecidos, la palabrería. Últimamente parece que todos los días son de muertos y eso no puede ser, no es posible tolerarlo ya. Hay que cambiar al país, hay que cambiar el hogar. No vaya a ser que, cuando encontremos otra fosa, miremos en el fondo y seamos nosotros, paisana. Eso sí sería de miedo.
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