Las pequeñas muertes

feminicidios
“Una pequeña muerte contiene tantas otras.” Paco Ignacio Taibo II
Los actos masivos apabullan. La multiplicación de lo cotidiano hace relativa su importancia. Parece que la frase célebre atribuida a Iósif Stalin sigue vigente: “La muerte de un hombre es una tragedia, la muerte de millones es una estadística.”
Según nota del Malayerba para La Jornada del 14 de octubre pasado, el Centro de Políticas de Género para la Equidad entre Mujeres y Hombres de la Universidad Autónoma de Sinaloa ha documentado 68 asesinatos de mujeres en 2014, de los cuales la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) sólo reconoce como feminicidios a 14 casos.
Y empieza la danza de los números, porque la PGJE sólo tiene documentados 39 homicidios dolosos del género femenino y el diputado Ramón Lucas Lizárraga solicitó que se emita la alerta de género, pero la senadora Diva Hadamira Gastélum opina que “la alerta de género era letra muerta y creo que el gobernador Malova está buscando por todos los medios cómo bajar todos esos índices tan altos que hemos tenido de feminicidios” (portal de Fuentes Fidedignas, 13 de octubre).
El tema se vuelve político, el tema se convierte en concurso de aritmética, el tema se aleja de las víctimas. Más allá de consideraciones de conveniencia política, el feminicidio implica la muerte de un ser humano y esto es lo verdaderamente importante: recuperar a las mujeres que la violencia elimina.
La Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia de Sinaloa define a la violencia feminicida como la forma extrema de violencia de género contra las mujeres, producto de la violación de sus derechos humanos, conformada por el conjunto de conductas misóginas que pueden conllevar impunidad y culminar en homicidio y otras formas de muerte violenta de mujeres, con perturbación social o la existencia de un agravio que impida el ejercicio pleno de los derechos humanos de las mujeres.
El concepto es tan complejo que la acreditación jurídica de la violencia feminicida en nuestro estado pasa por establecer que junto con ella existen: 1) violaciones de derechos humanos; 2) conductas misóginas; 3) perturbación social; o 4) un agravio que obstaculiza el ejercicio de las libertades fundamentales de las mujeres.
Lo positivo es que esa misma ley establece que este tipo de violencia será prevenida por el Gobierno del Estado y los Ayuntamientos mediante un programa permanente de promoción al respeto de todos los derechos de las mujeres.
¿Conoces este programa paisana? ¿Sabes si se implementa en tu municipio? ¿Su aplicación es vigilada por la Comisión Estatal de Derechos Humanos? Parece claro que la prevención del feminicidio ha fallado en Sinaloa, independientemente de la existencia del programa y del presupuesto que lo soporte.
Más allá del problema político que significa la declaratoria, o falta de esta, de alerta de género, lo trascendente es evitar más asesinatos de mujeres en nuestro estado. Si para ello es necesario que los gobiernos elaboren e implementen un programa de prevención, hay que exigirlo por las vías legales.
Si no existe, esto constituye una omisión a los deberes legales de las autoridades. Y en tanto, tema de prerrogativas fundamentales puede ser reclamado acudiendo a los tribunales federales, e incluso, ante el sistema interamericano de derechos humanos.
Desde fines del siglo XX la Comisión Interamericana de Mujeres promueve el Programa Interamericano sobre la promoción de los derechos humanos de la mujer y la equidad e igualdad de género. Entre sus propuestas incluye crear o fortalecer las instituciones nacionales responsables del desarrollo de la mujer, proveerlas de recursos humanos, financieros y materiales suficientes y asignarles autoridad al más alto nivel de la administración.
Así que no hay excusa para seguir pasmado ante los asesinatos de mujeres en Sinaloa. Y tampoco se justifica minimizarlos, enredarlos en argumentos políticos o retrasarlos hasta conciliar la aritmética. Hay que actuar desde la sociedad civil y desde el gobierno porque ninguna muerte es pequeña.
Las víctimas merecen ser recuperadas mediante la memoria, las cifras deben reflejar personas. Y las personas significan presencias y ausencias. Las víctimas nos representan a todos. Las víctimas somos todos. Cuando lo olvidamos, cuando lo ignoramos, cuando lo toleramos, permitimos que el alma de Sinaloa se siga poblando de tumbas.

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