La burbuja de la nostalgia

Ana oscar fidel la burbuja
Para Aldo Rodríguez
Paisano ¿cuántas veces al día es normal escuchar en la radio Rapsodia Bohemia? En el Culiacán de los años setenta no escuché jamás ese tipo de música. Mucho menos arriba del Mandarina, Pemex-Quintas o el Cucas.
En esa época, si te gustaban los Beatles, Credence Clearwater Revival o Queen, tenías que perseguir sus discos para escuchar la música. Así que siempre andabas a la caza del track-8, el cassette o el acetato de 45 ó 33 revoluciones por minuto. Eras experto en comprar agujas para el tocadiscos de tu consola, a la que no podía faltarle el veinte de cobre o el peso para que el brazo del tocadiscos no brincara y rayara tu colección.
Nos hicimos melómanos escuchando música junto a los amigos, intercambiando discos, grabando cassettes a los que poníamos los nombres más cursis, exactamente igual a quienes en su iPod tienen un playlist llamado The soundtrack of my life.
El disco no sólo era un pedazo de plástico redondo. Apreciabas desde el color del vinilo, el forro, las etiquetas del centro del disco, si traía o no la letra de las canciones. Y aunque no hubieras escuchado hablar de Hipgnosis, entendías que algo artístico ocurría en muchas de las portadas.
Eran otros tiempos. El escaso dinero con que contábamos había que distribuirlo bien entre ir al cine, comprar música, libros o cómics. Para cualquiera de estas cosas recorrías la ciudad buscando novedades.
Así fuimos creando nuestro gusto musical, un tanto al margen de la programación de las estaciones de radio. Quienes tuvimos la oportunidad de salir a estudiar a otras ciudades nos encontramos con la sorpresa de las estaciones de FM dedicadas exclusivamente a la música en inglés.
De una manera o de otra ampliamos nuestro catálogo de grupos, empezamos a escuchar jazz, country o blues, nos dimos cuenta que las melodías de muchas de las caricaturas de Bugs Bunny tenían nombres rimbombantes de la alcurnia de la música clásica. Pero lo más importante, se iban depurando nuestras preferencias.
Por eso era importante tener una buena recopilación de las obras musicales de nuestros grupos y autores preferidos. Primero en discos, después en cassettes, luego en CeDés y actualmente en mp3 y de vuelta al vinilo. De esta manera, si querías escuchar Her Majesty de los Beatles, tenías que poner el disco en la tornamesa.
Paisana ¿cuántas veces al día es normal escuchar Rapsodia Bohemia? En esa época, las veces que te diera la gana ponerla en tu estéreo o hasta que renegaban tu mamá o los vecinos. Doña Coquis aprendió, después de muchas repeticiones, que Billy Joel canta “Remember Charlie, remember Baker…” aunque no sepa que son versos de la canción Good night Saigon del álbum The Nylon Curtain.
Pero de repente algo cambió. Un día conduciendo al trabajo me tocó escuchar en la radio Rapsodia Bohemia. Me dio gusto, hacía mucho tiempo que no oía a Queen. Ese mismo día al salir del trabajo para ir a comer, de nuevo me toca escuchar Bohemian Rapsody. A los pocos días, igual.
¿Qué estaba pasando? Eso no era normal, al menos para mí. El número de rapsodias promedio por tiempo-aire seguro rebasaba los estándares del cuadrante radial.
Parece que los dueños de las estaciones de radio han apostado por programaciones que constan de un número determinado de canciones provenientes de los años setenta, ochenta y noventa, dirigidas a consumidores adultos con poder adquisitivo de nivel medio y hacia arriba.
Y es que, paisano, nos hemos convertido en padres y abuelos que quieren seguir “en la onda”. Nos gusta recordar las “buenas épocas”, cuando éramos más jóvenes. Nos volvimos nostálgicos y eso lo saben los publicistas y los comerciantes.
Por eso nos siguen vendiendo Abbey Road en todos los formatos y presentaciones posibles. Por eso vamos a los conciertos de The Doors sin Jim Morrison o a las presentaciones de las bandas-homenaje como Grupo Morsa, para evocar sentimientos o cumplir el sueño de ir a ver a quienes en ese momento era imposible que vinieran a México.
En 2008 se presentó en Monterrey la banda The Orchestra, cuyos integrantes habían sido miembros de Electric Light Orchestra y de ELO Part II. En uno de los momentos culminantes del concierto, mi hermano Eduardo se acerca y me dice “se nos hizo verlos carnal”, a lo que respondí “es cierto, lo que queda de nosotros vino a ver a lo que queda de ellos”.
Como no aprendí mi lección, en 2013 los fui a ver a Guadalajara de nuevo, sobre todo porque eran teloneros de Alan Parsons. Esta vez me acompañó mi hija Andrea. Al concierto fueron llegando rucos y chavos, familias enteras, abuelos, padres e hijos. En un momento dado, mi hija se acerca y me dice “oye papi, yo conozco esa canción”, ahí supe que algo había hecho bien en su educación.
Lo curioso es que mientras muchos de nosotros vivimos en la nostalgia, los chavos son eclécticos. Lo mismo escuchan a Louis Armstrong y Los Recoditos, que a Miley Cyrus y Río Roma. Para ellos la música es música y el único parámetro es que les guste a ellos.
Esas discusiones bizantinas que sostuvimos para averiguar qué era mejor, si el Rock o el Disco, a ellos los tiene sin cuidado. Si sólo quiero escuchar todos los días Rapsodia Bohemia, me privo de conocer lo nuevo. Jamás escucharé a Muse o Coldplay.
Tal vez deberíamos de aprender de ellos, para variar ¿no crees paisana?

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