¿Unas vacaciones en La Chingada?

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José González Méndez
¿Qué tal unas vacaciones en “La Chingada”? No la figura mítica descrita por Octavio Paz en El laberinto de la soledad, sino por la población cercana a San Miguel de Allende, Guanajuato, que tiene apenas cinco habitantes. Si esta comunidad no es de su agrado, el viajero puede avanzar unos kilómetros más por carretera y llegar a “La Nalga de Ventura”, en la misma entidad.
Si se prefiere cambiar de aires y acercarse al mar, puede instalarse en la comunidad veracruzana “Está Cabrón” o conocer, de pasadita, los pueblos “La Verija” o “Las Tetillas”, en Michoacán.
Si el viajero tiene en mente algo más cosmopolita, ¿qué tal una estancia en “Nuevo Hawai”, Zacatecas; en “Rancho Little Joe”, Baja California; en “The Flower Games”, Jalisco, o en “San Antonio Texas”, Guanajuato? Pero si la idea es volver a la tradición, ¿por qué no visitar “Salsipuedes”, Guerrero, o “El Chingadazo”, Tamaulipas?
Todas estas poblaciones “y muchas más” existen, están asentadas en territorio nacional y son reconocidas por instituciones como la Secretaría de Desarrollo Social.
Sin embargo, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) ve en la proliferación de estos nombres un retroceso en la forma de designar un sitio a partir de sus características físicas (toponimia), incluidos entorno, clima, flora y fauna.
Casi nadie repara en que Xochimilco fue llamado así porque las culturas prehispánicas vieron ahí una “milpa de flores”, mientras que Iztapalapa fue un “río de lajas o lozas” y Chapultepec era “el cerro de saltamontes”.
Acapulco recibió ese nombre porque en otro tiempo fue un “lugar de cañas gruesas”, en Tlatelolco abundaron los “terraplenes artificiales” y Zacatecas era una “tierra donde abundó el zacate”.
“Los nombres nos cuentan la historia de un lugar, nos relatan cómo fue en otro tiempo, aunque ahora sus características sean totalmente diferentes”, señaló el INEGI.
CAMBIOS DE TOPÓNIMOS
En la época colonial los nombres de localidades mexicanas se relacionaron con actividades económicas como la minería y las actividades agrícolas. De ahí surgieron Muleros, Carboneros, La Nopalera y El Magueyal, entre otras.
En esa época también se integraron nombres de localidades homólogas en España, como Valladolid (Michoacán) y Mérida, además de apellidos de conquistadores y evangelizadores, y deformaciones fonéticas (Cuernavaca fue, antes de la Conquista, Cuauhnáhuac).
La Reforma y la Revolución, semilleros de héroes, también contribuyeron a modificar los nombres de las comunidades. La delegación Álvaro Obregón era Tenanitla en la época prehispánica, pero los españoles la denominaron San Jacinto Tenanitla y en el siglo XVII se convirtió en San Ángel.
En 1932 Pascual Ortiz Rubio cambió el nombre a Villa Álvaro Obregón, por el asesinato del general revolucionario en 1928, y fue hasta 1970 cuando la zona fue reconocida formalmente como delegación Álvaro Obregón.
Otros factores que han influido en el cambio de topónimos son la desaparición de lenguas indígenas (100 de la Colonia a la fecha) y la migración a Estados Unidos, pues las personas que regresan usan nuevos términos para renombrar sus localidades.
Esa es la razón por la que en Coquimatlán, Colima, haya un pueblo llamado “Happy Ranch”, o en Pinal de Amoles, Querétaro, exista otro denominado “La Dinamita”.
Según Octavio Paz, la chingada es, “ante todo, la madre que ha sufrido, metafórica o realmente”. Según el catálogo de comunidades de Sedesol, La Chingada puede ser uno de 13 poblados salpicados en siete entidades de nuestra geografía.
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Defensa de lo indígena
-Las resoluciones relativas a historia y ciencias afines (1947), tomadas en asambleas del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (1929-1946), plantean establecer “el sano principio de que sean conservados en todo el continente americano los nombres indígenas de las localidades”.
-En México se han llevado gestiones en ese sentido. En 1978 la Legislatura local de Xalapa (manantial en la arena) aprobó que el nombre se escribiera con equis en lugar de jota, como se hizo en tiempos prehispánicos.
-Según el INEGI, en México viven 6.6 millones de personas que hablan alguna lengua indígena, lo que representa 6.5 por ciento de la población del país, además de que se tienen contabilizadas 89 lenguas indígenas.

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