Reciben apoyos damnificados por granizada en El Jitzámuri

El Jitzamuri.- Habitantes reciben láminas para reconstruir sus casas.
El Jitzamuri.- Habitantes reciben láminas para reconstruir sus casas.

El Jitzámuri, Ahome.- Fue tormentosa. El cielo tronaba, los techos también y el suelo crujía. No llovía a cántaros, sino granizo. Ruedas de hielo, tan grandes como una guayaba, como una pelota de golf, perforaron los techos de lámina de cartón. 50 casas quedaron con techos con más agujeros que las propias redes de los pescadores. El granizo también dañó algunas siembras de temporal, y mataron gallinas.
El mar se congeló en tramos.
Las pangas se hundieron en la playa, porque el granizo fue más pesado que una ancla.
Todos parecía un congelador.
Resientes contaron que ese domingo 10 de marzo, poco después del medio día, el cielo se ennegreció. Un viento helado corrió por todos lados. Algunos trenos, pocos relámpagos y el cielo se abrió. Primero fue una ligera llovizna, pero después comenzó la tracatera. Los techos comenzaron a tronar. Las bolas de granizo comenzaron a perforar los techos de lámina. La gente se asustó. Rezó. Buscó refugio, y lo encontró en sus propios hogares.
Es la granizada más intensa que se recuerda aquí. La primera sería en los años ochentas, recuerdan pescadores que afirmaron que la del fue un tormento que duró 150 minutos, dos horas y media, del pasado 10 de marzo.
“Parecía que los techos se caerían. Se junto tanto hielo en los techos que este se elevó como un refresco de 600. La arena de las calles se blanqueó. Era calles de granizo, de hielo”, explica Eulogio Antonio Lugo Armenta, quien grabó el fenómeno en su celular.
Felipe Cisneros, un pescador longevo, aseguró que vivió largos minutos de miedo. Y cómo él, también lo padecieron todos los habitantes de este campo pesquero y de San Pablo. “Creo que muchos nos asustamos”.
Y del susto, las familias pasaron a la desesperación, porque sin pesca, sin trabajo, la situación se pasaría mal. Peor, porque los techos de sus casas de lámina y madero estaban tan agujerados que el sol pasaba sin detenerse.
Y así vivieron siete días. En ese tiempo, brigadas municipales evaluaron los daños, y se organizó la respuesta a la emergencia.
Se aliaron dependencias. Didesol, salud municipal, protección civil, Obras Públicas, y la Presidencia Municipal, como organizador.
Llegaron camionetas cargadas con barrotes, fajilla y lámina de fibrocemento. 50 paquetes. Dompes con balastre para nivelar las calles. Médicos para atender a lo enfermos y medicinas para aliviar las enfermedades. Nuevas evaluaciones para el trabajo temporal.
Arturo Duarte García, alcalde de Ahome, se montó en la caja de una camioneta, estacionada bajo un mezquite. Hablo. Le dijo a la gente que estaba ahí para ayudar a salir de la emergencia. “No están solos”, y recibió aplausos.
Ofreció más apoyos, y recibió palmadas en la espalda. Habló de frente y en corto con mujeres, hombres y niños. Recibió mensajes, delegó en sus funcionarios la respuesta y comprometió seguir el desarrollo de las respuestas.
La gente lo observaba. Camino bajo el rayo del sol. La gente denunciaba oscuridad, falta de iluminación, desatención, sin vigilancia, y el alcalde se molestaba. Daba más y más indicaciones, camino más y más, rodeó el campo pesquero. Salto charcos salados, y finalmente compartió el pan. Más bien el pescado y jaibas.
En el pueblo, la gente le reconocía, y comentaban: “Es bueno que camine por el pueblo, que se dé cuenta de lo que hay. Es bueno que la gente le hable de frente, y él a ellos”.

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