Bomberos de Culiacán contra las llamas de Semana Santa

bomberos

Sobre la avenida Gabriel Leyva Solano, en la zona oriente del primer cuadro de la ciudad, la estación de los Bomberos Voluntarios de Culiacán (BVC), en el 444 oriente, se prepara para despedir la Semana Santa. Es sábado 15 de abril, Sábado de Gloria.

Ese día en Culiacán hubo cuatro siniestros y tan solo en la Semana Santa elementos de BVC atendieron 24 incendios. Sin embargo, la cuota de siniestros de este tipo han sido más alarmantes desde el incendio en el centro comercial Mi Plaza Barrancos, el pasado 22 de marzo, en el que apoyaron en las labores más de 100 elementos de diferentes municipios.

A las 7:15 de la mañana de ese sábado todo estaba listo, recuerda el comandante de la corporación, Adán Shinagawa Araujo: “Ese día nos tocó recorrido en Ayuné y en La Divisa, y ya camino a la estación nos reportan un incendio en una casa; normalmente una casa habitación, con un camión y una pipa lo podemos solventar, pero cuando llega el primer camión da el reporte solicitando apoyo”.

El evento al que el jefe de bomberos hace alusión sucedió en plena avenida Manuel Clouthier, entre las calles Herminio Pérez Abreu y Jesús Romero Flores, de la colonia Independencia, donde una casa habitación con restos de reciclaje se incendió.

Las llamas consumieron prácticamente toda la vivienda, y los trabajos se prolongaron poco más de cuatro horas y hasta el alcalde Jesús Valdés Palazuelos, en el estricto sentido de la palabra, la hizo de apagafuegos.

Apenas el martes 11 de abril, el inmueble que albergara el icónico Multicinemas se incendió, y ahí únicamente hubo pérdidas materiales, sin embargo prácticamente marcaría tendencia para los “tragahumos” de Culiacán.

En la Semana Santa de 2017 realizaron únicamente 12 intervenciones y en 2016 fueron 43, y a pesar de que la estadística oficial evidencia una tendencia a la baja, la intensidad a la que los elementos fueron expuestos fue notable.

Luego de extinguir el fuego en la colonia Independencia, BVC acude a un incendio en un baldío en Lomas de la Colina. El reporte indicó que fue de tamaño mediano y fue atendido a las 20:00 horas, y sofocado a las 22:00.

Shinagawa explica que luego de atender el evento, regresaron a la colonia Independencia a las 23:30 horas. Un nuevo reporte les indicó que el fuego no se había extinguido del todo.

“Te desanima porque hubo un trabajo intenso de cuatro horas, incluso hubo desconfianza (por las llamadas en falso) pero sí era cierto, afortunadamente teníamos gente fresca y se apagó y luego acudimos al bulevar Agricultores a atender un choque donde falleció una persona”.

Después de ese evento, al norte de la ciudad en el condado San Francisco, ocurrieron dos incendios de manera simultánea. Ambos fueron atendidos y la jornada culminó casi a las 5:00 de la mañana del día domingo, atrás quedó el Sábado de Gloria y sus cuatro incendios.

El Domingo de Resurrección transcurre tranquilo pero sólo para darle aire a la famélica planta de bomberos, que desde 2015 demandan una reforma de Ley para que se profesionalice esta labor y les permita acceder a recursos públicos y financiar sus labores.

La Semana Santa terminó pero no el trabajo. En las primeras horas el lunes 17, el relleno sanitario ubicado al norte de la ciudad tuvo un fuerte incendio, el cual consumió más de 200 metros de diámetro y evacuó a alrededor de 250 habitantes de colonias aledañas.

De manera simultánea, ese lunes hubo otro incendio en las cascadas de San Antonio. De guardia, solamente tres bomberos y una máquina para casi un millón de habitantes.

Con poco material humano, de infraestructura y unos números que continúan a la baja con el apoyo mínimo, un sábado de fuego los puso en jaque y Shinagawa concluye: “Qué bueno que en ‘Mi Plaza’ (Barrancos) no fue como el sábado”.

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ENGARZADA…

Fotos:   rescate…

La corriente del río los arrastró 300 metros

Libran la muerte

Luis Fernando Nájera/ Los Mochis

Llegaron al río San Miguel para pasar los días mayores de Semana Santa 2017. Era una familia desconocida para la mayoría de los asistentes. Estaba compuesta por niños y adultos. Siete en total. Los lugareños que cruzaron palabras con ellos recordarían poco tiempo después que dijeron ser de Navojoa, Sonora, sin precisar mayores datos.

Ellos llegaron y se apostaron en la margen izquierda, como cualquier otro grupo familiar. Pasaron la mayor parte del día en convivio.

Mientras a la distancia, las brigadas de primeros auxilios vigilaban que todo transcurriera con normalidad, sin sobresaltos. Ellos, rescatistas de paga y voluntarios de Bomberos, Cruz Roja, pero sobre todo de Protección Civil, estaban al pendientes de los vacacionistas.

Inesperadamente, gritos de histeria y manoteo al aire los alertaron de que algo inusual ocurría dentro del cauce. Nada observaron, pero los movimientos persistentes los obligaron a agudizar la mirada.

La confusión se acrecentó cuando el cauce cobró fuerza. La corriente arrastra río abajo a un grupo de cinco personas, entre adolescentes y niños. Ninguno lleva salvavidas, y todos luchan por flotar. Se toman de la mano, se hunden entre sí, y reflotan entre sí.

El grupo va veloz, serpentea, libra los cardos, las raíces de los álamos que crecen en el cauce del río Fuerte. Avanzan, mientras algunos civiles corren por la rivera buscando tomarlos. No lo consiguen. El grupo sigue arrastrado por la corriente. La familia lanza gritos, pide ayuda. Está al punto de la histeria.

Quienes conocen el río saben que la muerte de los cinco jóvenes está próxima, pues justo frente a ellos está la zona conocida como las Bombas, que es una laguna profunda excavada para extraer agua y rebombearla a canales para ser utilizada en el riego de siembras. El lugar cobró la vida de nadadores avezados como de bañistas imprudentes, y hasta de alcoholizados vacacionistas. Y ellos avanzan hacia ella, arrastrados por la corriente.

Cuando todo se ve perdido, un civil se lanza al rescate. Nadando busca la ruta más cercana. Intenta vencer la corriente y después la utiliza a su favor. Toma a uno, lo arroja a una isleta, lo atora en la maleza. Agarra a otro y éste a su vez al más pequeño, los atora en el mismo lugar. Las fuerzas se le van, y continúa intentando vencer la corriente. Un ex policía municipal lo observa y se va como refuerzo. Ambos luchan contra la corriente y el desespero de los jóvenes. Y finalmente, los colocan en la isleta de maleza, que por el peso de todos, ahora se hunde.

Justo a punto de hundirse, en la rivera aparece el grupo de protección civil. Trazan la imaginaria línea de vida. Lanzan boyas, sujetas a cabos. Indican las formas de ataduras, colocan la red de recuperación, y luego a uno a uno, los bañistas son extraídos del agua bronca. Los cinco son abordados a una ambulancia. Tres de ellos requieren de hospitalización momentánea. El resto se abraza a la familia. Todos se retiran. El civil, el ex policía, y los cinco de Protección Civil chocan sus manos, y todos se van por rumbos distintos: el civil con su familia, el ex policía con sus compañeros, y los voluntarios rescatistas, Paula Alcantar Miranda, Felipe de Jesús Santos Valenzuela y Judith Valdez Soto, a seguir vigilando.

Pasada la euforia por los saldos blancos de Semana Santa 2017, Sergio Liera Gil, coordinador de Protección Civil del Municipio de Ahome retoma las actividades cotidianas. Lo hace sin aspavientos, sin presunciones, y a él ya nada le recuerda la acción heroica de los que llama “mis muchachos”.

 

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