Tino Nevárez, El Robin Hood de Cosalá

 
tino
 
Me enteré que Benjamín Luna Lujano había escrito un libro sobre Tino Nevárez.  El nombre de Tino Nevárez me era familiar, pero no sabía gran cosa sobre él, en mi casa lo escuché por primera vez. Cuando Benjamín Luna me regaló  el libro El legendario Tino Nevárez, un tigre en la montaña,  cuyos autores son Benjamín Luna Lujano, Gabriela Guadalupe Moreno Nevárez y Jorge Hayashi Jiménez, le prometí leerlo pronto, pues siempre quise saber algo sobre esta persona.
 
En una entrevista hecha en Estados Unidos a Tino Nevárez,  él dice que jamás fue a la escuela, no tuvo oportunidad; que en Guadalupe de los Reyes había instrucción hasta sexto grado, las necesidades de la familia eran más importantes que los estudios, y que mucho le hubiera gustado cuando menos, saber leer y escribir.
 
“Mis hermanos y yo nunca quisimos ser mineros porque veíamos trabajadores enfermos de los pulmones. Seis, siete años y la persona ya no podía respirar, se iba secando y secando, y al paso del tiempo moría, quedando la familia en el más completo desamparo, no había jubilaciones, indemnizaciones ni pensiones, el patrón  no cooperaba ni para el cajón. Cuando se daban accidentes el patrón no se hacía responsable de nada.  El sindicato no servía pa’ nada. Además nunca me gustó trabajar con patrones porque algunos eran muy injustos y yo, pues nací con espíritu rebelde y libertario”.
 
En una ocasión fue a dar a Tayoltita y le dieron trabajo de barretero. La primera semana le pagaron muy bien, pero luego duraron tres meses sin que le pagara un solo centavo la empresa. Un día al presentarse a la boca de la mina, el jefe de la cuadrilla le dijo: usted ya no tiene trabajo, así nomás. Por qué, preguntó, pues no sé, pero ya no tiene  trabajo, así nomás. Bueno le contestó, si ya no hay trabajo, páguenme lo que me deben. No, no hay dinero para pagarle a nadie, le respondió.
 
Luego platicó con dos compas, de quienes no recuerda sus nombres y decidieron atracar la raya de los trabajadores. Compraron tres armas, una para cada uno, y asaltaron la casa de raya de donde se llevaron veinte mil pesos. Una parte repartió entre sus compañeros, y el resto entre la gente de la sierra y pagó deudas que tenía pendiente.
 
“¿Tuvo  conocimiento de que el general Jesús Arias  prometió cortárselos si no lo bajaba a usted amarrado de la sierra y lo metía a la cárcel? Pues, seguramente se los ha de haber cortado, porque jamás pudo atraparme.
 
“Me fui a los Estados Unidos, donde trabajé muy duro, hasta 1953. Por cierto, que en Estados Unidos se daba algo que no me gustaba. Como había mucha gente de la sierra de Sinaloa, Durango y Chihuahua que me conocía y además sabían de mis andanzas, donde quiera que me topaban me gritaban ¡hay viene Heraclio Bernal! Yo no consideraba meritorio  que me pusieran ese sobrenombre porque sólo luché  contra lo que consideré injusto, ayudando a las personas en la medida de mis posibilidades.”
 
El bandolerismo social, afirma Eric J. Hobsbawn, es un fenómeno universal que permanece virtualmente igual a sí mismo, es poco  más que una respuesta endémica del campesino contra la opresión y la pobreza: un grito de venganza contra el rico y los opresores, un sueño confuso de poner algún coto a sus arbitrariedades, un enderezar entuertos individuales. Sus ambiciones son pocas: quiere un mando tradicional en el que los hombres reciban un trato de justicia, no un mundo nuevo y con visos de perfección, se convierte en epidémico, más bien que endémico.
 
Al bandolerismo se le ha buscado una explicación desde la óptica socio‑histórica, es decir, como consecuencia de la violencia económica, política y militar que afectó  particularmente a la población pobre de las comunidades rurales. Hechos como la Guerra de Reforma, la Intervención Francesa, el despojo de que fueron objeto los pueblos indígenas con la  aplicación de las leyes de desamortización; así como la  sangrienta represión a la que fueron sometidos por la dictadura porfirista, comienzan a ser  considerados para la explicación del  bandolerismo.
 
El modelo de Hobsbawn es muy sugerente, pues nos  permite un modelo de interpretación, que va más allá de las explicaciones tradicionales, que consisten básicamente en  considerar ciertas manifestaciones de lucha campesina, como vulgares acciones de bandidos, negándoles todo sentido de  reivindicación social. Particularmente, aquellos levantamientos que surgieron a mediados del siglo XIX, y que de alguna manera se enfrentaron al  proyecto de nación iniciado por la corriente  liberal.
 
Vale la pena leer el libro sobre la vida Tino Nevárez que estos tres escritores han hecho,  para saber la vida que llevaban los trabajadores de las minas y la explotación a la que estaban sometidos. Lo bueno es que en los actuales tiempos los sindicatos si defienden a los trabajadores, y las prestaciones sociales de los trabajadores si se cumplen. ¿Verdad?
 
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