Sinaloa, entre el culto,  las marchas y el paredón

marcha pro chapo 3

 

 

 

La sociedad sinaloense es extrañamente enigmática. Ante la fuga de Joaquín el Chapo Guzmán del penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez, las expresiones no se han hecho esperar en forma contradictoria. Los hay quienes, por supuesto, la ven como producto de la corrupción como la capacidad de intimidación que tiene el cártel más poderoso del mundo (Léase Cero-Cero-Cero del periodista italiano Roberto Saviano) y como un evento violatorio del Estado de Derecho que reprueba al presidente Peña Nieto.

Pero los hay otros, en la Sinaloa profunda, que ven en la fuga un acto de justicia divina. Los que rezan y dedican misas en plan de agradecimiento por haber alcanzado la libertad. Porque vuelve a las calles a castigar “a los que lo pusieron” y brindar su apoyo a los jodidos. A los olvidados de México. Ya lo dijo uno de los hijos del Chapo que éste si le servía a México “porque era capaz de generar empleos” y brindar oportunidades a la gente sin esperanza, no importando si traficó toneladas de droga y fue parte de la violencia que ha costado miles de vidas durante décadas.

Se la jugó, dicen otros, haciendo del arrojo una cualidad, antes que un acto temerario y desafiante. Vale más vivir poco pero de pie que vivir toda la vida de perro, es el lema de muchos jóvenes sicarios que reconocen en el Chapo la expresión más acabada de esa idea y forma de vida.

Sin embargo, no sólo estos jóvenes, pues los hay otros y otras que salieron espontáneamente o no a marchar después de que fuera detenido, exigiendo su liberación.

Y hoy quizá disminuidos y con menos prensa han vuelto a salir en Culiacán. Hay alegría en sus rostros. Una luz de esperanza incomprensible en una sociedad basada en un Estado de Derecho, ¿o será que la fuga es la constatación de su inexistencia? ¿de la simulación?, o peor, ¿de un Estado de Derecho a modo? Duro con simples mortales y flexible ante los poderosos.

Y el Chapo sin duda lo es. No se puede explicar de otra manera la preparación y ulterior huida dejando atrás a otros presos con historial igualmente célebre, con los que podría haber establecido una gran alianza estando de nuevo en las calles. Ya lo sabremos muy pronto. Porque se le dejó ir para volver a ser quizá de nuevo el hombre más buscado del mundo. Al que quisieran tener las agencias norteamericanas en una de sus prisiones de verdadera alta seguridad y someter a interrogatorios intensos sobre las redes criminales.

Quizá, por eso la respuesta del ex gobernador Antonio Toledo Corro, que en el marco de un homenaje plagado de niños y jóvenes en el Teatro Ángela Peralta de Mazatlán, salió a decir a los periodistas que si hay que fusilar al Chapo hay que hacerlo. Esa respuesta a bote, banquetera, pronto es la expresión de la gran incomprensión de cómo funciona este mundo de complicidades. O quizá porque lo sabe lo dice a manera de la máxima escatológica de “muerto el perro se acaba la rabia”.

Nada que ver con los que le rinden culto con una plegaria, o las mujeres que salen a las calles a gritar nuevamente: “Chapo hazme un hijo”. Así de extraña es la sociedad sinaloense que vive de manera sui generis su trazo de modernidad, pero persiste en ella esa cosmovisión plagada de ecos mitológicos, religiosos, solidarios, mediáticos o concluyentes de horca y cuchillo.

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