Las falsas promesas

cerro mochis
Para doña Rosario, cada tres años “son los mismos políticos de siempre, con las mismas mentiras”
Doña Rosario Salazar Valdez llegó a la colonia Conrado Espinoza, mejor conocida como Las Malvinas, ubicada al pie del cerro de la Memoria y bajo el pedestal de la virgen María Reyna del Valle, para apoyar a su hija que recién había parido.
Tiene aquí ya dos décadas viviendo, y en ese lapso ha visto pasar, hablar y prometer a muchos candidatos políticos. Su casa está en la calle Francisco Corona del Rosal. Sobresale del resto porque está construida de madera reciclada y lámina. Un cuarto y un baño es lo único en firme que ha podido construir. Ahora cuida a su nieto, Ricardo, quien tuvo que abandonar la escuela de calidad y de tiempo completo por no poder pagar los 50 pesos semanales de alimentación.
A doña Rosario, los candidatos de todos los partidos políticos le han prometido ayudarla. Una despensa, campaña tras campaña, le ofrecen, pero nunca llega. La única vez que la recibió, el frijol tenía gorgojos y las harinas estaban rancias, los purés inflados.
El piso firme y el techo son sólo dos sueños guajiros, y su silla de ruedas habría quedado en manos de alguien influyente. El apoyo de 70 y más jamás la ha beneficiado, aunque censos y más censos ha llenado. Esos apoyos que en campaña le prometen todos los políticos, dice, terminan en manos de unos cuantos.
“Ahí nomás los ve pasar uno, y quedan en las manos de los de siempre”.
Eso sí, cada tres años recibe camisetas, cachuchas y calcas, y la misma promesa: “regresaré”. Pero jamás retornan, dice.
“Son los mismos políticos, los de siempre, las mismas promesas, las mismas mentiras”.
Ricardo, de 11 años, se ve aburrido. Es nieto de doña Rosario. Está tan enfadado como una jaiba sin tenazas, o bien como una ostra. No puede jugar en la cancha de la colonia porque ésta ya no funciona. Es oscura como la boca de un lobo y mal oliente a excremento y a petate quemado. De noche es un nido de alimañas de dos patas, “los mariguanos y los rateros viven allí”, expone sin miedo doña Aiddé. “Y lo peor es que la policía pasa y sólo cobra la cacharpa de la cuota y se va. Y si no pagan se los llevan, pero los pasean y al rato ya están aquí. ¿Quién va a usar la cancha?, nadie”.
Ricardo sabe bien ese riesgo, y por eso construyó en su patio de dos metros cuadrados su propia cancha. Un barrote que le llega a la cabeza y en él clavo una cubeta, para encestar el balón. Un balón que ya muestra cicatrices y hasta el aire se le ve. El vinil, sólo existe en las costuras. Es más bien de lona. Él dice que es su balón, pero ya no se le ve forma: esférica u ovoide. Ni se aprecia si de nuevo fue de futbol, volibol o basquetbol, pero él lo encesta en la cubeta, o lo patea hacia la portería, porque de jugar en la cancha se expone a ser obligado a robar o a fumar mota.
“No, mejor que juegue aquí, con lo que tiene”, dice doña Rosario, al fin y al cabo que estos políticos ya se van, y quizá lleguen tiempos mejores.
Esos tiempos mejores también los espera la señora Sofía Galaviz, pues con 40 años viviendo ahí, nunca ha sido beneficiada de los programas asistenciales, pese a tener un hijo con retraso infantil: “Vigilancia, bien gracias, si pagas cuota; recolección de basura, cuando se puede; alumbrado público, sólo en la calle principal, y a veces; agua, siempre, pero cara; drenaje, funciona, pero se tapa; despensa, piso firme, techo, baño ecológico, 70 y más, nunca.
“¿Y promesas? Uf, oiga, siempre. Pero nomás  les da el voto uno y se vuelven la bichi. Todos son iguales, unos mentirosos. Rojos, azules, amarillos, blancos y ahora hasta esos, los cómo les dicen, los indecisos –los candidatos independientes- esos también. Se les ve que son juniors, y por lo tanto, inservibles”.
En el parque, en donde se concentra la población para el mitin político, las bienvenidas quedaron atrás, ahora fluye el descontento, la bilis. Las costumbres de mentir con una sonrisa en los labios se quedaron atrás. Hay molestia e insultos. Cabronazos en las bocas de las mujeres. Pero a ellos, los políticos que piden el voto se les resbalan, y continúan en su proselitismo.
Apaciguadas, doña Rosario y doña Sofía los señalan: “lo ve oiga, nomás piden el voto, se lo damos y ya no regresan”. La primera mesurada, la segunda indignada, pero las une el mismo sentimiento: la indignación política.
En el ejido 9 de Diciembre, ex obreros, escuchan ya cansados al candidato de oposición. Promete empleos bien pagados; darle valor a la cosecha, y acabar con la rapiña. Meter al bote a los corruptos y muchas más ofertas. Ellos solo lo miran, y nada responden. Cuando están solos, comentan que son propuestas inviables porque el municipio no regula salarios.
En la colonia 12 de Octubre, los izquierdistas se dan golpes de pecho. Y los electores también.
Ofrecen gobierno transparente, y los electores responden: “Sí chucha, y tus calzonsotes”. Ellos saben que todos mienten.

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