Las dos fiestas patrias

 

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La noche del 15 de septiembre, en Sinaloa se organizaron dos fiestas. La del pueblo y la de la clase política. Los primeros despreciaron la suya, los segundos se vistieron de etiqueta y llegaron puntuales.

Abajo, al ras de calle, la gente llega con sus hijos disfrazados de colores patrios y suficiente dinero en la bolsa para comprar las espadas luminosas o los elotes con crema y queso. Arriba, sólo es necesario un pase o un gafete de fácil acceso.

En un radio de más de un kilómetro del Palacio de Gobierno se mantienen cerrados los expendios de alcohol, pero adentro, en el primer y tercer piso, el alcohol y vinos se sirven a placer.

Es el último año de gobierno de Mario López Valdez y en el tercer piso, la fiesta no es fastuosa pero sus invitados sí. La etiqueta ordena un vestuario formal y la mayoría obedece. Mujeres ataviadas con brillantes vestidos largos y ceñidos al cuerpo, hombres de saco y corbata, a pesar de los casi 40 grados que afuera se sienten.

A lo largo del balcón que da hacia la explanada se han acomodado pequeñas mesas y sillas altas en donde se sirven vasos de wiskhy, tragos de tequila o bebidas preparadas.

Adentro, la recepción del despacho de Malova y el Salón de Gobernadores se han convertido en una verbena popular.

Como en kermes, unos pequeños y muy coloridos puestos son atendidos por elegantes meseros que sirven aguas frescas, elotes, tacos dorados y una infinidad de antojitos mexicanos. En el centro del recinto, una mesa enorme adornada con figuras de papel maché, frutas y flores, invita a la degustación. Ahí se pueden observar quesos de todo tipo, desde Oaxaca, parmesano, hasta provolone, también hay panes artesanales, frutas secas y dulces tradicionales.

Por el pasillo, Sofía Carlón, esposa del gobernador, se encuentra de frente con Rosa Elena Millán Bueno, presidenta del PRI en Sinaloa. Las mujeres se saludan y se detienen a alabar sus atuendos.

“¿Es bordado a mano?”, pregunta Sofía a Rosa Elena, la líder priista asiente mientras muestra orgullosa el costado de su largo vestido negro bordado con flores azules. Las mujeres intercambian risas y se abrazan para posar juntas en la foto del recuerdo.

Ahí están también los hijos de López Valdez, Mario, Juan Carlos, Sofía y José Francisco. Se mezclan entre la mayoría de los integrantes del gabinete de su papá y las familias de éstos.

No faltan empresarios, por lo menos los más cercanos a López Valdez. Javier Salido Artola, dueño del periódico El Debate, pasa la noche entre risas y copas con el secretario de Salud, Ernesto Echeverría Aispuro. Por momentos, se integra a la conversación el ex secretario de Desarrollo Económico, Aarón Rivas Loaiza, y el actual titular de la Sedeco, Francisco Labastida Gómez de La Torre. Con ellos también está Juan Manuel Ley Bastidas, del grupo empresarial Casa Ley.

En la fiesta del tercer piso hay diputados de todos los partidos, líderes políticos, algunos alcaldes y hasta unos cuantos periodistas, los más allegados al gobierno de López Valdez.

Pero aunque sólo hay dos o tres periodistas conviviendo con la clase política en el Tercer Piso, la prensa también tiene su agasajo y es en el balcón del primer piso, donde se repite la dinámica pero sólo para los medios. En la celebración patria, los balcones del Palacio de Gobierno se convierten en lujosos restaurantes donde se sirve alcohol, comida y dulces a placer.

Son las 23 horas en punto y López Valdez baja al segundo piso, ahí lo espera su gabinete, su familia y los representantes del poder Legislativo, Judicial y autoridades militares.

En esta ocasión, la última en la que Malova dará los tres campanazos y ondeará bandera desde el balcón, sólo lo acompaña un ex gobernador.

Detrás de la valla, del lado de la prensa, como si fuera un cualquiera que busca abrirse camino en medio de la multitud, el ex gobernador Juan S. Millán da unos cuantos empujones, pega algunos codazos y poco a poco, a un paso lento que la edad le impone, logra acomodarse en una pequeña esquina del balcón, junto a reporteros y fotógrafos que cubren el evento. Desde ahí, sin protagonismo alguno, voltea hacia abajo y mira hacia la multitud que alguna vez le aplaudió.

Malova da su último grito desde Palacio. Junto a sus hijos y su esposa observan un espectáculo de fuegos artificiales que se prolonga casi 10 minutos y tras el último estallido, Los Tigres del Norte comienzan a tocar.

Desde el tercer piso, los invitados especiales disfrutan el concierto y los vasos se siguen llenando. En el primer piso, la prensa se olvida de coberturas y corea las famosas letras de los sinaloenses.

Abajo, en la explanada, algunos asistentes se retiran de inmediato, los otros se quedan y gritan a todo pulmón “Yo soy el jefe de jefe señores”. Los narcocorridos más famosos de Los Tigres del Norte retumban en la explanada cívica, la prohibición que impuso Malova desde inicios de su gobierno contra la música que hace apología de la violencia se deja de lado durante más de dos horas. Es una fiesta, la última del gobernador.

 

 

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