Justicia amañada

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Diez meses presa para robarle un terreno

“Alístese señora porque vamos a ir a arreglar unos papeles”, le dijo a Rosario García, de 66 años, uno de los seis agentes de la Policía Ministerial que esa mañana tocaron la puerta de su casa, en Costa Rica. En cuanto ella dejó la cuchara sopera y apagó la lumbre de la estufa, otro de los uniformados la esposó.

—Oiga ¿pero por qué se la van a llevar? —reclamó José Paz González, su esposo.
—Venimos por ella para que vaya a hacer una declaración y luego se la puede traer —le dijeron.

—¿Y a dónde voy por ella oiga?
—Al juzgado segundo, allá pregunte.

El 17 de mayo pasado, dos camionetas negras y un carro gris entraron a la Colonia Villa Rica. Los agentes llevaban una orden de aprehensión para doña Rosario. Cuando la subieron en la parte de atrás del auto gris, se dio cuenta que ahí también venía Alfonso, uno de sus hermanos.

—Mira nomás hermana, hasta donde llegan estas gentes —le dijo mientras con una seña apuntó la mirada en los policías… pero no vendas, le recomendó, yo no les voy a dar nada.

Cuando una hora más tarde don Paz llegó a los juzgados, a Rosario ya la habían ingresado al penal con el expediente 108/2013, acusada de despojo. Y empezó la batalla en contra de lo que para él ha sido “una de las tantas injusticias que ve uno aquí oiga”.

Dinero o terreno a cambio

“La demandan por despojo, pero la despojada es ella”, asegura don Paz, quien narra que “todo esto viene de cuando un tío de mi señora, el señor Conrado García, al morir heredó el predio San Rafael a sus siete sobrinos. Es un terreno que está en el ejido Pueblo Nuevo, por el rumbo del Sifón. Se los repartió en tres y media hectáreas para cada uno, a los hermanos Pedro, Alfonso, Martín, Guadalupe, Clementina, Martha y Rosario, mi mujer.

“Tres de ellos, Pedro (el albacea), Martín y Guadalupe, decidieron vender su parte a doña Lucila Millán, luego de que durante años habían estado rentándole el predio completo al hijo de ella, Jorge Domínguez Millán. Ese señor, quien también es el abogado que acusó y tiene ahorita encerrada a mi señora, cada rato iba a la casa para pedirle a ella que le vendiera su parte; fue como cinco veces, “véndale a mi mamá Chayito, le decía, ya vendió el Pedro y la Lupe y voy a procurar que vendan sus demás hermanos”. Estuvo yendo a la casa seguido como tres meses hasta que mi señora le dijo claramente que ya no le insistiera tanto, que ella no iba a hacer ningún trato con él, que no le iba a vender”.

“En el juzgado me dijeron que Chayito está acusada de despojo por la señora Lucila Millán, que tiene como representante legal a su hijo Jorge Domínguez Millán, que también es abogado, y no entiendo cómo es eso, porque en uno de los papeles viene la firma de Chayito, como que vendió, cuando ella no sabe ni leer ni escribir, y ni siquiera conoce a la señora que la está acusando. Parece que los tres hermanos de mi mujer les vendieron a estos señores no solo su parte, sino todo el predio…

—¿Qué le dicen en el Juzgado?
Don Paz saca de la bolsa de su camisa un papel desgastado, lo desdobla con cuidado y explica:
—La actuaria me dice que Chayito puede salir bajo fianza si pago… —y repite lo que trae escrito— 6 mil pesos por cumplimiento de obligaciones, 5 mil 991.70 por sanción pecuniaria y 450 mil pesos por reparación del daño. Me dicen que con 12 mil sale, pero tiene que hacer un convenio con el demandante, lo que quiere decir que debe darle su tierra para poder salir de la cárcel… la última vez me dijeron los del juzgado que ya con 100 mil pesos se hacía; pero no puede ser oiga, que los que vendieron andan afuera y los que no quisieron están encerrados allí adentro y aparte tengan que deshacerse de sus cosas”.

—¿Qué dicen los acusadores?
—No sabemos porque no los hemos visto; en cuatro audiencias no se han presentado a ratificar la acusación. Lo único que sé hasta ahorita es que quieren que mi señora les dé dinero o les dé el terreno que no quiso venderles, para dejarla salir.

Chayito crió a 12 hijos, 10 de ella y dos de Paz. De todos, sólo una de ellas, que vive en Estados Unidos, envía una pequeña cantidad de dinero para sostener la situación económica de sus padres. Con eso y la pensión, don Paz se mueve en los camiones al penal, el refresco de la tiendita, el queso fresco, las tortillas de harina y los coricos que compra afuera del centro de readaptación y mete en bolsas de plástico los días de visita.

Dos veces por semana, el hombre, de 63 años, se enfila temprano rumbo al Cecjude (Centro de las Consecuencias Jurídicas del Delito, mejor conocido como la peni), en Bachigualato. Ahí desayuna y come en una de las mesas de concreto bajo los árboles, que su mujer aparta desde más temprano. Tienen juntos 33 años. De los 12 hijos, todos casados, sólo él la visita. “Es muy activa mi viejita, bien luchona, va a la misa de los cristianos y entró al taller de costura, nomás que ahorita está enferma… —se le quiebra la voz y se le nubla la vista cuando recuerda que “con tantos hijos y ninguno viene ni da pa’ las cocas”.

Abuelos

¡Abuela, ya llegó por quien lloraba! —le gritan a doña Rosario cuando su marido entra al área femenil del Centro, cargado de bolsas de plástico con pan y queso.

La abuela trae puesta una blusa roja que le regalaron un día antes y se deja maquillar los labios por su compañera de estancia.

No habla con resentimiento, sino con una mezcla de inocencia e incredulidad:
“Yo lo que creo es que el licenciado ese que me acusa se enojó porque no le quise vender y me echó la culpa, y no quiero vender porque mis papás me encargaron que conservara ese terreno —dice a modo de disculpa— y agrega con mortificación: “me falsificaron la firma, yo ni siquiera sé escribir, me dicen que todo se va arreglar cuando vengan los que me acusan, pero ya casi tengo un año aquí encerrada, ah! ¿Y si no vienen entonces aquí me voy a morir?”.

Por lo pronto, don Paz va y viene para la visita, de Costa Rica a Aguaruto, dos veces por semana. Adentro ya lo conocen como el abuelo. Siempre lleva, casi a rastras, las bolsas de la Ley con encargos: el jabón, una crema, un par de mestizas, queso… Y adentro, doña Rosario es terca:

“Una vez vino una de mis hijas nomás para decirme que querían vender la casa para pagar lo que piden y puedan dejarme ir, pero les digo que no, no y no ¿por qué, si yo no vendí?”

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