Diez meses después, cada inicio de turno, son las mismas incertidumbres entre el personal médico, de laboratorios, administración y enfermería de los hospitales públicos en México. Unos más y otros menos, depende su tamaño o la intensidad de la pandemia:

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¿Tendrán el equipo de protección suficiente para la jornada? ¿Cubre bocas, gorros, botas, guantes? ¿Responderán los jóvenes suplentes que hacen las coberturas de quienes consiguieron un permiso en el trabajo? ¿Cuánto más soportará el sistema de oxígeno, tan fatigado como los pulmones de los pacientes con COVID?

El enojo es porque unos se preparaban para lo peor, y otros huían. Entre el personal de los hospitales públicos es claro que muchos de quienes logran permisos para no trabajar en la emergencia, no los necesitaban o los obtuvieron para trabajar en las clínicas privadas, donde se pagan hasta 1 mil 700 pesos por una guardia.

Los trabajadores del sistema de salud están exhaustos. Lo estaban desde mayo, y no han parado en el frente de batalla. Para el cierre del año, están sin cupo hospitales de Ciudad de México, de muchos municipios del Estado de México…

Pasan las semanas y la carga se pone más pesada. Ninguna medida de confinamiento logra detener los contagios.

Algo estaba claro en México, y en Sinaloa, el sistema de salud no soportaría la llegada masiva de pacientes contagiados. Y aunque no ocurrieron las escenas de muertos en las calles como Ecuador o pacientes tirados en los pasillos como en Francia, Italia o España. Aun así, el sistema siempre estuvo y está aun al borde del colapso.

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La emergencia sanitaria obligó a echar mano de todo: Aportaciones extraordinarias, subsidios estatales y parte del presupuesto para salud vía INSABI antes del COVID-19. Un intento desesperado por salvar un sistema siempre al borde del colapso, igual a un paciente hipertenso, obeso y diabético.

Mientras la pandemia avanza, desde lo local los gobernantes buscan desmarcarse. Quieren dar la talla ante el momento. En gobiernos estatales y municipales se puede hacer mucho más, pero pocos se animan. No existe ningún manual donde se marque la ruta, y por eso la parálisis.

Hacen falta tamaños para dar la talla.

La vida congelada (Escena 6)

A la enfermedad la acompaña otra catástrofe, otra pandemia, la económica, tan peligrosa como la COVID.

No es casual que los mercados caigan en picada, apenas comparable a los peores momentos históricos del capitalismo, la conocida como la gran depresión a fines de los años 20 del siglo pasado.

Ante las decisiones de gobierno, no se sabe en el mundo si están más preocupados por la salud que por la economía. O como equilibrar una con la otra, como si se pudiera quedar bien con dios y con el diablo. Salvar a unos y otros, sin sacrificios.

Pero no se trata solo del derrumbe de la bolsa, de los índices internacionales, o del PIB mundial. Aquí se trata de lo más elemental, la economía doméstica, los empleos, la sobrevivencia.

Dentro de las casas, en el confinamiento, igual surgen los conflictos por el encierro, se disparan los cuadros depresivos, la violencia doméstica, los conflictos por las dificultades de tomar clases de manera virtual sin los implementos necesarios.