La Juve vence al Madrid en el de ida de semifinales de la Champions

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Cristiano Ronaldo anotó el gol de los merengues.

 

El resumen es que el Real Madrid no estuvo a la altura de las circunstancias. Por complejo de superioridad o por pura distracción. Quizá por falta de carácter. O tal vez sólo fuera una mala noche, una terrible, de amnesia colectiva. El campeón lo olvidó todo: la dignidad del torneo y del rival. La buena noticia, la única, es que el desastre no se saldó con un marcador desastroso. Con esa miseria habrá que conformarse.

No empezó bien y pudo acabar peor. Durante los primeros veinte minutos (parecieron 19 días y 500 noches), el Madrid fue desarbolado de modo sorprendente y casi ruborizante. Como corresponde a un anfitrión de su categoría, la Juventus invocó a su historia y a los espíritus que la habitan. Presionó, jugó, atacó y, lo más importante, creyó. No se había cumplido el primer minuto cuando disfrutó de su primera ocasión. La presión de Morata propició un error de Casillas y el balón acabó en Vidal, neutralizado dentro del área, en el último instante.

Más que una oportunidad fue una declaración de intenciones. Cualquier acecho culminaba en Morata o comenzaba en él. Los italianos lo llaman la ‘Ley del ex’ y no hace falta extenderse en explicaciones. Nadie te puede hacer tanto daño como aquel que conoce la localización exacta de tus lunares. Nada inspira tanto como el despecho.

La absoluta confusión del Madrid recordó a la que sufría en campos similares en los años 80 y 90, cuando las carajas le abocaban a una remontada milagrosa. Era el mismo desconcierto, parecida inacción. La Juve lo aprovechó para adelantarse a los siete minutos. Marchisio lanzó a Tévez, Casillas desvió a duras penas su disparo raso y Morata marcó en el segundo palo. ‘Alvarone’ no lo celebró, pero tampoco lo pasó por alto. De haberse llamado Samuel Etoo hubiera señalado al palco. Como es alumno de El Prado de Mirasierra se limitó a mirar a los ojos de la cámara.

El Madrid tardó en entender que lo mismo que le hacía daño podía destrozar a su enemigo. La presión alta, la ferocidad, el amor propio. Pudo comprobarlo las pocas veces que lo intentó. El pecado fue no insistir, no tratar al rival como merecía ni a la competición como exige. Cristiano empató en la primera jugada que el Madrid cocinó a fuego lento. James se inventó el espacio en compañía de Carvajal y su pase fue cabeceado por el portugués.

Pensamos que había pasado lo peor. La segunda combinación colectiva terminó con un cabezazo de James al larguero. Discurría el minuto 40 y la Juventus hubiera firmado ese marcador, para qué seguir sufriendo. El Madrid, sin embargo, no sólo era un peligro para su adversario, sino también para sí mismo. Sergio Ramos y Marcelo fallaban una y otra vez provocando una fatídica contaminación en el resto del equipo, incapaz de vivir diez minutos de felicidad. También resultaba contagiosa la pereza de Cristiano y Bale a la hora de iniciar la presión.

La segunda mitad reavivó el ánimo de los italianos y la caraja del campeón. El gol de Tévez fue una concatenación de desdichas y despropósitos. Marcelo chutó a puerta y el balón rebotado impulsó el contragolpe de Tévez, sin centrales en el horizonte. Carvajal, superado en velocidad, remató su frustración con un penalti indiscutible. El argentino concretó la pena.

El esfuerzo posterior por igualar el combate tampoco estuvo a la altura del Madrid. En lugar de abrir espacios con fútbol, los jugadores se empeñaron en colgar balones al área, un recurso demasiado primitivo para un equipo tan sofisticado.

En definitiva, el castigo fue merecido. Ganó quien quiso y quien supo, y hasta pudo vencer con más ventaja. Para el Madrid es un golpe y una advertencia. O lo da todo o no tendrá nada. (AS)

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