El 15 de febrero de 1874, tras catorce años de labores de construcción, el teatro Rubio estrenó sus taquillas, sus butacas, sus balcones y levantó por vez primera su telón para albergar en su escenario a la Compañía Española de Mariano Luque, que presentó en aquella histórica velada el drama La campana de la almudaina, de Juan Palou y Coll, y la comedia La casa de campo, de José Sánchez Albarral, obras y autores de los que desgraciadamente no tenemos mayor referencia.
Esa noche, iluminado con modernas lámparas de gas hidrógeno y poblado por lo más exquisito de la sociedad de la época que, como es de imaginarse, lucía sus mejores galas, el ahora célebre recinto de la calle Carnaval descubrió la magia de la representación teatral y el sabor de la reacción del público; en aquella ocasión, el exquisito manjar del aplauso. Un aplauso de pie, como lo ameritaba la ocasión.
Que noche más valedora, por no decir fraterna.
Nadie hablaba de otra cosa que de él. Lo mismo los que regresaban a sus casas en carruajes, dejando el eco del rechinar de las ruedas recubiertas de hierro y el compás de los cascos de las mulas, que los que lo hacían a pie, sorteando el desenfreno de los perros que perseguían a ladridos a los primeros. Él era el personaje y, su apariencia, que todos festejaban muy por encima de lo que había ocurrido en su interior, el tema.
—Nos pone a la altura de San Francisco —era la presunción general.
El acontecimiento fue una suerte de ola que después de reventar dejó visibles en la playa de su memoria tantas desventuras que había tenido que pasar hasta llegar a la conclusión de esa cita. Ahí estaban todas y las observó mientras el helado viento febrerino barría las calles de una ciudad que se enclaustraba en sus casas para soñar con el juguete nuevo. Con él.
En la soledad posterior al festejo, vio a su creador, don Manuel Rubio, quien lo visualizó muchos años antes en el terreno contiguo a su residencia ubicada en las calles Carnaval y Recreo (afortunada combinación que se vendría al traste con un cambio de nomenclatura: Constitución por Recreo).
Texto editado del libro Mira esa gente sola, capítulo “La noche de la inauguración del teatro Rubio”.
