600 millas

Las luces se prendieron y muchos de los que se levantaron de sus butacas apretaban la boca, levantaban las cejas, buscaban la mirada aprobatoria de alguien más y sonreían, y al ver el mismo gesto del otro lado, quedaban más satisfechos de lo que 600 millas (México/EU/2015) les había dejado. Uno le dijo a su acompañante: “Te lo dije”, de seguro antes le anunció que la cinta acabaría ahí, aunque no pareciera y no le mostrara lo que hubiera querido. 
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Lo anterior no significa que la ópera prima de Gabriel Ripstein (hijo de Arturo) es una mala película, sino todo lo contrario. Eso sí, no es para ese público acostumbrado a que le resuelvan todo.
Arnulfo (Kristyan Ferrer) es un joven mexicano que se dedica al tráfico de armas, las que consigue en Estados Unidos con la ayuda de su amigo Carson (Harrison Thomas), el gringo que busca el armamento, lo selecciona  y lo compra.
Entre los dos esconden el cargamento en la camioneta, pero sólo Arnulfo cruza la frontera sin problemas hacia México, para entregarlo a sus superiores, entre ellos su metódico tío Martín (Noé Hernández).
En una de esas vueltas, Hank Harris (Tim Roth), un encubierto agente de la ATF, enfrenta a Arnulfo, y cuando está a punto de acabar con su misión, Carson aparece y lo deja inconsciente de un golpe.
Arnulfo determina que para deshacerse de Hank, lo mejor es subirlo a su camioneta y llevarlo a México, pero en las 600 millas que implica el trayecto de Arizona a Culiacán, los dos irán de la agresión al apoyo mutuo, aunque sus verdaderas intenciones sean otras.
La decisión de Arnulfo de llevar a Hank con su tío, lejos de que se le reconozca, será la razón que desencadene una serie de acontecimientos que complicarán más las cosas.
En apariencia todo sucede nomás, pero el bien desarrollado personaje de Ferrer tiene al menos una razón, muy justificada para Culiacán, lugar al que llegó a vivir procedente de Colima, y para el medio en el que se desenvuelve: ser muy macho, y eso y su poca experiencia, no le dan para pensar qué hacer, en qué lío se puede meter y qué consecuencias habrá.
La película tiene varios elementos que la hacen muy interesante: un tema, aunque relacionado con el narco, que no está tan explotado; las conversaciones entre Arnulfo y Hank sobre sus vidas; el desmoronamiento del personaje de Ferrer, por esas acciones equivocadas que lo dejan, precisamente, como en la última escena en la que se le ve; y una cámara discreta que se reserva la violencia y mejor la sugiere.
Si cree que son cabos sueltos, no es así. Es la ganadora a mejor ópera prima en Berlín 2015, y todo tiene un porqué: cada quien carga con sus razones, que al final ensamblaran muy bien con eso que parecía sin sentido.
Kristian Ferrer es un actor en crecimiento que cada vez hace mejor su trabajo: de simpático indocumentado en Alemania en Buenos días, Ramón (2013), adolescente en pleno despertar sexual en Las horas muertas (2013), llega a un auténtico aprendiz de traficante de armas que refleja el deseo de muchos jóvenes en esta sociedad, y se luce al grado de no necesitar a ninguna estrella gringa, a la que sin empacho y ningún problema, opaca indudablemente. No se la pierda… bajo su propia responsabilidad, como siempre.
 

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