Coloquialmente se dice “estoy como la iglesia de Baca: sin cura”. Bueno, hubo un tiempo en que la iglesia se quedó sin santo, me refiero a que estaba abandonada de manera presencial por el santo patrono, San Miguel Arcángel, y con esto me refiero a la Cristiada. No se tienen antecedentes de que sus pobladores hayan participado activamente en este hecho histórico del país, sin embargo, se hace notar que tomaron sus previsiones ante una posible incursión del ejército federal.
Jean Meyer en su libro La Cristada, escribe: “antes de narrar la Cristiada, digamos primero que los cristeros no fueron: gentes de la Iglesia, católico políticos, lacayos de los obispos ni instrumentos de la Liga”. El problema en materia de culto con la nueva ley entrada en vigor el 31 de julio de 1926, llamada también Ley Calles, por la que los obispos mexicanos suspendieron el culto público, no quedaba solamente en eso, sino que se extendió, abandonó las instituciones y el mundo urbano, para encontrar mayor resistencia en las comunidades rurales que además de la marginación y el orden coercitivo, también les restringía la vida espiritual.
El Presidente de México no se esperaba la irrupción de las masas armadas, incluso ni la misma Iglesia. Pasó que Plutarco Elías Calles se vio obligado a mandar al Ejército a combatir a los alzados, dando cauce a la Guerra de los Cristeros. El gobierno vivió un duro trance, pues en la parte externa estaba en alerta por una posible invasión estadunidense por los puertos de Tampico y Veracruz, consecuencia del apoyo brindado a los insurgentes de Nicaragua y otro aspecto interno no menor era el problema suscitado por el fervor nacionalista contra las petroleras extranjeras.
El conflicto fue ríspido, costó la vida al caudillo de la Revolución mexicana, el General Álvaro Obregón, en el segundo intento por asesinarlo. Calles movió todo lo que estuvo a su alcance por combatir a la iglesia, como una segunda ofensiva después de los liberales del siglo XIX con la Ley Juárez y la Ley Lerdo. Por otra parte, el General Roberto Cruz señalaba que le había costado su carrera política ordenar el fusilamiento del padre Miguel Agustín Pro Juárez, a quien encontró como responsable del primer atentado contra el General Obregón.
La angustia de los creyentes por lo que pasaría con su Dios era creciente, el mapa de la zona militar de la Cristiada en junio de 1929, en datos del autor citado, tenía presencia en 21 Estados de la República. Cubriendo toda el área geográfica de Jalisco, Michoacán, Nayarit, Colima, Guanajuato, Guerrero, Morelos. Con focos en el Sur: Oaxaca y Tabasco y en el Norte: Sinaloa y Durango.
¿Pero el pueblo de Baca que andaba haciendo en todo esto?, tan lejos del centro del país, de las tribunas y de los caudillos; paradójicamente nunca lejos de Dios. Seguramente, se corrió el rumor que el Ejército andaba recorriendo los pueblos “quemando santos”, pues en aquellos años las noticias no corrían con la misma velocidad de ahora. En esos años el medio de comunicación más eficaz era el telégrafo y estaba situado en las estaciones de ferrocarril. Entonces ante esa situación, una pequeña comitiva encargada de organizar las fiestas religiosas del pueblo, tomó la decisión, con el mayor sigilo posible, de sacar de la iglesia a San Miguel Arcángel, y llevarlo a un lugar que no les fuera tan fácil llegar a los federales. El destino temporal fue Papariqui, en donde permaneció en cuevas.
Creo que fue la única vez que San Miguel Arcángel ha salido y regresado a la iglesia sin flores, cohetes y procesión. Existía miedo y un riesgo real para tomar esta decisión entre los jefes espirituales. Nadie se enteró del hecho salvo ellos. Si sabían que si Dios estaba en riesgo, ellos también.
¿Pues en qué estaba pensando Calles?, ¿a quién querían que se encomendara la gente de Baca si le quitaban a San Miguel Arcángel?, ¿acaso creía que podrían confiar en las autoridades municipales y Generales gobernantes?
