Los medios también somos culpables

Marzo de 2011. La soga al cuello.
Marzo de 2011. La soga al cuello.

Hace dos semanas, fui invitado a participar en los trabajos de la Conferencia Latinoamericana de Periodismo, realizada en la ciudad de México. El tema que nos tocó debatir —estuvo también en la mesa Adela Navarro, codirectora del Semanario Zeta— era “Cubriendo el narcotráfico en México”.
La primera pregunta que me hice es si en México los medios de comunicación estamos realmente cubriendo el narcotráfico… o lo estamos encubriendo.
Después de los enfrentamientos en Tamaulipas de 2005, cuando los Zetas dijeron “aquí estamos”, en medio de bloqueos de calles nunca vistos en México, los medios nacionales, las grandes televisoras, los noticieros de radio, entraron en una fiebre noticiosa que acaparó durante años las primeras planas y los primeros 15 minutos en los noticieros en cadena nacional.
En el ocaso del sexenio de Vicente Fox, México experimentaba niveles de violencia nunca vistos. Llegó Felipe Calderón y las cosas, en vez de cambiar para bien, se agudizaron. A partir de 2008 la guerra entre los cárteles —una muy particular que explotó en el seno del cártel de Sinaloa— trajo consigo decenas de miles de asesinados, entre ellos, seguramente, miles de inocentes.
Fue tal la exposición pública de la violencia, que alguien del gobierno federal —o de los medios—, tuvo la idea de bajar los niveles de cobertura del fenómeno, con el pretexto de que se estaba dando voz a los delincuentes. No ser voceros del crimen organizado, se dijo, ni publicar narcomensajes.
En realidad, Gobierno y medios —no todos— encontraron una forma de dejar hacer, dejar pasar. El acuerdo se firmó en marzo de 2011. A cambio del “apoyo”, la Secretaría de Gobernación se comprometió a brindar “mayor” seguridad a los periodistas y a castigar culpables ante cualquier agresión.
Desde que el acuerdo se firmó hasta que terminó el gobierno de Calderón Hinojosa, en diciembre de 2012, fueron asesinados 40 periodistas más en el país, pero el seguimiento de estos crímenes no fue distinto al que se hizo antes. La mayoría permanece en la impunidad. Mientras tanto, por parte de los medios se mantuvo la “sensatez” en la cobertura del narcotráfico.
Ya con Enrique Peña Nieto en el poder, cuando irrumpieron las autodefensas en Michoacán, de nuevo el tema del narcotráfico ocupó las primeras planas, aunque muy focalizado a la región. Era de tal magnitud la cloaca que se estaba destapando, que nadie se quedó al margen pero, de nuevo, la mayoría de los medios fueron de la mano del gobierno en esta “cobertura”, lo cual fue premiado con la filtración de videos que evidenciaban escandalosamente la colusión de personajes del gobierno estatal y municipales, con el hampa, en particular con Servando Gómez, la Tuta, líder de los Caballeros Templarios.
El Pacto por México, el éxito peñanietista de las reformas estructurales, las detenciones de grandes capos… abonaron a un clima nacional en el que parecía estúpidamente que el narcotráfico se estaba convirtiendo en cosa del pasado. Por lo menos su expresión más virulenta. El Gobierno feliz y los grandes medios también.
Pero el dinosaurio seguía ahí, agazapado. El narcotráfico había envenenado a las instituciones. En Tlatlaya, un grupo de militares asesinó a 22 presuntos delincuentes y los grandes medios se conformaron con la versión oficial. Hasta que la verdad se impuso y se supo que la mayoría había sido prácticamente fusilada.
Y no se terminaba de aclarar esta masacre —no se aclara ni se castiga todavía— cuando nos enteramos que en Guerrero hay un caserío que se llama Ayotzinapa, donde hay una escuela Normal a donde acuden los estudiantes más pobres de la región que decidieron no ser narcos ni irse de “mojados” a los Estados Unidos.
Y entonces nos dimos cuenta que el México moderno que se presumía en foros internacionales, era solo un espejismo, que México no es ese que se quiere vender con la reformas, que el Pacto por México incluía cartas de inmunidad para toda clase de delincuentes, empezando por los narcopolíticos impulsados hacia el poder institucional a través de partidos de todos los colores, mediante procesos electorales financiados con dinero de la mafia.
Y que el silencio pactado de los medios, fue también una forma de encubrir el narcotráfico.
Hemos dicho hasta el cansancio que en Ayotzinapa “todos están embarrados”. Pero no hemos tenido tiempo de mirarnos en el espejo.
Bola y cadena
ES MUY SENCILLO: no hay en México grandes trabajos periodísticos sobre dos temas fundamentales, uno de ellos en boga a partir de lo que ocurre en Iguala: el lavado de dinero proveniente del narcotráfico y la narcopolítica. Los dos centrales si se trata de develar los secretos más importantes del crimen organizado, los más grandes e indispensables para su operación, intocados hasta ahora por un Estado cómplice.
Sentido contrario
EN MEDIO DE ESTE CLIMA de violencia, tres ciudadanos norteamericanos que presuntamente habían sido interceptados por la Unidad Policiaca Hércules, al que pertenecen los escoltas de la alcaldesa de Matamoros, Leticia Salazar Vázquez, fueron asesinados. Ciudadanos norteamericanos, no se olvide.
Humo negro
Y POR SI FUERA POCO, un investigador universitario, Ernesto Villanueva, que estaba acusando a un ex procurador General de la República, Diego Valadés, de haberle hecho favores al narcotraficante Vicente Carrillo Fuentes, fue atacado a balazos en el campus de la UNAM. México se nueve, si duda. Aunque no sabemos hacia dónde.

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