Inseguridad y corrupción, las tarjetas negras de Quirino

 

Más allá del primer informe, la mejor opinión sobre la marcha del gobierno de Quirino Ordaz Coppel está en la gente, porque deriva de sus percepciones. Las cifras y estadísticas, metas y logros comparados —siempre manoseados para engordar el caldo—, se quedan pequeños ante el escrutinio de la colectividad, que padece todos los días, en carne propia, el fracaso de las políticas públicas.

El éxito o el fracaso real de un gobierno se miden por el bienestar o malestar que genera en sus gobernados, no por los números. Así podrá una administración pública presumir logros en empleos, transparencia, seguridad, reformas legislativas y estructurales… si eso no logra cambiar la mirada de los ciudadanos hacia el que gobierna, éste fracasa.

No podía hablarse de que el gobierno de Enrique Peña Nieto fuera un fracaso hasta septiembre de 2014, cuando ocurrió la gran tragedia de Iguala, con la desaparición de los 43 jóvenes estudiantes de Ayotzinapa. Por el contrario. El Pacto por México, que implicaba una capacidad sin precedentes de convencimiento a las fuerzas opositoras y las reformas energética, educativa y de telecomunicaciones, las tres muy polémicas, hablaban de un presidente que arriesgaba popularidad a cambio de destrabar el desarrollo del país. Pero llegó el caso Ayotzinapa, como la explosión de una granada en la panza de una sandía, y a partir de ahí, no solo el presidente, sino también el PRI, se empezaron a hundir. De tal forma que el gobierno de Enrique Peña Nieto ya fue juzgado a partir de estos hechos y ningún logro de su administración cambiará esa percepción de que fue un fracaso.

Quirino Ordaz Coppel comete el mismo error que sus antecesores; se ve muy preocupado por las cifras, las calles restauradas, la inversión extranjera, el nivel de exportaciones, los empleos generados… pero no trabaja para cambiar la percepción de la gente respecto a problemas que son —y lo sabe porque los pulsó muy bien durante su campaña— centrales para la población: la inseguridad y la corrupción. En materia de seguridad sus estrategias no solo no han disminuido los índices delictivos, sino que en muchos rubros van a la alza —homicidios, por ejemplo—, con el agravante de que siempre está acumulando hechos de muy alto impacto. Y junto con ello va la impunidad, pues sus niveles no han disminuido y por lo tanto la gente no hace una diferencia con el fracaso de los gobiernos anteriores.

En cuanto a la corrupción, Quirino le quiere dar atole con el dedo a una población que reclama a gritos que los abusos cometidos en la administración anterior sean castigados. Pero sus compromisos son muy fuertes y no dará un golpe de timón.

Pero no vayamos a cómo será juzgado Quirino Ordaz en el futuro sino cómo lo está juzgando la gente ahora y cómo pueden repercutir esas percepciones en el presente inmediato. No hay que olvidar que tenemos encima un proceso electoral y no cualquier proceso sino uno que será histórico, pues por primera vez habrá boletas para elegir alcaldes, diputados locales y federales, senadores y presidente de la república. Y que la gente votará mirando a sus gobernantes aquí y a nivel nacional. Y que tomando en cuenta qué han hecho por ellos en cada caso, emitirán su voto. Hay un voto duro para cada partido, por supuesto, pero la franja de indecisos está esperando propuestas para decidir.

Y aquí es donde Quirino Ordaz podría estarle fallando a quien lo puso donde está, es decir, a Enrique Peña Nieto, el presidente de la república. Si de por si el nivel de votos con que el PRI ganó es histórico por bajo, no hacer nada por legitimarse puede convertir la actual administración en un desastre para el partido. Y no le queda mucho tiempo para cambiar la ruta de su gobierno, porque después de junio de 2018, dependiendo de los resultados electorales, solo se dedicará a “nadar de muertito, a fingir que gobierna y a beneficiarse de un cargo para el que, tal vez, nunca estuvo preparado.

Bola y cadena

SI QUIRINO ORDAZ SUPIERA el significado de legitimidad o si realmente le interesara legitimarse ante un electorado sinaloense que fue apático al proceso electoral del año pasado —solo el 44.3 por ciento de los electores salieron a votar y el 41 por ciento lo hizo por el candidato de la alianza PRI-PVEM-Nueva Alianza—, ya hubiera puesto atención a los problemas más sentidos de la población. Pero parece no importarle mucho. Está “clavado” en él mismo, en su terruño marismeño con el pretexto de haber logrado para 2018 el llamado Tianguis Turístico, en la élite a la que representa, no en el pueblo que debiera preocuparle.

 

Sentido contrario

SI EL PRI-GOBIERNO TRAE UNA OPERACIÓN  de alto nivel para dividir a la oposición, parece que lo está logrando en el PAN y en el llamado Frente Ciudadano por México, pero no en Morena, donde desde Bucareli acariciaron la posibilidad de que Ricardo Monreal le diera la espalda a Andrés Manuel López Obrador y le restara fuerzas con miras al 2018. Desde el jueves se anunció por ambos que esto no ocurrirá por lo pronto. Por el lado del PRI todavía están esperando que el presidente le quite la capucha al tapado —como en los viejos tiempos— y en el Frente no se ponen de acuerdo ni con el método de selección del candidato.

Humo negro

“NO TENEMOS MIEDO A MORIR, TENEMOS MIEDO A QUE NOS MATEN” es el grito de cientos de jóvenes que marcharon el viernes por las calles de Culiacán ante la ola de violencia que ha azotado la ciudad, cobrando la vida de decenas de jóvenes, muchos de ellos víctimas inocentes. En bares, en las calles, en sus casas, en centros comerciales. Nadie está exento de caer asesinado, por consigna o como “daño colateral”, sin que las autoridades pongan remedio, ni desde las corporaciones policiacas preventivas, ni mediante la persecución de los delitos. Los comandos siguen imponiendo su ley de muerte y no hay nadie que los detenga. Ni los militares, que según llegaron para poner orden.

 

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