Hace lustros los narcos invirtieron la ecuación

 

 

Siempre le hemos referido al gobierno mexicano que ha perdido la “guerra” contra el narcotráfico. Lo hemos estado diciendo sobre todo a partir del sexenio de Felipe Calderón, pues fue él quien inventó esa “guerra” al incorporar de lleno a las fuerzas armadas, sobre todo al ejército mexicano, al combate frontal contra las bandas del crimen organizado.

Pasaron solo dos años para que él mismo reconociera que se había equivocado de estrategia, aunque nunca la cambió, y se fue hasta el final de su sexenio como las bestias de arar, con tapaojos para no mirar hacia los lados.

El resultado está ahí, en los registros civiles, en las estadísticas oficiales y en boca de todos: más de 200 mil asesinatos en diez años, decenas de miles de desaparecidos, fosas clandestinas por doquier, estructuras políticas, económicas y de gobierno penetradas hasta la médula por el narco y una población creciente de adictos a las drogas, sobre todo jóvenes.

Esto es en México, uno de los países proveedores de drogas a los Estados Unidos que más ha sufrido las consecuencias en términos de sangre, de corrupción, de sufrimiento. Pero poco hablamos del fracaso de nuestros vecinos del norte, que aparecen siempre como aliados “solidarios” en el combate al narcotráfico desde que esto se convirtió en un negocio industrial. En realidad nunca han sido tal cosa. Los gringos han utilizado este fenómeno para su beneficio desde que se aseguraron que la heroína llegara a sus ejércitos en guerra y luego se dedicaron a administrar el mercado —oferta y demanda— para que la droga no faltara en las calles.

Con el paso de las décadas, el mercado mundial de las drogas se ha expandido igual que el consumo en los Estados Unidos, a pesar de que éste es el país que más dinero invierte en el “combate” al narcotráfico en el mundo, con el pretexto de que la acción de las organizaciones criminales afectan los intereses de ese país. Solo a la DEA (Drug Enforcement Administration), el gobierno norteamericano le asigna un presupuesto anual de 3 mil millones de dólares. Nació en 1973, bajo la administración de Richard Nixon y realiza operaciones en más de 60 países.

Y quién sabe si sea coincidencia, pero a partir de esa década el narcotráfico en México empezó a tomar forma a través de los llamados cárteles. Mataron en 1978 al legendario Pedro Avilés en una emboscada del Ejército —donde se dice participaron agentes de la DEA— y a partir de ese hecho se entronizaron en el poder del negocio Miguel Félix Gallardo y Ernesto Fonseca Carrillo, Don Neto, a cuya sombra acudieron Amado Carrillo Fuentes, Rafael Caro Quintero, Ismael Zambada García, Juan José Esparragoza Moreno y, de menor tamaño, Joaquín Guzmán Loera y Héctor Luis Palma Salazar.

Nunca, a partir de esos años, el narcotráfico decreció y, por el contrario, se fue extendiendo en el país, casi toda la droga con destino hacia los Estados Unidos. Y paralelamente ocurría lo mismo en Colombia, Bolivia y Perú, donde la hoja de coca se empezó a transformar en cocaína para surtir al naciente mercado norteamericano.

Siempre, en este proceso, las agencias norteamericanas de seguridad han sido señaladas de jugar un doble papel: por un lado, combatir a las organizaciones de narcotraficantes; por el otro, administrarlas, hacer crecer a unas en detrimento de otras, crear líderes del narcotráfico para luego ponerles la mano encima. Todo en un juego en el que la droga no deja de ofrecerse en las ciudades de la Unión Americana y donde la mayor parte de la sangre derramada por el negocio la ponen los países proveedores.

Por eso es importante no sacar nunca a los gringos del análisis cuando se estudia el fenómeno del narcotráfico, porque son parte central del problema y porque también ellos, sobre todo las familias norteamericanas, han estado perdiendo la guerra contra las drogas. No el gobierno necesariamente, porque ellos inventaron este juego y nunca han perdido nada, sino los hombres y mujeres, niños y niñas que caen en las garras del vicio sin que los sistemas de seguridad y de salud puedan evitarlo.

 

Bola y cadena
Y NO HAY QUE HACERSE ILUSIONES de que si llega tal o cual candidato o partido a la presidencia van a mejorar las cosas. De hecho, el tema del narcotráfico suele tocarse poco en las campañas, en los debates y en los discursos. Así ocurrió hace doce años, hace seis y será igual en 2018. El payaso de Vicente Fox vino a Sinaloa en la campaña del 2000 y acusó a Antonio Toledo Corro de haber jugado dominó con Miguel Félix Gallardo. Pero dos años después, haciendo elogio de su propia estulticia, le colgó una medalla como ganadero prominente. El narcotráfico, como las drogas, llegó para quedarse. El error de los gobiernos fue que la ecuación se invirtiera y que sean ahora las organizaciones criminales las que pongan las condiciones de esa relación turbia que existe desde hace décadas.

Sentido contrario
¿ES UN ASUNTO DE PRESUPUESTO el de la Fiscalía General de Sinaloa? No, no es la falta de dinero la razón por la que no abaten los niveles de impunidad. Es de corrupción, de irresponsabilidad, de inercias enquistadas en estructuras viejas, empolvadas. Le pueden dar dos o tres millones o más a la Fiscalía y las cosas no cambiarán. Haría falta mucha voluntad política para lograrlo. Y tampoco hay. Está muy escasa hoy día.

Humo negro
CAUTIVA LA ESPONTANEIDAD CON QUE jóvenes estudiantes de las universidades levantaron en los pasillos de sus escuelas altares en honor de Javier Valdez. ¿Qué le gustaba tomar? ¿Qué comía? Llamaban para preguntar o lo hacían por el whatsapp. Javier era ya una presencia indeleble en los jóvenes. Y ahora se refrenda con pan, con tequila y su sombrero; con un ejemplar de Ríodoce, con sus libros y sus Malayerba.

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