Duarte y este pudridero llamado México

 

Duarte
JAVIER DUARTE. Tercera llamada para el país.

En los medios electrónicos circuló de inmediato el aventón a Javier Duarte cuando subía a una camioneta de seguridad luego de haber acudido a su primera audiencia en un tribunal de Guatemala. La imagen es insólita para un hombre que no hacía mucho tiempo gozaba de todos los privilegios del poder, la descomunal impunidad, los apapachos presidenciales, los aplausos, inducidos y no, de muchísima gente en cada acto de gobierno. La descompuesta figura del ex gobernador tirado en el piso del vehículo con las manos esposadas atrás y los ojos todavía cerrados a la defensiva, es la elocuencia misma de un hombre que ha caído sin tener idea dónde está el fondo.

Pero al final, aunque anecdótica en sí misma y provocada tal vez para el morbo barato, la imagen no deja de reflejar nuestra lacerante realidad. Lo que ocurre con Javier Duarte pasa con el país y sus instituciones. México, pese a los cantos de sirenas a la transparencia y honradez públicas, puede verse igual, tirado como un costal de huesos a expensas de los depredadores, carne infinita de fieras insaciables, enloquecidas por la libertad con que delinquen en la impunidad, como en una selva, atrapado por la gran corrupción que significa el sistema. Y esto va desde los síndicos, electos “democráticamente”, hasta el presidente de la república, involucrado ya en contrataciones de dudosa probidad desde el poder público.

México se convirtió en un enorme cagadero a pesar de la alternancia. O quizá por ello mismo. Lo vimos en Sinaloa cuando la oposición empezó a ganar municipios y diputaciones locales, por allá en 1995, bajo la administración de Renato Vega Alvarado. En vez de avanzar, el equilibrio de fuerzas convirtió los actos de gobernar en un gran mercado, una enorme carpa donde todo se vendía y se compraba, en efectivo o en especie, con favores mutuos, el yo te doy, tú me das, todos ganamos. Y sobre todos, partidos, gobernantes y políticos, un gran manto protector tejido con base en complicidades criminales.

De muy poco sirvió a los sinaloenses que en el poder, municipal o estatal, estuvieran gobernando priistas, panistas, perredistas y ahora pasistas. Todos se alinearon a la idea desvergonzada de que la política se inventó para el beneficio propio. Muchos políticos se hicieron empresarios y éstos se convirtieron en políticos, ambos con un mismo fin: saquear el erario, enriquecerse con los dineros públicos, ya sea tomándolos de las arcas directamente, desviándolos a cuentas personales, o a través de contratos, comisiones, sociedades hechas exprofeso para convertirse en proveedores privilegiados de los gobiernos.

Eso ni más ni menos ocurrió en Veracruz, donde la desgracia en que ha caído el ex gobernador Javier Duarte salpica a prácticamente toda la clase política de esa entidad, a altos funcionarios del gobierno federal y hasta aspirantes presidenciales.

Pero no nos concentremos en Duarte, ese desquiciado indescriptible. Mejor preguntemos dónde estaban las entidades fiscalizadores cuando el ex gobernador desviaba desaforado los recursos del erario para sus cuentas personales, cuando hacía compras en México y en el extranjero como si fuera un magnate petrolero. Dónde estaba la Cámara de Diputados y la Auditoría Superior de la Federación, dónde la Secretaría de Gobernación, dónde el Cisen… dónde la Presidencia de la República.

Si con los priistas Andrés Granier Melo, ex gobernador de Tabasco, Fausto Vallejo, ex gobernador de Michoacán, o con el panista Guillermo Padrés, ex gobernador de Sonora —solo por citar tres casos— no nos atrevimos a mirarnos al espejo, el caso de Javier Duarte debe significar un hasta aquí en este mundo de simulación que es la política a la mexicana. ¿Pero de dónde tienen que venir las medidas si una mujer que dirige un partido nacional de izquierda y ahora pretende gobernar la Ciudad de México oculta un lujoso departamento en Miami? ¿Hacia dónde voltear? Y no hablo de partidos ni de aspirantes presidenciales, ni de coyunturas electorales, sino de instituciones, de medidas de fondo, leyes que realmente se apliquen y no terminen en un mercado de intereses disfrazado de equilibrios y de alternancia.

Bola y cadena

LOS PANISTAS, EN PARTICULAR el gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, se están colgando la medalla por el juicio que ahora deberá enfrentar Javier Duarte una vez detenido en Guatemala. Pero más allá del mérito que tenga Yunes, vale la pena preguntarnos ¿qué hubiera pasado si en el 2016 el PRI hubiese ganado la gubernatura?

Sentido contrario

Y EN ESTE MISMO SENTIDO —o en contrario— ¿Por qué el gobernador Quirino Ordaz Coppel no ha asumido una posición clara, sin ambages, contundente, sobre el desorden administrativo que encontró cuando llegó al poder? ¿Por qué esa actitud esquiva, desenfadada sobre el tema? ¿No tiene todavía elementos para presentar denuncias penales contra los que usurparon recursos a través de compras infladas o simuladas, contratos fantasmas, asesorías millonarias que nunca existieron, proveedores a modo y desvío de recursos a cuentas personales? ¿O de plano no quiere?

Humo negro

PARECERÍA QUE LOS DÍAS DE NICOLÁS MADURO están contados, que en Venezuela el hambre impondrá sus fueros a costa, incluso, de la  sangre que ya fluye por las calles en esas manifestaciones de protesta. Pero escuchar a Maduro en sus discursos plazueleros es recordar algunos de los peores momentos de la historia, el fascismo en Europa, el estalinismo y sus purgas, las asesinas dictaduras latinoamericanas. Algo podría abonar al optimismo, y es que Maduro es un reflejo enclenque del chavismo, algo que parece desvanecerse en la actual crisis venezolana.

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