En Sinaloa no se parpadea

 

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El cuadro estaba incompleto para un inicio de sexenio al estilo Sinaloa: Faltaba la fuga carcelaria espectacular. El acto de prestidigitación que encierra el más burdo de todos los trucos. Sin túnel, ni sábanas, ni disparos, cinco hombres pueden salir de prisión evitando saltar las bardas monumentales, rodeando puertas aseguradas con candados y sin necesidad de volar por torres vigiladas por hombres armados.

Los cinco evadidos del Penal de Aguaruto este marzo —porque nadie puede asegurar que se fugaron el jueves 16— salieron cuando quisieron, en el momento en que lo ordenaron sus jefes. Era inevitable, al tomar la decisión nadie haría nada, porque ahí no manda el Estado. No se movería un dedo. Ni siquiera se daría la alerta. Da igual si las cárceles están a cargo de militares o civiles, de hombres intachables o mujeres ajenas a las redes de corrupción, la única constante es que los internos en fuga deben ser poderosos, adentro quedarán cumpliendo condenas los lumpen, los que robaron un par de gansitos en un oxxo.

Quirino Ordaz es obligado a suspender su gira en el paraíso de Long Beach con su envidiable puerto y regresar a su infierno en Sinaloa. Y luego, cumplir con el guion establecido: correr a unos, mantener a los custodios arraigados, pasarle la bolita a la PGR, declarar que está interesado en la seguridad de los sinaloenses, y que recibió en herencia una infraestructura “deplorable”, “frágil”, “inoperante para cumplir sus funciones”. Es decir, el mismo guion que su antecesor, y el antecesor del antecesor.

Los cinco que se fugaron pertenecen a un mismo grupo: Juan José Esparragoza, Jesús Peña, Alfredo Limón, Francisco Javier Zazueta y Rafael Guadalupe Félix, son encumbrados miembros de la Organización Sinaloa, cuatro de ellos cercanos a Ismael Zambada —socios, operadores o encargados de la seguridad— con la excepción de Zazueta Rosales, el Chimal, hombre de los hijos del Chapo y señalado en la investigación de la PGR como participante en la emboscada al convoy militar el pasado 30 de septiembre.

En medio de la espiral violenta en todo el país y particularmente en Sinaloa, que regresa a índices de homicidios de hace cinco años, pero aún lejos del trienio 2009-2011, es sintomático que el grupo que decide terminar la hibernación sean cercanos a Zambada y los hijos de Guzmán. La Organización los necesita afuera.

En Sinaloa no está permitido parpadear. Un parpadeo y se descompone todo lo que ya de por sí se mantenía descompuesto. En el penal de Culiacán, el más grande de Sinaloa, se nombró a un director que solo estuvo 13 días en el cargo y renunció, desde entonces se mantuvo como interina a una persona que igualmente nada podía hacer.

La cadena se rompe, como los hilos, por el eslabón más débil. Luego de la fuga son cesados el encargado del despacho del reclusorio, y 10 comandantes y custodios de la cadena de mando. Más el Jefe de Seguridad, José Mario Murillo, de quien no se sabe nada desde el momento de la evasión.  Otra vez lo mismo que siempre: el débil eslabón que nada puede hacer en un sistema disfuncional, corrompido, mantenido con alfileres.

 

Margen de error

(Al fin es político) La fuga es sobre todo un golpazo político para Quirino Ordaz. Su gabinete se enteró tarde y mal de la evasión, o con la posibilidad de que lo supieran desde antes pero armó la operación a destiempo para no entorpecer la fuga.

Al mediodía del jueves, cuando por fin incursionó a la cárcel la Policía Estatal Preventiva, el subsecretario de Seguridad, Cristóbal Castañeda, decía que se habían enterado de la fuga por una llamada al 911 y por redes sociales.

Para entonces, la policía se afanaba buscado dentro a quienes llevaban horas fuera.

 

Mirilla

(Falso positivo) El enfoque es incorrecto en el tema de los jóvenes detenidos por la Policía Municipal de Culiacán y entregados a un grupo armado, difundida la transacción en una videograbación por un testigo. La mirilla de las críticas y acusaciones se enfocó en los cuatro policías, pero nunca en la docena de jóvenes armados que los rodeó.

No son los policías donde debe enfocarse la investigación, sino en el grupo que exigió la entrega para ser rescatados. El intercambio de detenidos en Sinaloa corre en ambos sentidos: Hay casos en que los detenidos de la policía terminan en manos de grupos de la delincuencia, y viceversa, casos donde la misma organización los entrega a la policía y luego los presenta como una captura.

Se les exige a cuatro débiles cuicos —sin la carga ofensiva de la palabra— que respondan a lo que desde el Fiscal y Director de la Ministerial no pueden ofrecer. Si el mundo  no estuviera de cabeza, los policías fueran respaldados, llevados a una zona segura, activar su protección, y entonces enfocarse en el grupo de hombres armados que los rodeó. Pero no, aquí no es así.

 

Deatrasalante

(2005) Lo mismo es antes que después: Al inicio del sexenio de Jesús Aguilar Padilla los presos decidieron irse (Otra vez como la salida del grupo del pasado jueves con Quirino Ordaz). Ellos así lo decidieron. Para aquel mes de mayo del primer año de gobierno de Aguilar, 2005, ya sumaban cinco fugas de los penales. La peor el 5 de mayo de ese año inicial, cuando nuevo internos se evadieron de la cárcel de Culiacán, todos ellos amigos, compadres o pistoleros de Joaquín Guzmán con apenas cuatro años en libertad.

La primera versión que armó la autoridad es que huyeron por la barda con un atado de sábana —lo dijeron con la seriedad que amerita, aunque sonaba a chiste—, pero poco a poco se reforzó la versión de que habían salido por la puerta como corresponde a quienes salen cuando les da la gana.

En solo 22 días de marzo la administración de Aguilar Padilla sumó tres fugas: el 2 de marzo dos secuestradores lograron evadirse, supuestamente con documentos apócrifos de liberación, el 15 de marzo se fugaron cuatro del penal municipal de Escuinapa, y tres fueron recapturados, y el 24 de marzo nueve intentaron la fuga a punta de bala en Los Mochis, dos lo lograron, cuatro murieron y tres fueron retenidos (PUNTO)

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