El circo de la democracia

reelección

Quizás fue en 1986, el año de la verdadera pelea del siglo —de aquel siglo XX— Labastida vs Clouthier. No Pacquiao vs Mayweather. Antes de la caída del sistema, antes de Salinas, del IFE. En un país donde la democracia siempre es un circo: el hombre que ya murió pero él no lo sabe, la mujer barbada, el bebe-saurio…

56 niños y niñas eligieron a su Jefe de Grupo a mano alzada, nada de voto secreto, por unanimidad. Juanito, el electo, no llegó ni al receso, los adultos se encargaron de destituirlo. ¿Por qué? Todo había sido legítimo, legal. Gabriel, la memoria del grupo “C” de aquella elección del siglo pasado, dice que dijeron: “Juanito no es apto para eso” y de inmediato ordenaron repetir el proceso, impidiendo siquiera registrarlo de nuevo como candidato. Las manos ya no se levantaron con algarabía; pero se votó seriamente a favor de Óscar.

Ninguno de los votantes, aun con menos de 15 años, era ajeno a entender que se trataba de una jugarreta proponer a Juanito para Jefe de Grupo. La travesura es por definición maligna, y con ella nos burlábamos del sistema de elección, de lo aparentemente fácil que es burlar a la democracia. Y sobre todo reíamos como locos. Imponíamos al cuate, al amigo, en el puesto más alto, uno con quien pudiera seguir la fiesta de poner espinas en los asientos, esconder mochilas, mirar con lascivia a la maestra de historia. Aunque en nada de eso tuviera injerencia el Jefe de Grupo. Igual todo podría revertirse, y Juanito ya electo se convertiría en un Jefe de Grupo de respeto, apegado a las reglas escolares, un corrector de tantas faltas.

Ese fue el primer encuentro de una generación con la democracia. Con adultos que tampoco sabían lo que hacían, que crecieron en un régimen de partido único, en sindicatos de líderes eternos, para los que era fácil declarar nula la elección aun cuando cumplía con las reglas.

Treinta años después el país sigue siendo el mismo, aun cuando muestra cambios impresionantes. Aquellos niños y niñas de los 80 hoy votan, aquella clase política de los 80 aún está empoderada. No hace falta ser experto en teoría política para comprender lo que sucede en la ciudad que habitamos, en el país al que cubrimos impuestos, tan simple como mirar atrás y adelante.

El cuento de los 80 no es tan viejo como parece, no es una decrepitud. Al contrario. Explicaba perfectamente lo que ocurría en aquel país. No se sabía cómo reaccionar ante una votación contundente, ante alguien contrario al status quo. Guardadas todas las proporciones, lo ocurrido en el salón “C” de la ETI se replicó un par de años a lo ocurrido en el país, el sistema no estaba apto para asimilar que ganara alguien diferente al ya determinado por el mismo sistema. Por eso 1988, por eso la caída del sistema. Ahí, justo ahí, está el cambio sustancial en el sistema: unos años después podía asimilar la derrota de los pre-determinados.

Una de las modificaciones básicas a un sistema político es que los triunfadores en un proceso de elección no estén determinados con antelación. Es condición indispensable que no esté determinado el triunfador. [Lo ocurrido en aquel salón de la secundaria era en sí mismo una anomalía] Parece una explicación para aquellos muchachitos de la secundaria técnica de Culiacán de 1985-1986, pero no lo es. Sigue siendo totalmente válida.

No hay mejor manera de entender que regresar a lo básico. En el Reino Unido no se pelearon en balde casi mil años para llegar a la Cámara de los Lores y la Cámara de los Comunes. En México hace menos de 100 años todavía se enfundaban pistolas en la cintura y se agarraban a balazos dentro del Congreso. Peor incluso, se le cortaba la lengua —literal— a quien dijera lo que pensaba. Belisario Domínguez no es el nombre de una medalla que se cuelga en el cuello de alguien en el Congreso de la Unión, es el nombre de quien en sus discursos mostró la valentía de la oposición.

Hace 50 años se asesinaba un gobernador, como a Rodolfo Loaiza, de Sinaloa, en la lucha por el poder.

Poner la reelección de legisladores y alcaldes es en sí mismo anacrónico, retrógrado. Que en Sinaloa se abra un debate en ese sentido es ruido. En la teoría de la comunicación el ruido es, como su definición, lo que impide escuchar con claridad lo importante.

El Congreso de Sinaloa, como los otros del país, ni siquiera tiene en discusión la reelección de legisladores y alcaldes —es una aprobación federal y en los estados solo será de trámite—, la verdadera discusión como muchas veces está en otro lado. En el caso de Sinaloa está en las fechas del recorte de los periodos de los próximos legisladores, alcaldes y gobernador —lo que ya hicieron, antes, estados como Michoacán—. Pero eso a los ciudadanos qué nos importa.

Lo políticamente correcto dice: hay que seguir el patrón de criticar a la clase política de corrupta y provocadora de todos los males. Ellos, los políticos —dice ese discurso— son los culpables de que la luz y el agua estén caras, de que el sueldo no me alcance. Pero esa es siempre la posición fácil, cómoda, la que nunca queda mal con nadie, pero la que al mismo tiempo no tiene madre. Es decir, nace de nadie.

No hay caminos fáciles ni pavimentados en este tema. Pero sí queda claro que el tema de la reelección no es el tema, sino la vigilancia del actuar de los alcaldes y legisladores; luego, si quieren repetir, que se sometan a la ratificación de los ciudadanos. Si para esa reelección le tienen que vender el alma al diablo, que se la vendan. Pero al diablo que en cada distrito existe, no al diablo de siempre(PUNTO)

 

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