Los cidios sinaloenses

homicidios sinaloa

 

 

 

 

 

Estamos llegando a la fase final del “gobierno del cambio” y se acumulan los reclamos a su sistema de seguridad.

Ahí están las familias que han sufrido el feminicidio de la madre, la hija, la hermana, la tía, la sobrina, la amiga, la vecina.

Ahí están también los periodicidios sobre los que sigue exigiendo justicia el gremio ante la muerte de sus colegas que resisten sean sepultados por el tiempo, el olvido, la impunidad.

Ahí está el medicidio que puso a caminar a los galenos la mañana del 14 de este mes en Culiacán, pero que debería levantar a todos, por el asesinato del neumólogo-pediatra Luis Oswaldo Duarte Jiménez, que como simple paradoja, habría que recordar que esto ocurría mientras el gobernador ingresaba al Hospital Fátima de Los Mochis para ser intervenido quirúrgicamente de la vesícula.

Y está ahí el pronunciamiento de Trinidad Tirado Olvera, ante el silencio penoso de la Federación y de los líderes de los Colegios de abogados, por el crimen de su joven colega Susana Suárez Martínez y la desaparición de los abogados litigantes Ernesto González Chiquete y José Luis Guevara, quienes hasta el  momento de escribir este artículo no habían merecido una declaración de la autoridad judicial.

Y por último, están los comandicios, como es el caso del asesinato de Jesús Meza López en Los Mochis, que muestra lo difícil que es el control del sistema de seguridad.

Todo ello lleva a las declaraciones de “vamos por ellos”, “va a caer porque va a caer”, y no dudamos que ello suceda sino que a los pocos días vuelve la violencia contra gremios a los que difícilmente se le puede acusar de vínculos con el crimen organizado, o abrir el expediente del familiar criminal.

La crisis de inseguridad en Sinaloa se ha consolidado en este gobierno, en el que muchos sinaloenses pusimos la esperanza.

Aun cuando los números nos hablan de una reducción de homicidios dolosos en los últimos años, la percepción ciudadana indica que sigue su curso como una bala expansiva que va destruyendo todo lo que encuentra a su paso.

Así, ha hecho intransitable los altos de Sinaloa y ha provocado el silencio de los valles con sus fosas clandestinas. La lista interminable de muertes ignoradas o sepultadas en la estadística. Muertes de las que nunca concluye la investigación porque los expedientes por violencia se enciman y da la impresión de que solo se opta por los casos más mediáticos, los casos que ganan rápidamente las ocho columnas, sobre todo aquellos que salen en medios de comunicación nacionales o los más incontrolables, los internacionales que exhiben nuestro lado oscuro.

Quizá por eso cuando ocurre un caso, como el del médico Duarte Jiménez y moviliza a su gremio que deja sus hospitales, su consulta, sus pacientes y sale a la calle, pone de nervios a los habitantes del tercer piso del Palacio de Gobierno. Muestra su impotencia para administrar un caso con el viejo expediente de su propia culpa. Exhibe entonces las limitaciones en el combate contra el crimen ya no digamos del organizado, sino de esas pequeñas células que van por los patrimonios de la clase media.

Exhibición que se transforma en impotencia colectiva ante actores sociales más visibles que nos recuerda a todos que el silencio es cómplice y ofensa a la memoria de las víctimas. Que es posible un Sinaloa no sin víctimas, que sería demagógico, sino una Sinaloa irritada y capaz de reclamarle a los responsables políticos del estado para que hagan su trabajo y disminuya realmente estos azotes cotidianos.

Los cidios, más que una figura retórica tropológica, es la constatación de la incapacidad que tienen hoy los gobiernos para garantizar seguridad a sus gobernados y una oportunidad para el delincuente que sabe de la impunidad y actúa en consecuencia sobre la sociedad.

Afortunadamente, la calle sigue siendo un espacio de la ciudadanía y eso lo saben los médicos que han dejado sus consultorios para hacer valer su impotencia y el reclamo a la incapacidad de los gobernantes.

En definitiva, no podría cerrar este artículo sin recordar una entrevista que le hicieron hace un tiempo a Edgardo Buscaglia, reconocido estudioso sobre estos temas. Cuando le interrogaron acerca del éxito en las políticas de seguridad pública en Italia y Colombia, su respuesta fue contundente: empezó a cambiar todo cuando las élites políticas y económicas y sus familias fueron alcanzadas por la violencia. Antes no.

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