Los límites de la ira

Agiabampo. Las autodefensas en puerta.
Agiabampo. Las autodefensas en puerta.

Hartos, conformarán grupos de autodefensa, amenazan campesinos
“Estése pendiente oiga, déme el teléfono y le hablo. Deje me comunico con él y le llamo para decirle como va hacer la cosa”, explica el campesino que con pala en mano desentierra una planta desértica que crece en su acera. La planta se la regala a un visitante, que sin cuidado la arroja a un remolque cargado de andamios. Él dice que en la ciudad ese arbusto es exótico, y caro en los viveros.
Frente a ellos hay miradas recelosas. Parece que ese dueto no es bien visto por los moradores del pueblo. Esta es una comunidad habitada por pescadores y campesinos. El mar se ve a la distancia,  pero también las siembras. Las calles están tan malas que no hay agujeros, sino zanjas. Un metro de concreto o de asfalto en las calles es mera ilusión.
Tampoco existen las banquetas y el alumbrado público lo da el sol, en el día, y la luna y las estrellas en las noches. Agua potable a veces, drenaje, cuando se puede. Pero dice, viven a gusto, a sus anchas, en terrenos de casi 500 metros. Por eso las casas son aisladas, como también los vecinos. La hermandad comunitaria no existe.
Aquí, los miembros de la comunidad están divididos. Están los pacíficos y los que siguen al barbón. Se refieren a Francisco Bustamante Villa. Él es el representante del ejido Microondas y de los de Agiabampo Dos, El Campito, que desde 1997 pelean la dotación de 2 mil 383 hectáreas de tierras de temporal y de riego a latifundistas de Sonora, y es quien anunció en asamblea ejidal que armarían su propio Grupo de Autodefensas de la Integridad de la Vida y de sus Posesiones y Propiedad, hartos de la incapacidad gubernamental para frenar la delincuencia organizada y a políticos de cuello blanco en la desaparición y encarcelamiento de campesinos.
No era la primera  vez que Bustamante, o Francisco Villa como prefiere que lo llamen, hace anuncios espectaculares en favor de su lucha. En las tres décadas de su pleito agrario, se han afiliado a diversos grupos: primero se alió al Ejército Zapatista, que buscaba equidad social en tiempos del PRI,  y a su caravana, luego a los macheteros de Atenco, y ahora a los grupos de autodefensa que nacieron en Michoacán para combatir a Los Caballeros Templarios y a La Familia Michoacana.
El día que hizo el anuncio, apenas unas mujeres y unos cuantos hombres estuvieron presentes en la asamblea. Les dijo que estuvieran pendientes del llamado, porque se aliarían a las autodefensas, cansados de que el gobierno federal no cumpla con la asignación de tierras prometidas tres décadas atrás.
Sus segundos afirman que Bustamante ha llevado el conflicto hasta los extremos legales, y todos los ha ganado, pero el Gobierno se niega a darle cabal cumplimiento.
Esa fama, esa lucha agraria, ha divido a los residentes y vuelto recelosos a los campesinos demandantes de justicia.
“Mire, búsquelos allá, allá y allá. Busque a José Antonio, a doña Rosario, a Héctor Ibarra, ellos son del barbón, a nosotros no nos gustan los problemas y los evitamos”. Se refieren a Francisco Bustamante Villa.
Don José Antonio no está. Su casa está sola, o eso aparenta. Doña Rosario asegura que está muy entretenida haciendo empanadas, que poco sabe del resultado de su lucha, porque no pudo estar en la asamblea.
Pero don Héctor sí está y arranca una planta desértica con la pala.
“Sí, el domingo algo va a pasar. Este pendiente. Yo le llamo.  A usted lo vi en otro lado. ¡Ah! Sí, en Microondas. El día del cerco. Sí, ese es usted. Pues sí, mire, que ya estamos cansados. Porque el gobierno y unos cuantos ricos se aferran a quedarse con la tierra de nosotros, que nos quitaron de las manos. ¿Por qué va a ser eso oiga? Eso no es bueno. Es injusto. Por eso Bustamante va a formar la autodefensa, y pues nosotros vamos a estar ahí”, manifestó.
El campesino dice no estar conforme con lo que han sufrido en tres décadas, porque han demostrado a cada autoridad que tienen la razón, y ellos nada más no cumplen.
“Nada más nos escuchan, nos dejan hablar, dicen que van a actuar y no hacen nada. Eso no está bien, no es de hombres. Quien da su palabra, debe cumplirla. El gobierno debe ser justo y darle a cada quien lo que tiene derecho. Por eso las cosas se salen del control del gobierno. Uuuuhh, sí nosotros ya sabemos eso, pero somos respetuosos oiga”.
Don Héctor asegura que los campesinos han querido hacer las cosas cómo es justo, pero nada ocurre. Se rasca la cabeza, el sudor comienza a humedecerle el rostro. El sol le pega de frente y termina de arrancar las plantas desérticas.
Se recarga en la pala, como metiéndosela en el sobaco.
“Ah qué caray, lo que nos obliga hacer el gobierno, oiga”, dice.
“Ya lo vera, el domingo lo verá usted, si llega temprano. Déme el teléfono, yo le aviso, porque nos dijeron que estemos pendientes, que algo va a pasar el domingo. Si llega usted, lo va a ver”.

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