Perlas de pepe

 

 

En 1961, por el conducto de una entrevista que le hizo la joven periodista Elena Poniatowska a Rodolfo Usigli, para México en la Cultura, Ibargüengoitia abandonaría las lides de la escena para refugiarse en la narrativa. ¿La razón? Usigli no lo había considerado en su constelación de grandes dramaturgos en respuesta a un cuestionamiento de la Poni. Picado en su orgullo, escribiría su última obra de teatro sobre el asesinato de Álvaro Obregón, en La Bombilla. La bautizaría como El Atentado y le significaría su primer Premio Casa de las Américas, en La Habana (1963).

Su debut como narrador no pudo ser más deslumbrante. Tomó a la Revolución Mexicana por el pescuezo, le quitó el acartonamiento, la solemnidad, la piel, la puso en manos de su general José Guadalupe Arroyo para que nos diera sus reveladoras, ácidas, regocijantes memorias. Los Relámpagos de Agosto le otorgó a Ibargüengoitia su segundo Premio Casa de las Américas, en 1964. También le concedió ser traducido de inmediato a siete idiomas y, además le dio la razón por la decisión tomada. Otro punto: las tías empezaban a creer que habían perdido un ingeniero, pero que habían ganado un escritor.

Así como Los Relámpagos… no puede ser inscrita dentro de “la novela de la revolución mexicana” por antisolemne y paródica, Maten al León, su segunda novela (1969), también es un texto que se cocina aparte en lo referente al tema del dictador latinoamericano. Vuelve a enseñar sus cualidades de escritor único para describirnos los avatares de la Isla de Arepa, que nos remiten a la Nicaragua de los Somoza,

Luego vendría su primer texto dentro de un ámbito citadino, Estas Ruinas que Ves (1975), espléndida novela en la que nos retrata la vida de un grupo intelectual de provincia. En ella luce a “plenitud” su Cuévano. La nota roja le pondría en bandeja de plata el tema de Las Muertas (1977), en la que toca las escabrosas andanzas de Las Poquianchis, todo un referente en la vida delictiva de este país. En Dos Crímenes (1979) le da chanza de aparecer al ingeniero que nunca fue.

En Los Pasos de López (1982) vuelve con su espada desenvainada para desmitificar a la historia oficial en torno a la Independencia de México. Sus personajes son claramente identificables, pese a los nombres ficticios, y gracias a ellos y al tratamiento que les da, nos permite asomarnos a los hechos con toda su crudeza, pero también con sus infinitas posibilidades de hacernos reír de nuestros propios errores. Ese inolvidable cura Periñón, Padre de la Patria.

Ibargüengoitia fue un grande que se nos quedó aquel 27 de noviembre de 1983 en Mejorada del Campo, España. Su tumba se encuentra en su natal Guanajuato, en el jardín de su abuelo. En una placa conmemorativa se lee: “Aquí descansan los restos de Jorge Ibargüengoitia, en el jardín que fuera de su abuelo, el general Florencio Antillón, quien luchó contra los franceses”.

Texto editado del libro Mira esa gente sola, capítulo “El zapato de Jorge Ibargüengoitia”.

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