Pepe Infante, el corredor de bicicletas

bicicleta
La inmensa mayoría de los mexicanos, y en particular los sinaloenses, nos quedamos con la historia del gran ídolo de México Pedro Infante Cruz, sin embargo, esta vez hurgaré en mis recuerdos de cuando Pepe Infante nos visitaba en nuestro domicilio. En aquellos años la avenida, donde todavía tengo mi domicilio culichi, se llamaba Aranjuez, así nada más. Nunca tuvimos un letrero que nos indicara algo más, los vecinos de la colonia Benito Juárez, más conocida como La Mazatlán, identificábamos nuestra calle como “La Aranjuez”, ahora sí, está señalada como Venustiano Carranza. En la casa marcada con el número 102, Pepe Infante solía visitarnos de pasadita, eso ocurría porque por la misma calle vivían Los Zazueta. Chepe Zazueta, segunda base que en un tiempo jugó con Los Tigres del México, y su hermana la Jilguerita, una cantante de ranchero. Ella fue esposa de Pepe. La visita de Pepe a nuestro hogar era atraída por su amistad con mi padre, don Leonides Alfaro Gutiérrez, hombre dedicado al trabajo rudo, fue leñador, a pura hacha hacía hasta cuarenta cargas de leña. Luego fue ladrillero en la colonia Las Cucas, donde producía miles de ladrillos que luego vendía para hacer muchas de las construcciones de lo que hoy es la parte vieja de nuestra ciudad. También fue fletero de materiales para la construcción, formó la Unión de Camioneros del Municipio de Culiacán y también las primeras cribas de materiales pétreos. Por todo esto, aquella tarde de junio de un año de la década de los 50, me sorprendí de la llegada de Pepe Infante, yo estaba lejos de considerar aquella relación. Estacionó su impresionante guayina, larga y elegante, bajó y se fue directo a saludar a don Leonides que en ese momento estaba dando instrucciones a dos de sus choferes.
¡Quiúbo Leonides!, qué gusto verte. ¡Pepe Infante! ¡Qué andas haciendo por estos rumbos! Vengo a saludar a mis suegros, viven aquí adelantito. Pásale. Entró Pepe a la casa y todos los plebes, que éramos más de diez, entre mis hermanos y amigos vecinos, rodeamos al artista, metió las manos a la bolsa de su pantalón y nos dio monedas, todos salieron a comprar paletas, el calor lo ameritaba. No sé cómo ocurrió, pero yo me quedé, tal vez impresionado por la presencia del visitante. Pasaron al comedor y mi madre les sirvió un plato de cocido, con abundante carne de res, calabacita tierna, zanahoria, papa, elote, garbanzo y ejotes. Una delicia que Pepe repitió; era tragón, igual que su hermano Pedro.
Y qué me dices Pepe, como están las cosas de la artisteada. Bien. No me puedo quejar, mi  hermano Pedro me mantiene siempre muy ocupado, estudio actuación, canto, danza, boxeo y hasta lucha libre y grecoromana. Y todo eso ¿pa’ qué? Debo estar en forma, debes saber que soy el que dobla a mi hermano en muchas de sus películas, y aunque a él le encanta el deporte y no le saca a los trancazos, a veces me lanza a mí para que yo los reciba. Es divertido.
¿Y te paga por eso? ¡Claro! Pedro es muy generoso, ya viste la charanga que traigo. Esa me la regaló. Siempre está pendiente de que a los de la familia no les falte nada. Aunque también eso le da derecho a regañarnos, nos trata como si fuéramos sus plebes. A Ángel y a mí nos prohíbe tomar cerveza, tequila y ron… es un desalmado, dijo soltando una risotada. Oye, pero de mujeres… ¡Ah! Por eso sí nos perdona todo. Está de acuerdo con tu misión, Leonides. ¿Mi misión? ¿cuál? La de poblar el mundo. Ahora, ambos soltaron la risa.
¿Y sigues pedaleando? No. Con el trajín que me traigo, no puedo; además, allá en la ciudad de México no se puede. Muy de cuando en cuando, nomás pa’ soltar el músculo, me llevo mi bici al parque de los venados. Por eso extraño mucho a mi Sinaloa. El malecón de Mazatlán lo recorría de punta a punta en mi bici, y claro también participé en algunas carreras. Pero fue aquí en Culiacán, donde gané dos que tres, ¿te acuerdas cuando en tu Harley nos abrías camino? Sí, sentía una emoción muy especial, más cuando nos acompañaba el comandante Sirenas. Le encantaba llevar abierta la sirena de su patrulla. Cierto, Manuel Abitia era un policía carismático. Pero cuando se trataba de poner el orden, lo ponía. ¿Te acuerdas Leonides, de aquella vez que nos subió a la patrulla y nos llevó a La Cofradía de Navolato a decomisar un cochi que se nos había atravesado en una carrera de competencia de aquí a Navolato? Cómo no me voy acordar, batallamos mucho pa’ subir el animal a la cajuela de la patrulla, y el dueño gritó y gritó detrás de nosotros pa’ que lo soltáramos.
Las horas pasaron rápido, y Pepe Infante de pronto vio el reloj que desde siempre está en la pared. ¡Me va a pegar la Jilguerita! dijo, y se despidió  con aspavientos. Después de aquella vez, nos visitó varias más. Siempre para contarnos de sus hazañas por los doblajes que hacía de Pedro.
Cuando estudié en la Escuela Comercial Pitman, ubicada por la Escobedo, cada vez que había presentaciones de artistas en la XECQ; los estudiantes: jóvenes y jovencitas, cruzábamos la calle para ocupar un asiento en el pequeño auditorio de la radio. Ahí conocimos a Lola Beltrán, Ferrusquilla, Jorge Macías, y por supuesto, a Pepe Infante. No cantaba como su hermano, pero sí, también era muy simpático, y nos divertía con las exageradas imitaciones que hacía de su hermano.
Por desgracia, a la muerte del gran ídolo, casi toda la familia Infante sufrió una terrible debacle, pero de eso no quiero ni acordarme. Me quedo con la figura alegre del gran Pepe Infante.
P.D. ¿Cómo te fue en las votaciones? ¿Ganaste o perdiste? Yo, a pesar de todo, tengo esperanzas de que gane Sinaloa. Participemos para qué así sea. Gobernar es algo tan serio y difícil, que no debemos dejar tarea tan importante sólo en manos de los gobernantes.
leonidasalfarobedolla.com

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