Pide el 'Archie' respeto para su labor

El 'Archi'. Falta de cultura.
El ‘Archi’. Falta de cultura.

Acoso y hostigamiento es lo que enfrenta el Archie, ese más que conocido vendedor de libros del parque Revolución, en Culiacán. Por su labor de promoción de la lectura a lo largo de casi veinte años, Gildardo Velázquez ocupa un lugar en la memoria colectiva de todo habitante de la ciudad. Con sus mesas llenas de libros de todo tipo, desde literatura médica a best sellers, pasando por los clásicos de la literatura mexicana y universal, hasta llegar a libros antiguos, el Archie, como lo llaman sus muchos amigos, ha mantenido su puesto en el Revolución desde 1996, cuando inició con doscientos libros. Pero la cosa ha cambiado y por los arreglos realizados (¿perpetrados?) al parque, hace dos meses reasignaron el espacio donde históricamente se ubica su reconocido puesto. Lo movieron a un reducido módulo del otro lado del Revolución, por la calle Paliza, casi frente a la Cruz Roja. Un espacio más que pequeño, sin anaqueles para ofertar las buenas letras que tanta falta le hacen a nuestra tierra.
Si bien a fines de diciembre se reabrió el parque Revolución, claramente la reapertura ha sido más que parcial. Se le invirtieron más de cincuenta y cinco millones de pesos al renovado gimnasio, y al área del parque diez millones, con todo y las palmeras que se secaron el día de la reapertura. Ni siquiera un techito de plástico le pusieron al mural de medio siglo del maestro Arjona, creador del escudo del estado, que ahí está cayéndose a pedazos. Se dejó de lado, sobre todo, el espacio en comunidad que ahí existe: la cultura. Como si los libros no fueran necesarios, como si a solo tres locos les importaran.
Pero el Archie no llegó ahí ayer, su historia va desde los tiempos del gobernador Alfonso G. Calderón, cuando su hija Sandra gestaba un impulso a la cultura que Sinaloa no ha vuelto a ver, ahí, desde el espacio que hoy es el parque, en una oficina antecesora al Centro Cultural Genaro Estrada (Difocur). Fue en esos tiempos, a mediados de los setenta, que al joven Archie le interesó entrarle a los talleres del naciente Difocur, al teatro, sobre todo el guiñol, y a aprender a fabricar muñecos (con el maestro Carreón). Creó uno al que llamó Archie, y de esa forma acabo autobautizándose con su conocido mote de guerra. Años después, por falta de espacio en casa, empieza a ofertar sus libros a todo interesado. Y ahí ha seguido, luchando desde su trinchera, haciendo día a día lo que instituciones y grupos que celebran el libro hacen solo una vez al año.
Recientemente, cuenta el Archie, llegó una muchacha de visita con su familia desde Venezuela, “allá se casó, vino y me agradeció porque por mis libros se graduó de ingeniera bioquímica; en la plática se le salieron las lágrimas a ella, y a mí también”, expresa el Archie. Lo ideal le sería un espacio como en el que ha estado siempre, por la Obregón, con espacio para las mesas de libros, cerca del diario transitar, del palpitar de la ciudad.
Y es que como él lo dice, la suya es una labor “entre odisea y vía crucis”, pues con una economía siempre contra las familias, el único recurso para la formación y la lectura en una ciudad con centros culturales, y hasta el de ciencias, sin bibliotecas, acaban siendo los libros de segunda mano. Libros que gracias al Archie, tarde que temprano, acaban por encontrar a su lector y dueño.

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