Javier Valdez y la fragilidad frente al narco

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Nuestra negra historia

¿En dónde y quién incuba a la venenosa serpiente que ha impuesto carta natural de violencia en Sinaloa?

Esta y muchas otras preguntas surgieron a causa del terrible, pero más injusto asesinato de Javier Valdez Cárdenas, un culichi de estirpe guerrera y corazón alegre que conquistó a toda una nación al ejercer un periodismo valiente que sólo buscaba decir la verdad para que  tuviéramos el valor de enfrentarnos al monstruo de la barbarie. Así lo hizo desde que ingresó como reportero en el Canal 3, luego trabajó para Noroeste, de ahí salió para cofundar Río doce y se convirtió en corresponsal de La Jornada. En sus libros Miss Narco, Los Morros del Narco y Narcoperiodismo, en sólo 20 años nos dejó un recuento, a la vez que un análisis de nuestra historia negra.

Una de aquellas muchas preguntas, fue: ¿Existen periodistas corruptos? Creo que una de las respuestas más claras sobre esta, la dio precisamente Javier Valdez cuando Enrique Mendoza Hernández, del semanario ZETA (2251 mayo 25), le preguntó: ¿Cómo ha sido recibido “Narcoperiodismo” en el gremio periodístico? La respuesta de Javier Valdez: “Yo siento que a los periodistas les vale madre los periodistas; que no hay una sociedad que acompañe al periodismo valiente y digno que se realiza en el país, entonces, mediáticamente bien pero no veo a los periodistas preocupados por lo que están pasando a compañeros de Tamaulipas, Veracruz, Chihuahua, del extranjero, porque se tuvieron que ir del país o de Sinaloa.

Si no eres de la ciudad de México prácticamente no hay una condición en la que valoren tu trabajo, revisen, se preocupen; creo que el mejor ejemplo es Rubén Espinosa, que murió solo y desolado, abandonado en medio del páramo; refleja nuestra vulnerabilidad, nuestra fragilidad frente al narco, a la narcopolítica, como si no hubiera salvación; así siento yo que estamos.

A los periodistas no le interesan los periodistas, no hay un proceso de revisión de que este libro o cualquier otro material sobre el trabajo que hacemos esté provocando una discusión, un debate, una revisión al interior, un ejercicio de autocrítica, absolutamente y eso me preocupa mucho, porque eso es más espantoso que estas historias que yo publico. Entonces, esa indiferencia social, esa apatía y la deshumanización se traslada al ámbito periodístico; yo al contrario, veo soberbia, veo arrogancia a este ejercicio de autocrítica”.

Intentando encontrar una respuesta a la ancestral violencia que nos lastima y denigra, que nos hunde en una nostalgia amarga y dolorosa, voy a citar los recuerdos remotos y actuales de acontecimientos que nos han cimbrado, pero que a la vez nos ratifican como una entidad violenta; y esto se lo debemos a unos cuantos, entre los que destacan malos gobernantes.

A veces me pregunto si ello es una maldición. No sé qué pasó antes del 29 de septiembre de 1531 en este lugar cuando aún no era una ciudad, pero sí un conglomerado que contaba con aproximadamente 10 mil habitantes, algo así como 200 poblaciones en lo que ahora abarca el municipio de Culiacán. Esto fue lo que encontró el conquistador don Nuño Beltrán de Guzmán, cuando en aquella fecha fundó La Villa de San Miguel de Culiacán. Tal hecho fue violento, ellos, los españoles, impusieron sus leyes y religión con base en la violencia, el despojo y el sometimiento. Ayapín era un aborigen, se reveló y les dio pelea. No pasó mucho tiempo para ser aprehendido por las fuerzas españolas, y para que sirviera de escarmiento, se convocó a la población a la plaza, donde ahora está la Catedral, y vieran como fue descuartizado por cuatro caballos. El horripilante suceso y la sangre del caudillo se regó, causando el terror y el miedo perenne en la población de los Tehuas. ¿Será aquella sangre la que nos mantiene la maldición de la violencia?

En 1941, a las 2:10 horas en el hotel Belmar, donde había un sarao de carnaval, fue asesinado el Coronel Rodolfo T. Loaiza (1893-1944), gobernador del estado. La causa de su asesinato quedó enredada y oscurecida por manipulaciones de sus enemigos políticos; para ello ligaron el caso con el narcotráfico que había sentado sus reales en Badiraguato, pero lo que sí quedó claro fueron las recurrentes zancadillas que sus enemigos políticos atizaron durante su mando. La muerte del Coronel fue una puñalada para la gente del pueblo, pues él había demostrado con obras que intentaba dar avance al progreso del Estado. Fue un político brillante que ocupó dos diputaciones federales, dos senadurías, la Secretaría de Gobernación y Jefe del Estado Mayor Presidencial.

El primero de octubre de 1989, a las 9:45 a.m. por la carretera internacional No. 15, cerca del poblado de Tacuichamona, un camión pesado arroyó al Ing. Manuel de Jesús Clouthier del Rincón, Maquío (1934-1989), empresario de mucho éxito debido a que trataba a sus empleados, obreros y gente del campo en general, con justicia; les brindaba protección social y económica más allá de lo que dictaban las leyes. Ocupó puestos de líder en el sector campesino y empresarial. Al darse cuenta de la abusiva política impuesta por el Unipartidismo, decidió participar y en 1988 fue candidato a la Presidencia de la República. Los resultados favorecieron holgadamente al Ing. Cuahutémoc Cárdenas, pero el PRI se las ingenió para sabotear. Al día siguiente Maquío declaró: “la razón por la que cayó el sistema de cómputo fue que los representantes de los partidos de oposición descubrieron un banco de datos ya con resultados, esto fue apenas dos horas de concluida la jornada electoral”.

Así se comprobó el fraude y Maquío inició la lucha civil, lo que a la postre le costó la vida. Para nadie es un secreto que su muerte fue un crimen de Estado.

15 de mayo de 2017, al filo de las 12:00 horas del día, muere asesinado cerca de las oficinas del Semanario Ríodoce, Javier Valdez Cárdenas. Sus asesinos intelectuales, bestias de panza insaciable y mente retorcida, es posible estén en una cómoda residencia primaveral, de una playa o un rancho, tragando carne asada, mariscos, bebiendo cerveza o vino tinto con canapés de caviar. Entonces surge la pregunta: ¿Qué sigue? La respuesta es única: ¡Hemos de seguir el ejemplo de Javier! Alcemos nuestras voces, manifestemos nuestro repudio a los asesinos y exijamos al gobernador Quirino Ordaz Coppel, al presidente Enrique Peña Nieto y a todo el aparato gubernamental y político, que respondan y castiguen a los culpables. ¡Entiéndanlo señores! ¡Javier no debió morir! ¡Javier, estás con nosotros!

leonidasalfarobedolla.com

 

 

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