Centro Comunitario Corerepe, el alma del ejido

 

 

Hace sesenta años que don Enrique Soto Padilla, en un destartalado camión de redilas llegó a un paraje enmontado, venían con él su esposa doña Manuela Cota Valdés, y tres de sus hijos: Manuel, Miguel y Enrique. Bajaron del camión un atado de fajillas de pino y un bulto de lámina negra. La decisión de aceptar el reto de formar un Ejido, que a la postre se llamaría Corerepe, fue porque don Pedro Soto, padre de don Enrique, desde hacía algunos meses había convenido con don Margarito Quiñones, la conformación ejidal. Fue don Margarito, quien a base de pundonor y férrea decisión logró conjuntar la fuerza y los ánimos de 310 comuneros para lograr aquel anhelo.

Fueron muchas las luchas y más los sufrimientos que hubieron de pasar aquellos primeros pobladores del Ejido. Hombres y mujeres valerosos, sufriendo las calamidades en un páramo que tuvieron que desmontar, destroncar y barbechar para hacerlo posible a la agricultura.  Don Enrique y su esposa, no se amilanaron, a pesar de que sus hijos solo tenían 6, 4 y 2 años. Luego nacerían Rosario, Celia, Bertha, Mario, Leticia, Olivia y Francisco.

Abordo la reciente historia, de cuando nació el Centro Comunitario Corerepe. Ello fue hace apenas seis años. ¿Cómo se dio esa idea? Los Soto Cota son gente de carácter, de empuje. Sinaloenses de corazón que aman la tierra que los vio nacer, crecer y ser. Todos ellos fueron formados con la reciedumbre del hombre y la mujer que tuvieron muy clara la responsabilidad de ser jefe de familia, pero también la firmeza de infundir en los suyos el carácter y la preparación que los habrían de catapultar para ser ciudadanos de provecho para los suyos y la comunidad. Nace la idea: Fue Mario, el que una vez, siendo un adolescente hubo de emigrar a la ciudad de México para estudiar allá desde la Preparatoria, una carrera que le permitiera abrirse camino. Al dejar el terruño, cuando por la ventanilla del autobús que lo hizo alejarse del Ejido, miró a su pueblo cómo quedaba en medio de la polvareda, es posible que en ese momento hiciera para sí un juramento.

Cada fin de año, los Soto Cota celebran las festividades en la casa paterna en Los Mochis. Hace seis años, en una de aquellas reuniones Mario hizo una convocatoria familiar. El objetivo fue aterrizar las ideas para ver la posibilidad de hacer realidad aquel juramento, de ahí Manuel, que es Ingeniero proyectista, creó el proyecto del Centro Comunitario, lo analizó para que permitiera la superación de los pobladores del Ejido Corerepe. Enrique abría de ocuparse de las cuestiones financieras.

No conozco los argumentos expresados por el líder de tan ambicioso proyecto, pero resulta fácil imaginar que motivos y razones se han de imponer, cuando se trata de una obra de tan loable magnitud. Mario no se anduvo por las ramas y fue directo cuando al jefe del clan, Don Enrique Soto Padilla, le preguntó: “Padre, ¿estás dispuesto a ceder la casa y el terreno del ejido para asentar allí un centro cultural? Más o menos así fue la petición, y también más o menos así fue la respuesta: “En ese ejido, la madre de ustedes y yo logramos la mejor cosecha de nuestras vidas: ustedes, mis hijos. Allí vivimos nuestros mejores años que fueron de luchas permanentes, hacer producir la tierra, iba apegada en hacerlos crecer a ustedes para que estudiaran, se prepararan y fueran lo que ahora son: gente de bien. Por esa razón, con mucho gusto cedo ese lugar, lo hago como una muestra de gratitud.

Cuando se iniciaron los preparativos para edificar lo que ahora es el Centro Comunitario Corerepe, la familia se reunió para ser testigos de cómo una potente maquina empezó a dar golpes en las paredes de aquella casa que por más de medio siglo albergó las vidas y vivencias de un hombre y una mujer que se entregaron en cuerpo y alma para crecer juntos con la familia. “Amigo Leónidas, cada golpe de aquella máquina, sentía que me los daban en el corazón, pero fue necesario que así fuera, hoy al visitar al Centro, y ver cómo niños, jóvenes y adultos, se reúnen para recibir clases de: costura, artes manuales, lectura, escritura y también tienen gimnasio, parquecito para niños y cancha de voli y basket. Es bonito ver, que también se reúnen para declamar, presentar artistas, payasos, guiñol, y hasta una banda de música sinaloense formada por jovencitos. Todo con el apoyo de gente del pueblo, generosa, entre ellos mis hijos, trabajan de manera gratuita, por convicción al bien común; se atiende un comedor, por solo diez pesos comes y muy bien”. Eso comentó don Enrique.

El Lic. Jaime Inzunza, director administrativo, completó la información diciendo que existe un Comité formado por Ejidatarios que da legalidad y formalidad al Centro. Hizo saber que el Gobierno del Estado del sexenio anterior, les apoyó con una techumbre para las canchas deportivas. Esperan que se consolide un apoyo más sólido y constante de parte del gobierno actual, un apoyo acorde a las necesidades de una población de más de 400 asistentes al Centro.

No encuentro expresiones que dignifiquen este ejemplo de la familia Soto Cota; sólo me resta decir que merecen el respaldo y reconocimiento de todos, porque están dando la muestra de lo que debemos hacer ante el caos social que ahora vivimos en nuestro México.

Gobernador Quirino Ordaz Coppel. Los Representantes de la ONU –Organización de las Naciones Unidas- y del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, estuvieron aquí el pasado día 24, presentes en el homenaje de nuestro amigo y compañero JAVIER VALDEZ CÁRDENAS, eso ratifica que no estamos solos en nuestro reclamo de justicia, y también, que la ineptitud de su gobierno se conoce en esas latitudes.

*Autor de la novela La agonía del caimán, de venta en librerías: Educal, Mexico, Gonvill y Porrúa.

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