Talentos ocultos

 

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Talentos ocultos (Hidden Figures/EU/2016), dirigida por Theodore Melfi (St. Vincent), es una cinta muy interesante, tanto en lo técnico como por la historia que cuenta, pero a la vez no se puede evitar tomarla como un producto que muestra el doble discurso, la contrariedad e incongruencia de un país acerca del racismo.

Por un lado, a través de una película —además nominada al Oscar— una nación glorifica, reconoce y exalta a tres mujeres afroamericanas que destacaron en los sesenta por sus valiosas aportaciones en la NASA para los viajes al espacio, porque fueron perseverantes, trabajadoras y, sobre todo, muy inteligentes en el área de las matemáticas. Por otro, ese mismo país, el mismo año que produce ese filme apoya a un candidato para que llegue a presidente, cuando su campaña se basó, en mayor medida, en desprestigiar y discriminar a los inmigrantes, en especial mexicanos, y una vez que consigue el puesto continúa con esos comentarios que, se supone, en Estados Unidos se evitan al máximo. La realidad es que, a más de cincuenta años de distancia, Donald Trump y sus seguidores practican sin empacho una misma o peor segregación.

Katherine G. Johnson (Taraji P. Henson), Dorothy Vaughan (Octavia Spencer) y Mary Jackson (Janelle Monáe) eran tres chicas perseverantes, insistentes, aventadas, tercas y sobresalientes que en 1961 buscaban hacerse de un lugar en la NASA. A pesar de su enorme capacidad, eran relegadas en puestos menores, haciendo en verdad el trabajo de quienes llevaban las riendas, pero sin el título, con sueldos bajos y sin esperanzas de que tomaran en cuenta sus aspiraciones. Las inteligentes mujeres tenían que soportar malos tratos y discriminación, por su color de piel.

Lo más importante era ganar la batalla a los rusos, quienes insistían en ser los primeros en orbitar la tierra en naves espaciales y dejar abajo a los estadunidenses en su intento, y las únicas capaces de logarlo eran Katherine, Dorothy y Mary. Entonces se comenzó a voltear a verlas, defenderlas y tratarlas como lo merecían.

Es cierto, el diseño de producción es impecable, hace que se conozcan las instalaciones de este enigmático lugar dedicado a la aeronáutica en la década de los sesenta; y el vestuario, peinados, decorados y escenarios registran muy bien esos años.

Las actuaciones son excelentes, en especial la de Kevin Costner, Octavia Spencer (merecida nominación al Oscar), Taraji P. Henson y Janelle Monáe, y se agradece que Jim Parsons se haya despojado un poco de su Sheldon Cooper: sigue pedante pero no sarcástico.

Estoy de acuerdo en que, por su enorme capacidad y su contribución a la ciencia, esas mujeres merecen todos los homenajes, más por lo complicado que fue para ellas hacerse de un lugar y un nombre —ni siquiera eran dignas de tocar la cafetera de la cual un “blanco” se servía, mucho menos de entrar a los mismos baños de ellos—, pero me pregunto hasta dónde es conveniente insistir en filmes que con la justificación de “basados en hechos reales” pongan en la mesa un pasado indignante e irrespetuoso. ¿En verdad contribuyen en algo? ¿Reducen el racismo? ¿Logran que el espectador reflexione y cambie su postura y forma de pensar? Si se toman en cuenta los resultados que llevaron al triunfo a Donald Trump, la respuesta es no. Vaya a verla… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

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