No manches Frida

 

 

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Es claro que el único propósito de No manches Frida (México/2016) —basada en la alemana Fack Ju Goehte (2013)— es atacar la taquilla y para eso se vale de dos cosas: actores populares y que, de alguna manera, garantizan dinero; y un género llevado al máximo de la ligereza, mediante el cual se le da al espectador todo listo para digerir, sin necesidad de que mastique.

Lo anterior no es por completo negativo: todas las películas, en mayor o menor medida, buscan la retribución económica, así se denominen de arte o de autor, pero sería más conveniente conseguir un equilibrio entre un aspecto y otro, para lograr un producto medianamente digno, por lo menos, lo que no sucede con la cinta del director español Nacho G. Velilla (Que se mueran los feos, 2010; Perdiendo el norte, 2015).

Jenny (Rocío García) consideró que nadie sospecharía si enterraba en un terreno contiguo al Instituto Frida Kahlo la maleta con los billetes que su novio Zequi (Omar Chaparro) había robado, pero después de 18 meses de pagar una condena por ese delito, lo primero que él hace al salir de la prisión es buscar su fortuna, sin contar con que el plantel educativo construyó una área deportiva encima del botín, por lo que ahora será más complicado conseguirlo.

Por suerte, el ex convicto se entera que el encargado de la limpieza murió y se le ocurre solicitar el empleo, sin imaginar que la escuela necesitaba, además, un maestro sustituto, y que la directora (Mónica Dionne) lo preferiría más para ese puesto, el que acepta, a pesar de no tener ni la preparatoria.

Lo complicado llega cuando Zequi se entera que a Lucy (Martha Higareda, también productora del filme), una maestra responsable, comprometida, dedicada, tímida, pero anticuada y aburrida, no le es indiferente, y buscará enamorarlo; que los estudiantes no son tan sencillos de controlar y que, cuando el resto de profesores opinan que no se puede con ellos, en realidad es así.

Mientras el renovado ladrón lidia con alumnos groseros, la preparación de las clases, maestras que lo seducen y profesores que lo retan a hacer actividades que no le corresponden, tendrá que excavar un túnel en máximo dos semanas, para recuperar el dinero y pagar sus deudas.

El principal problema de la cinta es que está plagada de clichés, y eso hace que la historia sea predecible hasta el cansancio: desde el inicio se sabe quién terminará con quién y de qué forma, por lo que no es nada atractiva ni divertida.

Martha Higareda puede ser carismática, pero en esta ocasión su interpretación es gris, por lo estereotipado de su personaje, y porque ella no contribuye en nada para hacerlo único. El caso de Omar Chaparro es peor, cuando intenta ser chistoso mediante un sarcasmo forzado, una rudeza que no controla a nadie y por decir “groserías” que le quedan falsas.

La doble moral de la cinta es insoportable. Por un lado se mete a la cárcel a quien roba, desde la dirección de la escuela se busca que los maestros sean responsables, educados y dedicados, y los alumnos  respetuosos, correctos y cumplidos, pero llega un momento en que todos pueden romper las reglas y aceptar documentos falsos, beber alcohol en el plantel, faltar al respeto y delinquir, porque depende de quién y cuándo, para que eso sea bueno o malo. Vaya a verla… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

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