La vida de los peces

 

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Apartado de los demás, en el lavabo, pensativo frente al espejo, Andrés (Santiago Cabrera) lo decide. Cuando regresa ante el grupo reunido ahí en el baño, les dice que se va, porque el avión sale temprano y no ha hecho la maleta.

Los amigos no lo dejan ir tan fácil: le piden que hable en alemán; le preguntan si en Alemania —donde vive hace años—  hay muchos swingers; de lo que se siente viajar todo el tiempo; si alguna vez le ha dado por quedarse en uno de esos lugares a los que va como fotógrafo del National Geographic; y si ya se topó a esa que tiene mucho de no ver.

Por fin, Andrés se despide y en cuanto sale del sanitario se encuentra a Beatriz (Blanca Lewin), pero ella no lo ve. Él, para evitarla, se regresa y comienza un recorrido por esa casa en la que hay una fiesta de cumpleaños para ese amigo que murió hace mucho y con el que compartió la adolescencia: en uno de los cuartos platica con la esposa embarazada de uno de sus camaradas; en otro les demuestra a unos chicos que él también sabe de videojuegos; y, en la cocina, la mamá del difunto lo hace reflexionar acerca de cómo lleva su vida.

Entre las conversaciones, Beatriz y Andrés se encuentran y conversan de lo que no fue, lo que pudo haber sido y lo que quieren que sea, a pesar del esposo y las hijas de ella y del trabajo a miles de kilómetros de distancia de él. Lo piensan, lo discuten, lo planean: dejar todo, irse de Chile ellos dos solos, porque la realidad es que todavía se aman. La propuesta está ahí. Intentarlo, depende ella. Él sólo espera en la puerta a que decida seguirlo.

La vida de los peces (Chile/2010), dirigida por Matías Bize, con un guion de él junto a Julio Rojas —disponible en Youtube— es un filme muy interesante, por varias razones: la trama sucede sólo en las últimas dos horas en las que un fotógrafo, próximo a viajar, permanece en una fiesta; se centra en un recorrido que él hace por una casa, en el que conversa con viejos amigos, a través de lo que se conoce el pasado de los protagonistas; es la historia de una pareja que se consideran amor de la vida mutuamente, pero que no pueden estar juntos.

En la cinta, que se luce con un final discreto y contundente, las actuaciones de todos cumplen muy bien, sobre todo la de Blanca Lewin, quien no requiere de muchas palabras para expresar lo que siente y quiere: sólo pronuncia las que son precisas y necesarias, porque su mirada, gestos y silencios, hacen que se dé a entender muy bien.

Aun así, Santiago Cabrera es mucho más natural y creíble como el fotógrafo que va y se deshace de su pasado —amoroso, familiar, material— para irse ligero a vivir, en definitiva, a otro país, lo que indica su deseo de huir y que reafirma con esa profesión que lo obliga a viajar de un lugar a otro y no permanecer, quedarse, pertenecer y establecerse.

La vida que lleva el personaje de Cabrera es como la de esos peces del título que, por un lado, todo el tiempo nadan solos, nunca dejan de aletear, ni se detienen y que, por otro, están encerrados en una pecera, en un mismo lugar, por lo que siempre tienen el deseo de salir y escapar, aunque no puedan hacerlo. No deje de verla… bajo su propia responsabilidad, como siempre.

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